viernes, 11 de mayo de 2007

Clase obrera y conciencia de clase

El proceso de adquisición de la toma de conciencia de clase de los trabajadores no es un proceso inmediato ni automático.. En su libro Miseria de la Filosofía, Marx, analizando la situación de Gran Bretaña en la década de los 40 del siglo XIX, señala: "En principio, las condiciones económicas habían transformado la masa del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, intereses comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase frente al capital, pero todavía no para sí misma. En la lucha, de la cual hemos señalado algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase" (Marx, Miseria de la Filosofía).

¿Qué significa adquirir una conciencia de clase para sí misma? La conciencia de pertenecer a una comunidad particular de la sociedad, con sus propios intereses sociales y sus propios objetivos históricos, fruto de su condición de trabajadores asalariados. Intereses y objetivos que sólo pueden lograrse con la transformación socialista de la sociedad mediante la expropiación de la propiedad de la clase capitalista, y su control y gestión planificada por el conjunto de la sociedad bajo la dirección de la clase obrera.

La conciencia de clase se adquiere a través de la experiencia, no sólo del obrero en su empresa, sino también asimilando la experiencia de los obreros de otras empresas, de su localidad, de su país e, incluso, a nivel internacional.

El proceso de formación de la conciencia de clase no se da solamente con la experiencia de los obreros en el marco de la estructura económica de la sociedad capitalista, sino también en la superestructura del sistema a través de la experiencia de los obreros en sus organizaciones (sindicatos, partidos), en las instituciones políticas burguesas (concejos deliberantes, parlamentos, etc.) y, particularmente, con las grandes conmociones políticas y sociales: la represión del Estado burgués, las guerras, estallidos sociales, etc.

La propia experiencia histórica de la clase obrera de un país, sus tradiciones, y la calidad de la dirección de las organizaciones obreras son también factores que pueden estimular el proceso de toma de conciencia de los trabajadores o, según el caso, entorpecerlo y retrasarlo.

Debido a todos estos factores los procesos revolucionarios resultan ser hechos muy excepcionales en la sociedad, pero como ocurre con otros hechos naturales de la fisiología animal, o de la geología terrestre (terremotos), no por infrecuentes son inevitables, y así lo atestigua la historia del capitalismo en los últimos 150 años.

Es por todas estas razones que en una época normal del capitalismo la conciencia media de la clase obrera no pase de la lucha cotidiana por mejoras económicas en sus condiciones de vida y de trabajo, o la defensa de las mismas.

A pesar de lo que creen algunos grupos ultras –que piensan que los trabajadores deben ir a las empresas a hacer huelgas, y sólo trabajar de vez en cuando–, la realidad es que los trabajadores van a su empresa a trabajar y, cuando no tienen más remedio y han agotado toda otra vía para que se atiendan sus demandas, es cuando hacen huelgas. Contra lo que pueda parecer, las huelgas son fenómenos anormales, excepcionales, en la vida normal de un obrero.

Siempre ha sucedido que sea una minoría de la clase obrera quien se eleve hasta una conciencia socialista en esas épocas normales del capitalismo. Esto ocurre en estos momentos igual que ocurría hace 90 ó 100 años, lo que no impidió que todos estos períodos fueran cortados bruscamente por épocas revolucionarias que hicieron tambalear y peligrar la continuidad del sistema capitalista. Cortes bruscos que comprendían un intervalo de pocos años, meses, o incluso días, y donde millones de trabajadores, antes apáticos y apartados de la lucha política, tomaban conciencia de sus tareas históricas y se lanzaban a la lucha consciente por transformar la sociedad.

Así tuvimos, por hablar sólo de Europa, los movimientos revolucionarios de 1917 a 1923, los años treinta o los setenta, por citar algunos. En América Latina hemos tenido incontables situaciones revolucionarias en las últimas décadas Su fracaso no se debió a la falta de una conciencia de clase y socialista de los trabajadores o a su insuficiente combatividad, sino más bien por la ausencia de una dirección auténticamente revolucionaria en las organizaciones obreras, que estuviera a la altura de sus tareas históricas, o por la traición consciente de esa misma dirección.

El surgimiento de la conciencia.

El proceso de toma de conciencia de los obreros, es decir la comprensión de los intereses opuestos que existen entre ellos y el capitalista, comienza en el puesto de trabajo. El trabajo asalariado aparece ante el obrero como una condición impuesta, como la única manera de obtener sus medios de vida.

Cuanto más se desarrolla la técnica en la producción capitalista y se perfeccionan las máquinas y los instrumentos de trabajo, menos especializada se hace la labor del obrero, más se descalifica su trabajo, menos importancia tienen sus facultades individuales, y por lo tanto más rutinario, aburrido y despojado de interés resulta, apareciendo el trabajador como un mero apéndice de la máquina, lo que acentúa su enajenación del trabajo. Este carácter del trabajo, desprovisto de creatividad, estimula la reflexión del obrero sobre sus condiciones de vida y trabajo, le ayuda a generalizar su experiencia al comprobar la identidad de intereses que existen entre él y sus compañeros de trabajo, acrecienta su malestar e insatisfacción, y le permite tomar conciencia de su situación de explotación y opresión. Las propias condiciones de trabajo crean así, necesariamente, las premisas para el proceso de toma de conciencia de los trabajadores.

