La operación golpista del 6 de enero pasado, con intentos de secuestros y daños personales incluidos, ha provocado una distorsión de la óptica política de la situación en Estados Unidos. A diferencia, por caso, de la Marcha sobre Roma “dei camici Neri” de Mussolini, en 1921, que tuvo lugar luego de la derrota del “bienio rojo” de 1919/20; o del incendio de Reichstag, en mayo de 1933, luego de la traición de la socialdemocracia y el stalinismo al proletariado alemán; en Estados Unidos prevalece la iniciativa de lucha de las masas, de un lado, y la división del régimen político para enfrentar la crisis financiera y de salud, por el otro. Biden no puso 25 mil efectivos militares en Washington para contener una irrupción de supremacistas blancos, sino para reforzar la decisión de no convocar a una movilización popular. Mientras Biden y Harris se juramentaban biblias en mano, la policía de Nueva York reprimía una huelga de transportistas. El fracaso del golpe del 6 de enero y el alineamiento coyuntural de los negocios, la burocracia y los militares con la defensa de la democracia, obedece a que dejar en manos de las masas la reacción contra el golpe, hubiera puesto en tela de juicio mucho más que a un Presidente y el respaldo a los resultados de una elección popular.
La Bolsa de Nueva York subió fuerte el día de la inauguración, porque, coinciden los diarios especializados, Biden anunció un paquete de ‘estímulo' (otro más) de u$s 1.900 millones, y la Reserva Federal la continuidad de la compra de títulos públicos y privados. La cotización de los bonos del Tesoro a diez años, sin embargo, continuaron una tendencia a la baja, porque, según ‘los hombres de negocios’ la deuda se ha convertido en impagable y la devaluación del dólar podría convertirse en un derrumbe. Otros advierten que la cotización de las acciones ha entrado en zona de colapso, debido a que ha perdido cualquier vínculo con las utilidades esperadas, incluso en industrias de punta – como los autos eléctricos. El anuncio de una duplicación del salario mínimo federal y un aumento de impuestos para gastos de reactivación en infraestructura, tuvo una recepción diferente. De un lado refleja la presión popular. Sin embargo, “los líderes de negocios advierten que combatirán el aumento de los impuestos corporativos, regulaciones más firmes y la duplicación del salario mínimo federal” (Financial Times, 20/1). Es el planteo de la burguesía que algunos dicen se ha unido detrás de Biden. Trump había bajado el impuesto a las ganancias del 35 al 15% - la principal razón del aumento de las ganancias capitalistas y gran palanca para la Bolsa. Biden no tiene los dos tercios de las Cámaras que se requieren para algunas de estas medidas.
Biden reingresó a EEUU en la Conferencia del Clima y puso fin a varios proyectos extractivos y oleoductos vinculados con Alaska, como repitió en campaña y en los debates presidenciales. Las petroleras replicaron con una asociación con la rusa Rosneft para explotar el Ártico, seguras de que en este caso no habrá sanciones económicas. Una más contra el clima. No anunció un levantamiento de sanciones contra Irán, que perjudican mucho a las petroleras europeos que ya tenían firmado contratos con los Ayatollahs. Las sanciones de Estados Unidos afectan al sistema mundial de intercambio de operaciones monetarias, SWIFT, lo que vuelca el comercio internacional en beneficio de operadores norteamericanos. De modo que el mentado ‘multilateralismo’ del nuevo mandatario tiene patas cortas. La banca oficial de exportación de EEUU acaba de otorgar un fuerte préstamos al ecuatoriano de salida, Lenin Moreno, contra la garantía del petróleo de Ecuador, que obliga a romper relaciones financieras con China. Una victoria en puerta del candidato de Rafael Correa en las elecciones del mes que viene, mostrarán cuáles son las diferencias entre Biden y Trump en relación a la guerra entablada contra China.
La cuestión de las cuestiones es la siguiente: Estados Unidos es una sociedad en declinación – tiene 60 millones de personas debajo de la línea de pobreza, una tasa de inversión declinante (y negativa, si se computa la obsolescencia de su infraestructura), una deuda pública del 140% del PBI y una tasa de deuda general del 450% del producto. Cuando se coteja la plataforma de Biden con el desafío que enfrenta Estados Unidos, de un lado como el centro de la decadencia histórica del capitalismo, y de otro lado epicentro de la crisis financiera internacional, se percibe de inmediato una gestión inviable.
En este contexto se desenvuelve la crisis política norteamericana, y explica la rebelión popular, de un lado, y el golpe reciente, incluido su fracaso, del otro.
Jorge Altamira
21/01/2021
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