viernes, 30 de agosto de 2019

Cumbre del G7, entre dos semanas negras



La cumbre se da en medio de un agravamiento de la crisis capitalista mundial

Todo fueron sonrisas y abrazos durante las jornadas de G7 en Biarritz. Esta vez no hubo tuits insultantes ni descalificaciones públicas, ni cruces subidos de tono entre los mandatarios como ocurrió en el cónclave anterior de Canadá. Trump guardó las formas.
Emmanuel Macron, en su calidad de huésped, recibió el elogio de la prensa francesa por la capacidad que había exhibido para actuar como piloto de tormentas y devolver a Francia -destacaron- un papel central de “mediador” y protagonismo en las relaciones internacionales. El presidente de Francia tuvo su día de gloria, lo cual, de todos modos, sirve apenas de consuelo cuando su gobierno viene a los tumbos, su popularidad en picada, acosado en todos los frentes, empezando por los "chalecos amarillos".
Uno de los logros que se pondera de la cumbre es que se salió con una declaración común, lo que revela cuán bajo ha caído la vara puesto que se termina considerando un éxito la firma de un texto, aunque el mismo no pasa de fórmulas vagas y anodinas, mientras la tensión aumenta.

Guerra comercial y monetaria

Por más puesta en escena que haya, la cumbre se da en medio de un agravamiento de la crisis capitalista mundial. El escenario internacional está surcado por una intensificación de la guerra comercial, a la que se ha agregado el condimento de la guerra monetaria, una desaceleración de las principales economías en el mundo, una recesión en puerta y estallidos en los países emergentes.
Biarritz deliberó en medio de un nuevo salto en el enfrentamiento entre Washington y Pekín. Antes del arribo a Francia, Trump venía de plantear que ordenaría el retiro de las corporaciones norteamericanas del gigante asiatico. Las incendiarias declaraciones del magnate habían llegado después de que Pekín anunciara nuevos aranceles del 5 y el 10% a productos estadounidenses por valor de 75.000 millones de dólares (67.500 millones de euros) y la aplicación de otros de hasta el 25% a los automóviles de Estados Unidos, a los que había dejado exentos previamente como muestra de buena voluntad. A su vez, la iniciativa de Pekín era la respuesta a la decisión de Washington de este agosto de aumentar el gravamen sobre cerca de 300.000 millones de dólares de sus compras a China.
Cuando transcurrían las deliberaciones de la cumbre, ambas partes optaron por bajar la tensión. Pero esto no pasa de una tregua que, por ahora, se circunscribe a las declaraciones públicas.
Entretanto, la crisis no se detiene. La moneda china, el yuan, ha respondido ante el horizonte de nuevos aranceles con un fuerte descenso y su cotización ha tocado su valor más bajo en once años frente al dólar, superando la barrera de los 7 yuanes. La guerra monetaria ha entrado definitivamente en escena lo cual abre un nuevo capítulo de la crisis con el ingreso a un ciclo ingobernable de devaluaciones competitivas, que aceleran la fractura y el freno de la economía internacional.
Si los europeos pretendían usar el espectro de la recesión global para persuadir a Trump de frenar la guerra comercial con China, el resultado es absolutamente desalentador.
Más bien el que sacó la principal tajada fue Washington. Sus socios occidentales no sólo se cuidaron esta vez de confrontar con Trump sino que, presionados por los nubarrones que asoman en la economía mundial y que están pegando de lleno en sus propias fronteras, buscaron poner paños fríos y ceder frente a los diferendos comerciales que tienen con la Casa Blanca.
Macron retrocedió en su proyecto de “tasa Google”, consistentente en imponer un impuesto a las tecnológicas que son, mayoritariamente, de origen norteamericano. Washington viene de lograr una mayor apertura del mercado interno japonés a los productos yanquis, así como la promesa de Angela Merkel, preocupada por las represalias arancelarias que pesan sobre los fabricantes alemanes (y la caída de las exportaciones de automóviles a Estados Unidos que ya se registran como resultado de la desaceleración económica internacional), de avanzar "lo más rápido posible" en cuanto a la conclusión de un acuerdo comercial entre la Unión Europea y los Estados Unidos.
Por encima de las diferencias que separan a Estados Unidos de sus socios occidentales, todos ellos no dejan de mirar con recelo a China y buscan acotar su creciente influencia económica y política en el plano internacional. No ha pasado desapercibida la presencia en la cumbre del primer ministro hindú, que no puede obviar el hecho de que India oficia como principal dique de contención de China en el continente asiático y en momentos en que se ha agudizado hasta el extremo el enfrentamiento entre la India y Pakistán -aliado de China en la región- por Cachemira.
La lista de invitados incluyó al gobierno de Australia, uno de los principales aliados de Washington en la región y que viene alentando un reforzamiento de las alianzas en el Pacífico contra el gigante asiático, del gobierno egipcio y sudafricano que, de acuerdo con ciertos analistas, apuntan a contrarrestar la injerencia china creciente en Africa, en lo que antes fue un coto colonial cerrado e indiscutido de Occidente.