La clase obrera y el socialismo.

Como hizo la burguesía en su juventud contra el feudalismo, corresponde ahora a la clase obrera dirigir la lucha contra este sistema y sus sostenedores.

La clase obrera está llamada a ser la sepulturera del sistema capitalista. Su papel en la producción capitalista y sus particulares condiciones de vida y trabajo hacen que ninguna otra clase o capa oprimida de la sociedad pueda sustituirla en esa tarea.

Los obreros ven la fuente de sus males en su patrón, que es el que les baja el salario, el que les obliga a trabajar horas extras, el que les explota y el que les despide. Para defenderse necesitan de la máxima unión entre todos los compañeros de trabajo, de aquí su mentalidad solidaria, colectiva y antiindividualista. Sus propias condiciones de trabajo refuerzan esta mentalidad. Todo proceso productivo necesita, para funcionar, la implicación de todos los obreros de la empresa. Cada uno de ellos es un eslabón necesario en el proceso productivo. Esa interdependencia mutua en el proceso de trabajo refuerza dicha mentalidad colectiva.

La lucha de los trabajadores de cualquier empresa pone de manifiesto una ley muy importante de la dialéctica: el todo es mayor que la suma de las partes. La fuerza combinada de los obreros en una empresa luchando por los mismos intereses es muchísimo mayor que la presión aislada de cada uno de ellos, que es la situación en que se coloca el pequeño burgués de clase media.

El socialismo es la ideología natural de la clase obrera. Cuando la lucha de los obreros contra el patrón de su empresa llega a su punto más agudo, se producen ocupaciones de empresas o se retienen a los directivos en su interior. La idea de expropiar al patrón y el sentimiento de que la empresa debe ser de propiedad común entre los trabajadores nace, en un momento determinado, como un desarrollo natural de su conciencia. La idea de la propiedad común nace de su condición obrera. Para que la empresa pueda seguir funcionando, no se puede dividir en trozos y repartir entre los trabajadores, sino que debe mantenerse unida trabajando todos en común.

También toda huelga general pone sobre la mesa, pero a un nivel superior, "quién manda aquí", y la identidad de intereses de clase entre todos los sectores de la clase obrera. Más aún en una situación revolucionaria.

La propia división del trabajo en la economía capitalista, y la interrelación de todos los sectores económicos entre sí, hace extender esta misma idea para el conjunto de las fuerzas productivas. De ahí que la expropiación de toda la clase capitalista, y su control y dirección en común por toda la clase obrera, representa sólo una generalización sacada de la experiencia de los obreros con cada empresa particular.

Las propias condiciones de vida que crea el capitalismo, establecen las bases para la futura sociedad socialista.Hoy las familias obreras viven en común (ciudades, barrios y edificios comunes). Todo esto refuerza aún más esa mentalidad antiindividualista y socialista en la conciencia de las familias obreras.

El capitalismo es un sistema mundial. La división del trabajo establecida por la economía capitalista a lo largo y ancho del planeta liga indisolublemente los países y los continentes unos con otros. Ningún país, ni siquiera los más poderosos y desarrollados pueden escapar al dominio aplastante del mercado mundial. Los Estados nacionales, igual que la propiedad privada de los medios de producción, se han convertido en obstáculos formidables que estorban el desarrollo de las fuerzas productivas. Ambos son los causantes de las crisis económicas, de las guerras y de los odios nacionales entre los diferentes pueblos. Su eliminación es la condición básica para comenzar a solucionar los problemas y las calamidades que la humanidad tiene ante sí.

La clase obrera es una clase mundial. El mismo tipo de explotación, los mismos problemas y los mismos intereses ligan a la clase obrera en todo el mundo. El internacionalismo proletario no es una mera consigna de agitación sino la base imprescindible para unificar la lucha de la clase obrera mundial, para luchar por la transformación socialista de la sociedad en todo el planeta, pues sólo a nivel mundial se dan las condiciones para construir el socialismo.

Es verdad que en una época normal de la sociedad capitalista no están todas estas ideas presentes en la conciencia de la mayoría de la clase obrera. Para ello hace falta experiencia, una situación revolucionaria que rompa la rutina y la inercia de la sociedad, y un partido marxista-leninista con influencia entre las masas que ayude al conjunto de los trabajadores a sacar las últimas conclusiones de dichas experiencias revolucionarias.

Sólo con la desaparición de la propiedad privada y la planificación en común de las fuerzas productivas creadas por el ser humano, podrá avanzar la humanidad hacia su auténtica liberación.


Luis Gimenez

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