jueves, 22 de agosto de 2019

Semana negra: guerra comercial, recesión y caída de las bolsas



Las perspectivas de una recesión asoman cada vez con más fuerza

Nuevas luces de alarma empiezan a encenderse en la economía mundial. El Bundesbank (banco central germano) admitió ayer que Alemania podría caer en recesión a partir del tercer trimestre. El desinfle de la primera economía europea amenaza con contagiar al resto del continente. Alemania admite que está preparada para inyectar 50.000 millones en su economía y consejeros del Banco Central Europeo (BCE) debaten sobre un nuevo paquete de estímulos para septiembre, para contrarrestar los nubarrones, que llegan de quien venía siendo históricamente la locomotora del continente europeo.
La crisis se concentra en lo que es el corazón de la economía germana, la industria, muy dependiente de las exportaciones y que precisamente por ese motivo, es extremadamente vulnerable a la guerra comercial que viene subiendo en intensidad. Esto vale en especial para la industria del automóvil afectada por la caída de sus ventas tanto a Estados Unidos como a China, lo que se combina con el impacto del Brexit y las tendencias a la desintegración al interior de la propia UE y que se suma a restricciones en el uso de motores diesel y otras trabas comerciales. El mercado laboral ha caído. En junio se crearon solo 1,000 empleos nuevos con una baja muy importante respecto del promedio de los últimos cinco años, ya que una serie de compañías importantes han comenzado a introducir trabajos a corto plazo. Esto repercute en los bancos que se encuentran financieramente comprometidos con carteras de deudores morosos y activos tóxicos. Este listado de instituciones financieras está encabezado por el Deutsche Bank, el banco número uno de la nación germana.
El ministro de Finanzas alemán, Olaf Scholz, planteó el lanzamiento de un paquete de estímulos similar al desplegado durante la crisis financiera de 2008. Toda una señal a 11 años de la caída de Lehman Brothers. La economía europea ha entrado en terapia intensiva. "Este año la zona del euro es el ejemplo perfecto de la ley de Murphy; todo lo que podría salir mal está saliendo mal, en lugar de un verano tranquilo, estamos ante una tormenta perfecta”, dice el último informe de Bank of America (BofA) & Merrill Lynch Global Research.
A la preocupación de Alemania se suman las dudas por Italia cuya industria está estancada en la última década y está en las puertas de una recesión en medio de una gran inestabilidad política. Ni que hablar de Gran Bretaña, envuelta en una enorme crisis política, que no puede salir de la encrucijada desatada por el Brexit que amenaza conducir al Reino Unido a un retroceso histórico.

China y Estados Unidos

Las perspectivas de una recesión asoman cada vez con más fuerza. China y EE. UU. también planean medidas para sortear la desaceleración.
Pekín cambió esta semana el mecanismo con el que determina sus tipos de interés para impulsar el acceso al crédito de empresas y familias. Esta medida supone en la práctica una reducción del coste de los préstamos y se suma a la inyección de masa monetaria que el banco central del gigante asiático ha introducido en su economía. De todos modos, eso es jugar con fuego ya que China está sentada sobre un endeudamiento explosivo. Las autoridades chinas venían intentando desactivar esa bomba de tiempo pero se han visto obligadas a desandar sus pasos en medio de una declinación de su actividad económica.
Al mismo tiempo, este relajamiento monetario tiene el propósito de devaluar el yuan con la mira puesta en la guerra comercial con Estados Unidos, apuntando a contrarrestar el aumento de los aranceles y las represalias comerciales dispuestas por Washington. Un salto de la marcha de la crisis mundial consiste en que a la guerra comercial se le ha sumado la guerra de divisas. Hemos entrado en un ciclo de devaluaciones competitivas, que aceleran las tendencias a una fractura y dislocamiento de la economía mundial.
El riesgo de recesión se cierne sobre la propia economía estadounidense. Uno de los indicadores que ha despertado la atención de los analistas es que el rendimiento de la deuda pública a dos y diez años en los Estados Unidos y el Reino Unido entró en territorio negativo, la primera vez que esto sucede en los Estados Unidos desde 2007, o sea, desde el período previo al estallido a la crisis financiera mundial de 2008. La curva invertida de rendimientos que terminó de desembarcar en territorio norteamericano es considerada como uno de los indicadores más precisos de recesión, ya que los inversores buscan un "refugio seguro" en bonos a más largo plazo, elevando su precio y bajando su rendimiento. Bajo estas condiciones, el rendimiento de la deuda pública a largo plazo es inferior al de los bonos a corto plazo.
En este contexto, los mercados bursátiles estadounidenses experimentaron la semana pasada su mayor caída en el año. El Dow terminó con una caída de 800 puntos, o sea, un 3 por ciento, el SEP 500 un 2,9 por ciento y el índice Nasdaq de tecnología pesada, más de un 3 por ciento.
En la base de esto están no sólo las tendencias recesivas sino la constatación y el convencimiento que se va apoderando de los operadores de que los paquetes de estímulo monetario y fiscal no están en condiciones de revertir este proceso. Más aún que terminan convirtiéndose en un factor de su agravamiento.
La FED viene de reducir las tasas de interes en 0,25 por ciento y ha anunciado nuevas disminuciones. Sin embargo, esta disminución no ha tenido un impacto en la economía que es lo que explica el nerviosismo de Trump, quien reclama acelerar los ritmos de la rebaja. La economía norteamericana está en un desinfle y la guerra comercial, lejos de las ventajas que pregonaba el magnate, ha socavado la economía estadounidense, encareciendo los productos de consumo masivo importados, los costos industriales y provocando el cierre de mercados, empezando por los de los productos agrícolas. La recuperación económica provocada por la rebaja impositiva se ha agotado hasta tal punto que se empieza a hablar de un nuevo paquete, aunque eso choca con el endeudamiento sideral que ya tiene el gobierno federal, los estados (provincias) y los municipios -en muchos casos con sus finanzas quebradas-, a lo que habría que agregar el gran endeudamiento del sector privado. La deuda norteamericana de conjunto más que duplica su PBI.
La Casa Blanca intentó detener la caída en los mercados al postergar la introducción de nuevos aranceles en productos adicionales. También extendió el plazo a las proveedoras norteamericanas de Huawei para que corten sus suministros y empezar a poner en práctica las sanciones económicas a las empresas que comercialicen con la tecnológica china.

