Con la llegada de la vacuna, ha empezado a crecer en el mundo académico y de los negocios la esperanza de que lo peor ya ha pasado y que la economía mundial marcha a una recuperación. El agotamiento de stocks de reservas en China y la presión capitalista para volver al trabajo “esencial” en todo el mundo ha llevado a un aumento de los precios de las materias primas, particularmente de las alimenticias (soja, maíz, carne, etc.). Estos aumentos también se han visto incentivados por la disminución de la oferta debido a factores climáticos circunstanciales (sequía). Pero la segunda ola de la pandemia ha puesto paños fríos a ese optimismo y ha vuelto a colocar un freno y una vuelta atrás con la reapertura de la actividad económica. Pero más allá de ello, esta visión circunstancial tiende a encubrir que estamos ante una crisis de fondo del sistema capitalista, sólo comparable con la del ’29 y que incluso tiene una dimensión superior a aquella. El mundo ya avanzaba a una recesión con anterioridad al estallido del coronavirus. La pandemia ha acelerado y agravado esta tendencia.
No estamos ante una crisis pasajera. La economía ha entrado en una depresión. El colapso actual echa sus raíces en contradicciones profundas y explosivas que ya estaban presentes en crisis anteriores y que, lejos de atenuarse y revertirse, se han agigantando, pavimentando el tsunami actual. Al respecto, Nouriel Roubini, conocido como el “Doctor Catástrofe”, por tratarse del economista que predijo el colapso financiero de 2008, viene advirtiendo que marchamos a una «tormenta perfecta». Lejos de un fenómeno transitorio, plantea que marchamos a un proceso prolongado, cuyas huellas se van a sentir durante toda la década. Según Roubini, hace rato que el mundo iba hacia una acumulación de factores financieros, políticos y sociales no resueltos, y el coronavirus solo agregó un problema adicional. Lejos de cambiar su pronóstico por algunos indicadores en ciertas economías desarrolladas, reforzó su perspectiva.
Aunque no descarta algún tipo de recuperación, en la hipótesis de que prosperara, sería débil y no pasaría de un rebote precario que no podría impedir que se abra paso a lo que denomina una “Grandísima Depresión”. Por lo pronto, si bien es cierto que una parte de la población afectada se reintegró a sus trabajos, en la actualidad, hay 11 millones de desocupados nuevos en Estados Unidos con respecto a marzo de 2020. Incluso en el escenario más optimista del Banco Mundial, se prevé que el nivel del producto interno bruto mundial en 2021 será un 5,3% inferior a la proyección prepandémica, lo que equivale a una pérdida de producción de 4,7 billones de dólares. El crecimiento, incluso, podría ser mucho menor. El informe advirtió que si las infecciones continuaban aumentando -la situación actual- y si los despliegues de vacunas experimentaban problemas logísticos -como ocurre ahora-, entonces el PBI mundial podría expandirse sólo en un 1,6 por ciento este año. Si la tensión financiera, causada por el aumento de la deuda, que fue identificada en el informe como un riesgo significativo, condujera a importantes incumplimientos de pago por parte de empresas y gobiernos, la economía mundial podría contraerse de nuevo en 2021. El informe señaló que incluso si la pandemia se controla, su efecto en el crecimiento mundial podría ser «más duradero de lo esperado». La deuda se ha disparado por encima de niveles ya elevados y, aunque los bancos están relativamente bien capitalizados, «una ola de quiebras podría erosionar las reservas bancarias, poniendo a algunos países en riesgo de crisis financiera».
Déficit fiscal y deuda
Roubini destaca, en primer lugar, el factor explosivo que representan los crecientes déficits fiscales, que ascenderían al 10% del PBI mundial o más, haciendo crecer la deuda pública que ya era insostenible. En el último año, éstos equivalieron al 230% del PBI mundial, potenciando los riesgos de default.
