El conflicto entre la Unión Europea y las farmacéuticas Pfizer y AztraZeneca continúa. El problema radica en que ambas empresas admitieron problemas en la producción de las vacunas contra el coronavirus y atrasos en los tiempos de entrega pactados. En el caso de AztraZeneca, a quien la UE compró 300 millones, reducirá la provisión en un 60% en el primer trimestre, lo que derivó en allanamientos a las plantas del laboratorio y pedidos de cerrar la exportación de las dosis. Es un caso testigo de la especulación capitalista en torno a la producción de la vacuna y de la guerra comercial que enfrenta a las potencias imperialistas.
El meollo del problema es que el puñado de farmacéuticas que ha desarrollado patentes para producir la vacuna no pueden suplir la alta demanda internacional, lo que no ha desalentado la firma de contratos secretos multimillonarios con los Estados en los que vendieron más de lo que podían abastecer. Ahora, vemos los desfasajes en los planes anunciados y el ritmo real de vacunación. Vale tener presente que AstraZeneca, envuelta en el conflicto con la Unión Europea por el atraso en la provisión comprometida, es el líder mundial en cantidad de acuerdos previos a la compra, ofertando nada menos que 1.520 millones de vacunas.
En nombre de preservar la propiedad intelectual y el patrimonio de investigación, los laboratorios se niegan a vender sus patentes para que las dosis puedan ser fabricadas por otras compañías y en otros países, y acaparan toda la demanda mundial. La monopolización de la vacuna contra el Covid-19 se refuerza además por la confidencialidad de los contratos firmados con los Estados, lo cual permite mayor especulación en el precio de venta, motivo por el las mismas empresas han vendido dosis con diferencias de hasta 100% en su precio -a pesar de que los costos de producción son los mismos. Esos contratos leoninos incluyen blindajes jurídicos ante los posibles efectos adversos de las aplicaciones, y la disposición de que cualquier conflicto será dirimido en los tribunales internacionales. Todo el negocio, sin riesgo de pérdida.
Es la frutilla del postre de una pandemia que ha sido extraordinariamente redituable para las grandes farmacéuticas, cuya cotización en bolsa incrementó su valor de mercado en casi 90.000 millones de dólares en 2020. Moderna, por ejemplo, tuvo una ganancia sideral de casi 600% en su cotización de mercado, pasando de 7.600 a 45.350 millones de dólares.
En este cuadro, y ante dificultades de abastecimiento desde el inicio de la pandemia -como sucedió con los barbijos N95-, ha cobrado cada vez más relieve el planteo de una suspensión de todas las patentes alusivas a medicamentos y elementos de protección contra el coronavirus a nivel global. Es un reconocimiento de que el problema para afrontar la pandemia es efectivamente la producción capitalista. Revela además los resultados de décadas de desmantelamiento deliberado de la investigación pública y estímulos al desarrollo privado. Esto, cuando las farmacéuticas gozan de acceso libre a las investigaciones realizadas en los laboratorios públicos o universitarios pero carecen de la obligación de compartir sus propios resultados, y menos aún los beneficios por patentar y vender los medicamentos resultantes.
El otro aspecto fundamental es la carrera imperialista por aprovisionarse de las vacunas. Lo ilustra el caso de Canadá, que negoció dosis por una cantidad equivalente a cinco veces su población. De hecho, en todo el mundo ya se han reservado 8.490 millones de dosis, lo que sería suficiente para abastecer a más de la mitad de la población mundial (contando dos aplicaciones), pero sin embargo dos tercios de los países se encuentra rezagado, con perspectiva de recibir sus primeros cargamentos recién desde el año próximo. De las 87 millones de dosis distribuidas en enero en todo el mundo, 69 millones se concentraron en Estados Unidos, la Unión Europea, el Reino Unido y China (Bloomberg, 29/1).
Las amenazas de la Unión Europea, a partir de los retrasos en el aprovisionamiento, de cerrar las fronteras a la exportación de las vacunas, y la denuncia de que AstraZeneca prioriza en la distribución al Reino Unido por ser una empresa de origen británico, sacan a relucir que el telón de fondo de los conflictos es la guerra comercial que caracteriza actualmente al mercado mundial y se expresa de lleno en la comercialización de la vacuna. La presunta solución a la pandemia se convierte así en parte del botín por el que pujan los Estados, en defensa de sus capitales.
Esta crisis relega aún más a la Argentina, que apenas recibió el 10% de las dosis prometidas por el gobierno de Alberto Fernández para enero. Esto no absuelve, sino que confirma, el fracaso sanitario de la política oficial, carente de toda medida de prevención -empecinado en la reapertura de las escuelas sin garantizar condiciones para ello- y ajustando a la salud a la espera de que la vacunación permita superar la crisis sanitaria. Es una política criminal. Por lo demás, un gobierno de rodillas ante los requerimientos del FMI es incapaz de modificar la inserción semicolonial de nuestro país en el mercado mundial.
Tenemos entonces que el capitalismo no solo creó las condiciones para esta devastadora pandemia de coronavirus, sino que además es incapaz de ofrecer una salida, porque bloquea la aplicación del desarrollo de las fuerzas productivas para otra cosa que no sea la ganancia y la especulación en base a la monopolización de la producción. La crisis en torno a la vacuna es el mejor retrato de la actual etapa de decadencia del capitalismo.
Lucía Cope
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