Crisis política

La crisis mundial capitalista hace su trabajo inexorable de topo. Estamos frente a una declinación de la tasa de ganancia. Y esto explica la caída de la inversión en la economía real que pavimenta el camino a una nueva recesión.
Esta semana, se publican los primeros informes de beneficios de las empresas estadounidenses para el segundo trimestre de 2019. Y parece que habrá la primera caída de ingresos totales desde la mini-recesión de 2016.
Mucho se ha hablado de los grandes beneficios de las empresas de alta tecnología, las llamadas FAANGS. Pero esto oculta la situación de la mayoría de las empresas estadounidenses. Las que tienen un valor de mercado de 300 a 2 mil millones de dólares parece que van a experimentar una caída del 12% en las ganancias en comparación con hace un año después de una caída del 17% en el primer trimestre de 2019. Las pequeñas y medianas compañías estadounidenses están sufriendo una fuerte caída de ganancias (Michael Roberts, Sin Permiso, 12/7).
Incluso para las grandes empresas los beneficios no son tan buenos como parece pues las ganancias por acción han sido fogoneadas por la recompra de sus propias acciones (mismos ingresos pero con menos acciones disponibles). Las empresas de EE.UU. invirtieron más de 1 billón de dólares en la compra de sus propias acciones el año pasado -lo que habla también del parate creciente en concepto de inversión productiva.
La marcha de la bancarrota capitalista explica el derrumbe de los sistemas de dominación política tradicionales y la emergencia de formas de gobierno bonapartistas pero también explican el deterioro de estos. Las tentativas de armar regímenes fuertes y de excepción, por encima de las instituciones tradicionales tropiezan con escollos crecientes. Llamados a pilotear la crisis, terminan prisioneros de ellas. Aunque todavía falta para las elecciones, las encuestas indican que Trump perdería los comcios frente a los candidatos demócratas, ya sea Joe Biden o Bernie Sanders Un aviso de ello fue la elección de medio término, donde Trump perdió la mayoría de la cámara de Diputados.
Esta apreciación vale para el magnate norteamericano pero también para otras tentativas de otro signo como la que encarna Xi Jinping y hasta el propio Putin. Las tendencias a la crisis de regímenes políticos van unidas a ataques en regla contra los trabajadores que apuntan a descargar el peso de la crisis capitalista sobre la población, lo cual, a su turno, es el caldo de cultivo de rebeliones populares. Ahí tenemos como botón de muestra la movilización multitudinaria en Hong Kong o la ola de protestas que sacude Moscú.
Ni qué hablar el impacto que esto tiene en los países emergentes. El panorama mundial que aquí destacamos revela la quimera y el callejón sin salida que representa los planes devaluatorios que propone Alberto Fernández. El macrismo reveló su ceguera y falta de realismo al prometer una "lluvia de inversiones”. Lo mismo puede extenderse ahora a los F-F. Ya han fracasado tres devaluaciones que no recompusieron la competitividad capitalista sino que agravaron el descalabro y que resultan más inútiles en el cuadro de fuga de capitales de los emergentes, guerra comercial y de monedas que ha pegado un nuevo salto estas útimas semanas.

Pablo Heller

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