Esto pone de relieve que el rescate estatal al que se viene apelando no puede estirarse indefinidamente. Y que la cuerda, de tanto tensarla, se pude romper. La visión de Roubini contrasta con la predominante en los círculos gobernantes que vienen apelando a la ayuda del Estado, apuntando a un salvataje generalizado del capital. Algunos gurúes, por lo general de cuño neokeynesiano como Paul Krugman o Kenneth Rogdof, acompañan este línea de acción, planteando el aumento del gasto público como la gran panacea. Gran parte de la ayuda estatal a los capitalistas se vuelca a la Bolsa, donde las empresas recompran sus propias acciones y elevan artificiosamente los valores de la misma. Se están batiendo récords históricos en los valores de las acciones en el mismo momento en que no solo la economía, sino el sistema político norteamericano evidencia una crisis histórica (golpe de Trump, etc.). Estamos frente a una monstruosa burbuja financiera que, más bien temprano que tarde, volverá a explotar. Apuestan a la implementación de paquetes de estímulo de la economía apuntando a grandes obras de infraestructura, renovando y ampliando la ya existente, que en muchos casos ha quedado obsoleta. Esta salida obvia el hecho que el financiamiento de este paquete se hace cada vez más difícil y hacerlo a través del endeudamiento, tiende a encarecerse y presionar a la suba de la tasa de interés. Esta situación está obligando a los Estados a recurrir a una emisión, pero eso está lejos de ser inocuo, pues está llevando a una depreciación del dólar respecto del oro e incluso a otras monedas. Esto crea la condiciones -como advierte el economista- para un escenario de “estanflación” (estancamiento con inflación). Si persistiera esta tendencia, esto podría culminar en un abandono masivo del dólar y provocaría el naufragio de las relaciones económicas internacionales. La “tormenta perfecta” de la que habla Roubini no tiene nada de fantasiosa.
Este panorama se extiende al sector privado, cuyos niveles de deuda se volverán también insostenibles, lo cual “potencialmente conduce a defaults en masa y bancarrotas”. Recordemos que la deuda corporativa de Estados Unidos asciende a 16 billones de dólares y sacando un puñado selecto de empresas líderes, una mayoría de empresas enfrenta una situación financiera absolutamente vulnerable, y en el caso de muchas de ellas, su deuda ha pasado a ser de alto riesgo y revistan bajo la categoría de empresas zombis, cuyos beneficios no alcanzan para cubrir el pago de sus intereses. El sector privado está lejos de poder actuar como motor de la economía, más bien está pugnando por sobrevivir. Comparado con crisis anteriores, esta vez, la depuración del capital sobrante está llamada a ir más lejos, abriendo paso al escenario de quiebras generalizadas.
Al referiste al sector privado, Roubini incluye a los hogares, advirtiendo que como resultado de la pérdida de puestos de trabajo, suspensiones y paralización de la actividad económica, los niveles de endeudamiento de las familias están llamados a crecer, y eso ya está ocurriendo, aumentando las deudas en las tarjetas, y en el pago del alquiler (hay 6 millones de desalojos en puerta en Estados Unidos, que vienen siendo postergados por la emergencia). La demanda y el consumo privado, por lo tanto, están inhabilitados para oficiar como dinamizador de la economía. Tampoco es prometedor el comercio exterior. Recordemos que Trump, pese a todas sus promesas, no pudo revertir el desequilibrio de la balanza comercial. La introducción de aranceles concluyó trayendo más desventajas que ventajas. Biden va a continuar con la política de su antecesor de represalias comerciales, forzado por el impasse que afecta en primer lugar a Estados Unidos, en su condición de principal potencial capitalista, pero esto está lejos de permitir, como ya se constató en los cuatro años de mandato de Trump, una resurrección de la economía yanqui.
Caída de la tasa de beneficio
A la hora de bucear las causas, Roubini destaca que la crisis, además de causar recesión “también está creando un enorme estancamiento de bienes (máquinas y capacidad que no se utilizan) y de mercados de trabajo (desempleo masivo), a la vez que impulsa un colapso de los precios de commodities como el petróleo y los metales industriales”. “Eso hace que la deflación sea probable, e incrementa el riesgo de insolvencia”. Las tendencias deflacionarias de las que habla Roubini nos remiten a las causas estructurales de la crisis que están presididas por la caída de la rentabilidad capitalista. Como telón de fondo, asistimos a un crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capitales: un excedente de productos y capitales sobrantes que se traducen en una caída de precios y de la tasa de beneficio. Una confirmación empírica de la validez de la ley decreciente de la tasa de ganancia desarrollada por Marx en El capital, que dan cuenta de las tendencias al derrumbe, intrínsecos a la acumulación capitalista. El análisis marxista ha demostrado su realismo y superioridad con respecto los economistas y académicos burgueses, que han demostrado su ceguera y superficialidad en momentos que la economía navegaba en el Titanic».
