lunes, 14 de febrero de 2011

Un oasis en el desierto de la mediocridad

La UPR es lo mejor que le ha pasado a Puerto Rico, pero está siendo dinamitada

Como sabe todo el que vive en este país, para encontrar una agencia o servicio gubernamental que funcione hay que buscar con una lupa.
El sistema de salud es una bestia que succiona glotonamente los recursos del Estado y si no fuera por las transferencias federales no habría manera de que funcione. El Departamento de Hacienda es incapaz de hacer que la mayoría de la gente pague sus contribuciones y el Centro de Recaudación de Ingresos Municipales es un laberinto burocrático impenetrable del que no es posible conseguir un simple papel que certifique que uno pagó lo que tenía que pagar cuando tenía que hacerlo.
La Policía no puede esclarecer crímenes, el Departamento de la Familia no protege a los niños maltratados, Obras Públicas no repara las carreteras, las cortes dejan escapar a muchos criminales, entre tantos otros ejemplos que muestran que el servicio público hace tiempo que colapsó.
Hasta hace poco, la Universidad de Puerto Rico (UPR) era un fulgurante oasis en medio de este desierto de mediocridad e incompetencia. A pesar de que también había enfrentado sus dificultades y de que el partidismo político logró ocasionalmente enterrarle sus garras, su función fundamental, producir conocimiento y graduar gente capaz de enfrentar las insondables complejidades del mundo laboral y de aportar a la construcción de una mejor sociedad, la cumplía a cabalidad.
Por más de 100 años, la UPR dio refugio a las mentes más brillantes que han habitado nuestra tierra, las cuales, a su vez, transfirieron su sabiduría a las generaciones que fueron a sus recintos buscando un mejor futuro, salieron de las tinieblas de la ignorancia y la marginación y ahora hacen aportaciones incalculables al País, desde todos los órdenes imaginables de la vida colectiva.
La UPR, sin exagerar, puede ser lo mejor que le ha pasado a Puerto Rico en su historia.
Todo eso, con una velocidad feroz, hora a hora, día a día, se está yendo por el chorro. La Universidad está siendo dinamitada desde adentro, desmontada pieza a pieza. Sesiones están siendo cerradas, legiones están huyendo hacia universidades privadas y el Programa de Estudios Hispánicos, una de nuestras mayores fuentes de prestigio internacional aunque en esta sociedad adicta a la superficialidad nunca se haya querido reconocer, lo han puesto y que en una pausa que, de no revocarse pronto, va a significar su muerte definitiva.
Si alguna esperanza le quedaba a Puerto Rico de salir del atolladero en que llevamos más tiempo del que quisiéramos reconocer, estaba en la Universidad, y está siendo destruida.
Es fácil entender cómo hemos llegado a esto. Aunque a mucha gente le duela reconocerlo o que se diga, los estudiantes están haciendo lo que tienen que hacer: tratar de asegurarse de que la Universidad mantenga las mismas condiciones que le permitieron a ellos entrar y encontrar su conciencia. De eso es que se trata ser joven y ser estudiante, de creer en algo y defenderlo. El tiempo de acomodarse, de dejarse llevar por la corriente, de sumarse a la apatía y al cinismo, vendrá, para muchos, después, como hemos visto tantas veces.
La administración, por su parte, ha mostrado una incapacidad francamente absurda para entender este fenómeno tan universal. Dejó incluso de intentar entenderlo y, con un carácter temerario que gracias a la providencia no ha tenido todavía consecuencias mayores, postula la demente idea de que con mollero y macana podrá hacer que las cosas vuelvan a su cauce.
Al hacerlo, ha metido a la Policía en la ecuación, y lo que ha pasado todos lo sabemos: motines, golpizas de parte y parte, inestabilidad y turbulencia. En los últimos incidentes, como el ocurrido esta semana cuando oficiales de la Policía, por razones que nadie ha podido explicar, se pusieron a grabar en vídeo a estudiantes que se entretenían en la vieja e inofensiva costumbre de pintar consignas idealistas en una carretera, la administración llegó al colmo de la barbaridad: golpearon y arrestaron hasta a los que, en teoría, están de su lado, pues en muchos casos se trató de estudiantes que pagaron la cuota y están asistiendo a clases.
Tres semanas de enfrentamientos habrían convencido a cualquier ser racional de que la macana no va a funcionar aquí. Si de verdad se quiere resolver este problema, hay que volver a dialogar, ceder en algo, por ejemplo traspasando el dinero de la beca directamente al presupuesto de la universidad, como han reclamado los estudiantes. Los estudiantes, ya veremos, quieren seguirlo siendo y también cederán. La otra alternativa, la irracionalidad, como hemos visto ya, en este caso no va a dar resultado. O dará un resultado que casi nadie quiere ver.

Benjamín Torres Gotay

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