El texto que sigue está inspirado en una nota más corta solicitada por el diario BAE, a propósito de un próximo viaje de la Ministra de Industria argentina a Beiging para avanzar en negociaciones comerciales entre los países.
Entre los datos que se destacan sobre la evolución económica de la Argentina de los últimos años aparece el superávit comercial, producto de una diversificación geográfica del comercio exterior y una especialización primaria de la producción nacional, favorecida por precios internacionales en alza, especialmente de los alimentos, y entre ellos de la soja y sus derivados. Es quizá una excepción a esa regla la participación importante del rubro automotor y crecientemente el oro entre los productos de la minería.
La realidad apunta al liderazgo de la producción primaria en el vínculo con el resto del mundo, donde el complejo sojero marcha a la vanguardia. La explosión de la soja como producto líder, especialmente en la exportación es un fenómeno relativamente nuevo, con poco más de una década de crecimiento imparable, y con previsión de continuidad, salvo modificaciones del escenario global y particularmente de la demanda de China. Aludimos al gigante asiático no solo por su nuevo papel de locomotora de la economía mundial sino por la especificidad que adquiere en la relación bilateral con la Argentina. El país de Mao se transformó en el segundo socio comercial de Argentina, detrás de Brasil, por lejos el principal destino de exportaciones y proveedor de las importaciones locales.
China es cosa seria en el mercado internacional, actor principal de la economía y la política mundial, especialmente en momentos de crisis global con pronóstico de continuidad. Por eso se encendieron luces de alerta cuando en abril del 2010, las autoridades de Beiging suspendieron las compras de aceite de soja, levantadas en octubre. El argumento aludía a razones técnicas del producto, aunque el fondo de la cuestión se asociaba a las restricciones a las importaciones chinas por parte de nuestro país, en defensa de otras producciones nacionales, especialmente del sector industrial. Son variadas las resoluciones emanadas de las autoridades económicas para la protección de producción de la industria local.
Argentina tiene una tradición de desarrollo fabril temprano con relación a la región latinoamericana y es notorio el proceso desindustrializador operado desde la dictadura genocida hasta la crisis del 2001. Nadie duda que ahora sea Brasil quien lidera el proceso industrializador en la región, desplazando a la Argentina de su tradicional liderazgo en la primera parte del Siglo XX. Con la salida de la convertibilidad se habló de la reconstrucción de un modelo productivo, sustentado en la recuperación de la capacidad productiva de la industria y el aliento a la producción agraria y minera. Para la industria, la estrategia fue la utilización de la capacidad ociosa, con escasa innovación tecnológica, con límites en el crecimiento de la productividad de un sector donde, junto a la transnacionalización industrial, subsiste el carácter nacional del empresariado pequeño y mediano. En la producción primaria se cuenta con ventajas comparativas en materia de suelo y recursos naturales, asociado a grandes inversiones e innovaciones de paquetes tecnológicos competitivos a escala global y en manos de capitales transnacionales que dominan el ciclo económico.
¿Qué modelo productivo?
Un debate necesario es sobre el modelo productivo en curso, a quién beneficia y qué tipo de inserción internacional promueve. Decimos necesario porque durante todo el 2010 se sucedieron visitas de autoridades chinas a la Argentina y de nuestro país a China, aprestándose a viajar en estos días Débora Giorgi, la Ministra de Industria, para continuar acuerdos de intercambio que favorezcan la “exportación de trabajo y valor agregado argentino”, y no solo la provisión de materias primas y derivados de la producción primaria. Las restricciones chinas a las importaciones de aceite de soja desde Argentina fueron levantadas, aunque resta efectivizar esas operaciones, asunto que preocupa a las autoridades del sector de la producción agraria. El problema aparece como una opción contradictoria, entre el desarrollo industrial y el agrario e incluso la agroindustria, y sin embargo es parte de un mismo asunto que se asocia al tipo de modelo productivo y de desarrollo que promueve la Argentina.
El debate sobre qué modelo productivo y de desarrollo es una asignatura pendiente de carácter estratégico en el país. No se trata de privilegiar industria (en general de baja productividad) contra agro (subordinado a paquetes tecnológicos de propiedad de transnacionales), sino de discutir qué producir, cómo hacerlo y para quién, tanto en el mercado interno como en el mundial. No solo es cuestión de diversificación de mercados sino de vínculos estratégicos de nuevo tipo, especialmente con la región, el sur del mundo y particularmente China.
En ese marco sobresale el debate en materia de alimentación, donde importa más la soberanía alimentaria en el abastecimiento de la población global que en rendimientos de la inversión de capitales que no tienen reparos en asociar sus objetivos de renta con la especulación sustentada en los precios de los alimentos. Claro que es imposible esa discusión sin incluir una estrategia por la soberanía en el manejo integral de los recursos naturales, especialmente la tierra y el agua, la energía y las finanzas.
En definitiva, no solo es cuestión de producir y vender al país emergente en crecimiento, China, sino de volver a pensar en términos de modelo productivo y de desarrollo con satisfacción integral de necesidades sociales ampliadas.
Julio C. Gambina, Profesor Titular de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario, UNR. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP. Miembro del Comité Directivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO.
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