Mientras los candidatos y asesores exponen sus planes acerca de “dolarizarse” o “hacer frente a la cuestión de las Leliqs”, la crisis económica y política hace su trabajo implacable para desencadenar todas esas ´salidas´ de otro modo – por medio de una corrida cambiaria y, hasta cierto punto, también bancaria.
A nadie escapa que la corrida que ha llevado los dólares que se obtienen a través de la compra de títulos a los 900 pesos es la consecuencia de una fuga generalizada de la moneda nacional. En el último mes, los bancos han perdido 80.000 millones de pesos de depósitos a plazo fijo, que se han destinado a la compra de dólares financieros o paralelos. La posibilidad de elevar la tasa de interés de esos depósitos en pesos no solo es descartada por temor a agravar la recesión económica. Además, sería inútil, porque ningún interés compensaría a la escalada inflacionaria y devaluatoria que se sabe inminente. Lo mismo ocurre con los “pasivos remunerados del Banco Central” (Leliqs y pases) cuya tenencia han comenzado a reducir los bancos privados a cambio, otra vez, de recuperar liquidez para la compra de dólares. Un desestimiento masivo de renovaciones de Leliqs constituiría el pasaporte definitivo a la hiperinflación. Ese camino, sin embargo, ha comenzado, porque su renovación choca con los temores de un “plan Bonex” o una licuación. Para preservarse de la hiper, los bancos terminan promoviendo la hiper –es la dinámica propia de una crisis monetaria y cambiaria terminal.
En este cuadro, Sergio Massa hizo un llamado desesperado a “sus bases”, la gran patronal agraria e industrial que ha sido beneficiada en todo este tiempo con los dólares “especiales” – los “dólares soja” para las grandes cerealeras, de un lado, y los “dólares superbaratos”, del otro, para la gran industria importadora.
Los diarios informan de las gestiones oficiosas de Massa para lograr que las cerealeras aceleren sus liquidaciones. El Banco Central sólo dispondría de 1.500 millones de dólares para afrontar los quince días de corrida que se esperan hasta las elecciones, además del temido “lunes siguiente”. A la cuarta versión del dólar soja, el gobierno le ha añadido el “dólar Vaca Muerta”, que habilita a liquidar la cuarta parte del monto de las exportaciones petroleras a la cotización de los dólares financieros. En puerta, están el “dólar minero” y también el “dólar Pyme”. Es un modo sinuoso de avanzar en una devaluación general. Mientras tanto, el dólar de 350 pesos permanece para los importadores, lo que constituye un gigantesco subsidio al gran capital industrial que compra materias primas afuera. De todos modos, esas importaciones subsidiadas ni siquiera se pagan, y engrosan una deuda externa comercial que algunos ya calculan en los 40.000 millones de dólares. El subsidio al capital que implica la brecha entre el dólar oficial y los crecientes dólares “especiales” de exportación es otra factura gigantesca en favor del capital, al igual que la que paga el Banco central por la compra de los desvalorizados títulos de la deuda en pesos. La gran carga de emisión que ha financiado estos rescates al capital -varias veces superior al “paquete social” de Massa- pretende ser licuada con una megadevaluación y una hiperinflación.
A pesar de las ruegos de Massa, las cerealeras han mirado para otro lado: esperan una devaluación hecha y derecha, que debería superar lo que obtienen hoy con el “dólar soja 4”. Pero también esperan a otro gobierno, aunque sin la menor claridad respecto del rumbo que seguirán los seudolibertarios.
La clase capitalista se ha abocado a su propio sálvese quien pueda, para preservarse del derrumbe de su propio régimen social. Las consecuencias de esta crisis sobrepasan al proceso electoral y a sus candidatos, que deberán enfrentar una conmoción social sin precedentes.
Marcelo Ramal
06/10/2023
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