martes, 27 de agosto de 2019

Coto y la crisis: “En 2001 la patronal quería que le pegáramos a la gente que pedía comida”



El testimonio de trabajadores que vivieron la crisis desde adentro dan cuenta de que la violencia y el desprecio por la vida de los pobres, es marca registrada de Alfredo Coto.

Juan recuerda que Alfredo Coto llegaba a las sucursales en su propio helicóptero. “Así recorría las sucursales, en helicóptero o en sus autos blindados”, cuenta Juan. La crisis económica ya podía sentirse, pero el señor ostentaba toda su fortuna. “Se veía un derroche de plata…”
Empezó a trabajar en Coto en el año 2000 y aguantó hasta 2007. Las condiciones laborales eran malas. Empezó como cadete, siguió en atención al cliente en el sector de electrodomésticos y después pasó a mantenimiento. Se fue harto del maltrato y de los abusos. Harto del maneje que le hacían con los horarios. Los obligaban a hacer horas extras. Había días que entraba a las 9 de la mañana y no sabía a qué horario podría volver a su casa.
“El clima laboral era de presión constante”, cuenta. Una vez Coto amenazó con reducir la jornada laboral por mermas en las ventas. “Los aprietes siempre eran a causa de las mermas de los sectores ‘non food’, por ejemplo ferretería y bazar. También cuando se rompían cosas o faltaban, el jefe de sector tenía que firmar un vale. En el almacén si algún precio no era igual al de caja pagaba la diferencia el jefe de sector. Por ende nos apretaban los mismos jefes”.
“El día del intento de saqueo no pude ingresar, fue llamar a la sucursal y que me digan que no vaya, porque afuera era un caos, muchísimo público, con mucha policía reprimiendo. El personal jerárquico se había quedado a dormir adentro. Creo que fue el 20 de diciembre del 2001”, cuenta Juan.
Juan recuerda que a medida que avanzaba la crisis, comenzaron a venderse mucho más los productos marca Coto. Pero esta no fue la única forma en que el empresario aprovechó la miseria para engordar sus bolsillos. Por ese entonces, la misma empresa “creaba desabastecimiento de productos. Acopiaba mercadería y la sacaba con distintos precios al pasar los días. En esos días de ambiente de saqueo no me quedé jamás. Pegarle a uno de los míos no es defender mi fuente laboral”.

“Ni hasta los más Smiders”

Esa era la extorsión. Para “cuidar la fuente laboral”, les decía la patronal de Coto a sus trabajadores, mientras intentaba convencerlos de que agarraran los palos de hockey, los fierros y todo tipo de objeto contundente que ponía en sus manos para repeler los intentos de saqueo.
“En el 2001 nos daban palos porque querían que defendamos el negocio de noche. Querían que vayamos ahí y que hagamos una barricada para aguantar a la gente que iba a buscar comida. Mirá si le íbamos a pegar a los nuestros…” cuenta Luis, otro laburante de Coto que recuerda esa época. “En ese momento se acercaba la tarde, la hora del cierre y ya veías que iban llegando los palets, empezaban a tapiar las puertas, decían que a la noche iban a venir. Habían traído creo que eran cabos de masas y nos querían repartir eso para ver si nos quedábamos a la noche para ‘defender la fuente de trabajo’. Tomátela, yo me voy a mi casa con mi vieja, les dije. ¿Cómo le voy a decir a mi vieja que me quedo a pegarle a la gente que viene a buscar comida?. Dejate de joder, eso le dije a un jefe. Y no se quedó nadie, lo que eran empleados, nadie. Ni hasta los más Smiders. Los jefes nomás se querían quedar... un asco me dan”.
Carlos entró a trabajar a una sucursal de Coto de Flores, en 1999. Aguantó hasta 20005. “El sueldo era de 200 pesos, casi que vivíamos de las propinas de la gente, cuando nos daban algo”, cuenta. “Un espanto, todo maltrato, acoso y gran abuso de poder de los jefes y gerentes. Lo peor que viví fue para la época de las fiestas, que no paraban de llegar camiones para recibir la mercadería. Nos obligaban a estar más de 14 o 15 horas ahí adentro, ir a descansar dos o tres horas y volver a la jornada porque había que abastecer todo porque los ’clientes estaban primero’. Nos pusieron en un cuartito para hacer una reunión con los jefes de auditores, los auditores, los jefes, los gerentes, explicando todo eso de que los clientes estaban primero y que nosotros teníamos satisfacer al cliente todo el tiempo. Nos decían que las horas de descanso venían después, que nos tomábamos un franco o algo así cuando pasara todo el quilombo de las fiestas. Encima yo vivía cerca de la sucursal y me tocaba siempre la peor parte”, recuerda.
“A Alfredo lo conocí en una recorrida que tuvimos. Un soberbio. Vino y se presentó. Ya lo conocíamos todos obviamente y nos trataba de pibitos. ‘Eh bueno pibes mantengan todo acá ordenado, que esto tiene que estar impecable, siempre para el cliente’.. De che pibe me trató, a mí y a todos los que estaban ahí”.
“Yo era cadete de líneas de cajas y envíos a domicilio. En el 2001 fue un caos todo. Mucha paranoia, la gente con hambre, sin plata, sin recursos, todos venían a pedir de buena manera y solo encontraban respuestas negativas. Los camiones que transportaban la mercadería venían de noche con custodia para evitar robos y en el salón de ventas solo se ponían las cosas básicas y a punto de vencer”, detalla Carlos.
“El tema de tapar ventanas, dormir en el salón de ventas y los palos es verdad porque lo viví en carne propia, no me dejaron volver a mi casa para hacer de matón. Decían que si llegaba a entrar la gente, defendamos la sucursal a más no poder... Con palos, pesas y sin importar nada. ‘Cáguenlos a palos’”.

No importa nada

Los trabajadores que brindaron su testimonio repudiaron con vehemencia la violencia con que dos custodios golpearon a Vicente, el jubilado que se llevaba mercadería sin pagar de una sucursal del barrio porteño de San Telmo.
Pero esto que sucedió no es nuevo ni un hecho aislado. En sus años de trabajo, Juan vio “mucha violencia con la gente que se intentaba llevar mercadería, mismo personal de seguridad de Coto haciendo ‘bailar’ a pibes en su oficina”.
Juan recuerda dos episodios que no podrá borrar jamás de su cabeza. Una vez, un compañero suyo fue asesinado por la policía de un balazo en la cabeza, a la salida de un boliche. Lo fusilaron. Coto no cerró sus puertas y los obligó a todos a trabajar. Otra vez, en el mismo supermercado, un camión aplastó a otro compañero suyo contra una pared. “Lo reventó. La empresa jamás cerró sus puertas. Taparon el cadáver que estuvo horas ahí. En el piso estaba el hombre muerto y a metros se seguía vendiendo comida”.
La vida de la gente solo importa para Coto si tienen algún billete para ser consideradas clientes. Lo demás, no importa nada.

Juana Galarraga
@Juana_Galarraga
Lunes 26 de agosto | 23:32

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