Todos contra todos

En este contexto, en el que hay poco o nada para festejar, la prensa ha destacado un avance en lo que se refiere al conflicto con Irán. La sorpresa de la cumbre ha sido la visita y entrevista del ministro de Asuntos Exteriores de Irán con el presidente francés, quien habría sido el gestor de esta movida audaz. El caso iraní está muy lejos, sin embargo, de resolverse, ni siquiera puede hablarse realmente de una distensión. Trump manifestó su voluntad de reformular los términos de un acuerdo nuclear, del cual Washington se retiró. Lo cual debe ser tomado con pinzas más viniendo del magnate que viene dando volantazos permanentemente, en particular en la política exterior. “Nada está hecho, las cosas son eminentemente frágiles”, se apresuró a añadir Macron, prueba de la falta de garantías de las negociaciones concluidas en el marco de esta cumbre.
En medio de ese clima enrarecido no podían faltar los choques internos entre las potencias europeas. La cumbre estuvo surcada por las consecuencias del Brexit en momentos que el primer ministro británico Johnson amenaza con una salida no amigable en las negociaciones sobre el retiro de Gran Bretaña de la Unión Europea, desconociendo los 30.000 millones de euros que reclaman sus ex socios en concepto de resarcimiento por su retiro de la comunidad. Entretanto, Trump no deja de meter la cuchara ofreciendo la conclusión de un "gran acuerdo comercial" después del Brexit con Gran Bretaña.
Estados Unidos viene haciendo un trabajo implacable para oradar a la Unión Europea. Trump no se priva de utilizar a Rusia como cuña contra las naciones europeas. La cumbre de Biarritz fue nuevamente el escenario para un pedido norteamericano de reincorporar a Rusia al G7, del que fue excluida luego de la ocupación de Crimea. Si bien la propuesta no prosperó, volvió a notarse la falta de homogeneidad de las potencias europeas, muchas de las cuales defienden una reconciliación con el régimen de Putin. Del mismo modo, el abandono de Estados Unidos del acuerdo con Irán es un tiro por elevación contra Europa, desde el momento que las sanciones económicas que alienta Estados Unidos contra las empresas que mantengan vínculos económicos con la nación persa, afectan primordialmente las inversiones europeas cuyo volumen ha crecido aceleradamente a partir del pacto.
Como si no fuera suficiente, a los choques se le unió el estallido por los incendios en el Amazonas. Dicho episodio disparó la división existente, esta vez, entre los propios socios de la Unión Europea, en lo que se refiere al acuerdo de la Unión Europea-Mercosur. Macron planteó que Francia se negaría a firmar dicho acuerdo comercial por la supuesta negativa del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, a tomar medidas contra los incendios en la selva amazónica. Pero la medida francesa provocó la oposición de Alemania porque se espera que sus compañías automotrices se beneficien del acuerdo que aún no ha sido ratificado por los parlamentos de la Unión Europea. Angela Merkel dijo que no concluir el acuerdo comercial "no era la respuesta adecuada a lo que está sucediendo en Brasil en este momento".

Perspectivas

El G7 se estableció en 1975 como un mecanismo para desarrollar la colaboración y cooperación económica internacional frente a lo que fue, hasta ese momento, la recesión más severa desde el año '29. Está a la vista que la posibilidad de coordinación no existe. Esto se constató también en Jackson Hole (Wyoming), donde los principales banqueros centrales mundiales se dieron cita y sesionaron en paralelo a Biarritz. Allí también se salió con sabor amargo, pues quedaron en evidencia las rivalidades crecientes entre los Estados y el ingreso a una fase más aguda de guerra monetaria. Al mismo tiempo que los asistentes reconocían que la perspectiva de una recesión era más cercana y anunciaban que muy posiblemente habría que apelar a más medidas de estímulo, aunque no eran muy optimistas sobre su eficacia.
Los resultados de ambas cumbres fueron recibidos con una segunda caída de las bolsas. Una segunda semana negra, que coincide con la que estamos atravesando en Argentina.
El panorama aquí expuesto revela el callejón sin salida de los planes devaluatorios que propone Alberto Fernández. Las tres devaluaciones últimas no repusieron la competitividad capitalista sino que acentuaron el descalabro económico. Con más razón ahora, que entramos en un escenario de guerra monetaria y en un ciclo de devaluaciones competitivas, en un marco en que asistimos a un salto de las tendencias recesivas y una intensificación de la guerra comercial.

Pablo Heller

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