En el gobierno de Alberto Fernández celebran la tenue recomposición de las reservas internacionales del Banco Central en los últimos dos meses. Pero vale preguntarse, ¿de dónde salieron esos dólares? Los datos oficiales sobre el comercio exterior -la única vía de acceso a divisas por estar excluido del crédito internacional- muestran que el superávit comercial depende de sostener el planchazo a las importaciones, lo cual tiene el efecto de profundizar la recesión industrial.
Según el Indec, a noviembre de 2020 la contracción del total de las importaciones en los primeros once meses del año fue de 16,3% interanual. Mientras Martín Guzmán y los suyos simulan cuidar los dólares mediante restricciones a la compra de «bienes suntuarios» en el extranjero, si se desagregan aquella cifra vemos que lo que explica ese descenso es una caída del 16,6% de los bienes de capital, del 29,1% de los accesorios para bienes de capital, y -menos marcada pero de fuerte impacto total- del 4,4% en bienes intermedios, mientras que las compras de combustibles y lubricantes cayeron un 39,3% en el marco de la pandemia. Los bienes de consumo apenas decrecieron un 5,9% y si bien la importación de automóviles se hundió un 35,1% su incidencia general es bastante menor.
La actividad productiva de la industria nacional depende en gran medida de la compra de esos insumos en el exterior. Como esa demanda consume dólares, que escasean en la arcas del Central, y así como el supercepo cambiario incluye una obligación a las empresas para que reestructuren más de la mitad de sus deudas en moneda extranjera, el gobierno también recurrió al bloqueo de las importaciones claves para la industria del país en función de garantizar el repago de la deuda -a costa de sostener el parate de la actividad.
En conclusión, la recesión industrial es parte del precio a pagar por el rescate de la deuda externa. Por eso es una falacia el lema de la gestión de Alberto Fernández de cumplir los compromisos financieros «con crecimiento». Finalmente, las divisas que no se pierden por la fuga de capitales se escurrirán por la vía del pago de vencimientos. La inversión productiva, por lo tanto, seguirá en picada. Por otro lado, las altas tasas de interés que el gobierno paga a los bancos por las Leliq y pases pasivos del Banco Central -una bola de nieve que creció el año pasado nada menos que un 130%- acicatean el parate productivo por el encarecimiento del crédito en un cuadro de caída del consumo.
Un aspecto de esta política es la creciente reprimarización productiva de la economía nacional, lo cual tiene por efecto una profundización de la estructura colonial del país y una mayor dependencia de las potencias imperialistas. El acuerdo que se negocia con el FMI dará expresión política concreta a esta subordinación. Un dato contundente es que, de nuevo según la información del Indec, las cantidades de las exportaciones industriales se desplomaron un 38,6% en los primeros once meses de 2020. En la composición de los complejos exportadores, las manufacturas de origen industrial apenas representaron un 24% -contra un 29% del año anterior. Ello se agrava por la contracción del mercado brasileño, principal comprador de productos industriales de nuestro país, y deriva en una mayor dependencia de las compras primarias de China.
Incluso se si miran los datos del organismo sobre este sector para noviembre, que marcó el mejor nivel de actividad en 16 meses, se puede apreciar un dato muy sugestivo: en 9 de los 12 grandes rubros fabriles la producción creció más que la utilización de la capacidad instalada, y en general la recuperación de la producción tras la cuarentena se llevó adelante con menos personal. Es decir que la débil reactivación se basa en una mayor productividad, pero con baja inversión. Los platos rotos, por supuesto, los pagan los trabajadores con la pérdida de puestos de trabajo y una ofensiva frontal contra los convenios colectivos.
Para emprender un rumbo de crecimiento y desarrollo productivo del país es necesario romper con el Fondo y repudiar la deuda externa que consume el escaso ahorro nacional, de la mano de la nacionalización del comercio exterior y de la banca, para invertir la riqueza en una industrialización de la Argentina que solo puede lograrse sobre nuevas bases sociales, es decir bajo la conducción de la clase obrera.
Iván Hirsch
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