El precio de los alimentos está estrechamente ligado al del dólar oficial.
Un informe elaborado por la consultora PxQ arrojó que el precio de los autos, de la indumentaria y de los medicamentos fue evolucionando desde 2019 a esta parte tomando como referencia la cotización de los dólares paralelos. En cambio, el de los alimentos lo hizo basándose en tipo de cambio oficial, mostrando que una devaluación en regla encarecerá particularmente la compra de comida. En ambos casos, prima la especulación capitalista bajo el amparo oficial, en perjuicio de los sectores populares.
Por un lado, vemos cómo las patronales, a pesar de importar al dólar oficial, amplían sus márgenes de ganancia remarcando sus precios al paralelo, y, de ese modo, quedan cubiertos frente a una potencial devaluación, afectando al bolsillo popular. Una posibilidad que en absoluto tienen los sueldos, a los que un eventual salto cambiario los terminaría de pulverizar. Finalmente, el gobierno permite estas maniobras empresariales ya que defiende a toda costa el secreto comercial y se niega a abrir los libros de la cadena de valor a fin de evaluar los costos reales.
Ahora bien, que los precios de los alimentos no haya seguido esa dinámica no quita que, como señala el estudio, estos se encuentren en máximos de la serie histórica medidos al dólar oficial. Esto solo obedece al ánimo de lucro de las empresas agroexportadoras, que buscan replicar en el mercado interno los beneficios que obtienen por sus ventas al exterior, y no a sus costos de producción. Lo cierto es que ni los precios internacionales ni el precio del dólar influyen en los costos de los alimentos, dado que por lo general estos no se importan y, en su mayoría, los costos de producción se pagan en pesos. Sin embargo, el oficialismo permite este acople desde el momento que mantiene intacto el dominio privado del comercio exterior local.
Como fuese, nos encontramos con que un salto devaluatorio repercutiría de lleno en el precio de los alimentos, perjudicando particularmente a los sectores más vulnerables, los cuales destinan la mayor parte de sus ingresos en comprar comida. A su vez, esto tendría un fuerte impacto en la inflación general, conformada en un 30% por la inflación en alimentos.
El asunto recobra gravedad cuando reparamos que la devaluación está en la agenda de todos los políticos del régimen. Por el lado de Larreta-Bullrich lo dicen abiertamente cuando proponen levantar el cepo y eliminar la brecha cambiaria. Milei, por su parte, pregona la dolarización que, en un cuadro de crisis de reservas como el actual, supone un dólar a $10 mil, según algunos estudios.
El Frente de Todos, si bien intenta contener una devaluación en regla para evitar que se produzca un estallido social antes de las elecciones, busca desesperadamente el arribo de U$S 10 mil millones del FMI para paliar la escasez de divisas del BCRA, cuyo envío está atado a que el gobierno deprecie la moneda en un 30% o 40%.
Así las cosas, llenar la olla será cada vez más dificultoso para las familias trabajadoras, por lo que adquiere vital importancia organizarse y luchar para recomponer los ingresos populares, mediante un salario equivalente a la canasta familiar, aumentos salariales indexados a la inflación mensual y trabajo genuino. Desde el Partido Obrero en el Frente de Izquierda nos concentramos en reforzar esta pelea y darle proyección política, a la vez que planteamos la necesidad de impulsar un programa integral que concentre en manos de los trabajadores los recursos estratégicos del país, como el comercio exterior y la banca. Vamos al plenario del 17 de junio a deliberar con las y los luchadores una salida en beneficio de las grandes mayorías.
Sofía Hart
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