La crisis capitalista -advierte el Dr. Catástrofe- va a ser descargada violentamente sobre las masas, haciendo retroceder sus condiciones de vida, que se va efectivizar a través del aumento de desempleo y recorte de los salarios. “Millones de personas han perdido sus empleos, o continúan trabajando pero ganan menos”, por lo cual “las brechas de ingresos y riqueza en la economía del siglo XXI se agrandarán más”. La desglobalización “acelerará el ritmo de la automatización, lo que ejercerá una presión a la baja en los salarios».
Guerra comercial y belicismo
El impasse capitalista, a su turno, está destinado a acentuar las tendencias a una balcanización y fragmentación “que van de la mano de un aumento de las represalias y guerra comercial. Esta tendencia tiene como principales actores a Estados Unidos y China, pero plantea que la mayoría de los países responderá “adoptando políticas aún más proteccionistas para ofrecer a las empresas locales y los trabajadores un escudo contra las disrupciones globales”. El escenario que se viene son “limitaciones más estrictas a la circulación de bienes, servicios, capital, trabajo, tecnología, datos e información”, pronostica. “Esto ya está sucediendo en los sectores de fármacos, equipamiento médico y alimentos, donde los gobiernos han impuesto restricciones a la exportación y otras medidas proteccionistas para responder a la crisis”.
El panorama descripto es un caldo de cultivo para que florezcan las tendencias bélicas, en las que Roubini coloca como posibles focos de conflicto, el enfrentamiento de Estados Unidos con China, pero también con Irán, Corea del Norte y hasta con Rusia. No olvidemos que el Pentágono define a China y Rusia como «amenazas estratégicas», lo cual es una pantalla para justificar un escalada militar contra ambas. El objetivo último del imperialismo apunta a a una colonización económica, política y diplomática del ex espacio soviético y del gigante asiático. En este contexto, Roubini advierte sobre la emergencia de una nueva “ guerra fría”, pero no descarta que una “ciberguerra” podría “potencialmente llegar incluso a choques militares convencionales”. En principio, “el sector privado tecnológico de Estados Unidos se integrará cada vez más al complejo industrial de la seguridad nacional”.
No se puede obviar la cuestión ambiental al trazar este panorama. La pandemia no se origina en una fuerza o factor externo -como podría ser, por ejemplo, una catástrofe derivada del impacto de un meteorito. El actual brote está directamente emparentado con las alteraciones climáticas y del medio ambiente, alentados por la actual organización social vigente. Roubini enumera las epidemias que se han sucedido desde la década de 1980 -VIH, SARS, H1N1, MERS, Ebola y Covid-19- y las define como “desastres creados por el hombre, surgidos de los bajos estándares de salud y salubridad, el abuso de los sistemas naturales y la creciente interconectividad de un mundo globalizado”. El pronóstico que hace el economista es que “los numerosos síntomas mórbidos del cambio climático se volverán más frecuentes, graves y costosos en los años por venir”.
Crisis políticas
Semejante crisis ha terminado minando los cimientos del sistema político, sus instituciones y partidos. La creciente polarización económica y social se traslada al plano político. El distanciamiento, el descrédito de la población en el régimen vigente va aumentando a la par del deterioro de las condiciones de vida y la falta de perspectiva y posibilidades de progreso. En esas condiciones, asistimos al derrumbe de la democracia, incluida la de las metrópolis imperialistas, y la emergencia de tentativas bonapartistas, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda. La toma del Capitolio y la crisis desatada en Estados Unidos habla de la actualidad de estas tendencias, que se repiten en los principales países de Europa. Roubini tiene presente esta circunstancia y advierte sobre una “reacción contra la democracia”, porque las situaciones de “debilidad económica, desempleo masivo y desigualdad creciente” constituyen el ámbito para la aparición en escena de, que él llama, líderes populistas.
La «tormenta perfecta» amenaza, según Roubini, con llevar a la humanidad a una «década de desesperanza». El retrato incisivo que hace Roubini contrasta con la falta de una propuesta de salida. Toda su propuesta se reduce a alentar una esperanza vaga de que “con la tecnología y un mejor liderazgo político podría reducirse o minimizar estos problemas”.
La apertura de un nuevo horizonte para la humanidad excede lo que puede ofrecer el economista. Dicha tarea está reservada a los trabajadores que deben tomar en sus manos la lucha por una reorganización integral del planeta sobre nuevas bases sociales.
Pablo Heller
No hay comentarios:
Publicar un comentario