lunes, 24 de diciembre de 2012
Apuntes sobre la crisis social y los saqueos. Tensiones abiertas en el fin de ciclo.
Hace una semana habíamos escrito acerca de los “tiempos desacordes” de la situación nacional, donde abstrajimos un tiempo de la política, otro de la maduración de la subjetividad obrera y un tiempo, más lento, de la economía. Pero las expresiones directas de esta última esfera son las que acaban de hacer entrada en escena en los últimos días, con los saqueos que se vieron en todo el país. En última instancia, lo “económico” emergió en el marco de la dinámica más veloz de lo “político”.
Los saqueos que cruzaron al país desde el jueves pasado muestran la emergencia de la Argentina profunda y pauperizada que, a pesar de los malabares del INDEC y los diez años de crecimiento, nunca desapareció sino que fue “ocultada” con montañas de subsidios y planes que, a luz de la sintonía fina, empiezan a flaquear. Como se dice acá “una gran parte de la población -principalmente de la juventud- sigue viviendo en condiciones de extrema pobreza, sin trabajo o con empleos “en negro” y precarios. A diez años del mayor crecimiento económico de toda la historia nacional según las mismas cifras oficiales existen en la Argentina más un millón y medio de desocupados y casi cinco millones tienen empleos precarios “en negro”, mientras que un millón de jóvenes no estudia ni trabaja”.
La emergencia de los sectores más pobres de la población, su entrada en escena, se da en una situación de creciente debilitamiento del poder político, conjugado con acciones de sectores de masas que salen a reclamar por lo propio. Si las clases medias tuvieron su 13S y su 8N y el movimiento obrero hizo su gran demostración de fuerza en el parazo del 20N, resulta lógico que las masas pobres que sufren padecimientos agudizados por la inflación, lleven a cabo sus propias acciones para dar solución a sus demandas. A su modo, las capas más explotadas de la sociedad argentina entran en el torbellino del “fin de ciclo”.
Sólo la continuidad de una pobreza estructural, en el marco de una inicial actividad de sectores de masas, hizo posible esta situación. Quiénes intentan “naturalizar” los saqueos argumentan que también los hubo en los años anteriores. Sí y no. La realidad es siempre concreta. Estos sucesos aparecen en el momento de declinación clara del kirchnerismo. Lo hacen desafiando a un gobierno golpeado que, además, es su propio gobierno. De ahí la dinámica más explosiva que esto puede implicar a futuro. Lo que salta a la vista entonces es una crisis de los mecanismos de control sobre un sector central de las masas pobres que, acorde a las políticas mundiales de las últimas décadas, fue contenido con asistencia estatal, fluctuando como mano de obra desocupada a mano de obra precarizada, en negro o tercerizada. La explosividad de estos días muestran los límites tendenciales del control burgués sobre estas franjas a las que, el kirchnerismo dominó a través de pactos con intendentes y gobernadores. Esto es lo que parece estar entrando en crisis.
Mención aparte merece el cinismo de capitalistas y gobiernos que, mientras bombardean 24 horas diarias por todos los medios posibles acerca de los “beneficios” del consumo de todo tipo de mercancías, sanciones y condenan a las masas por apropiarse de los mismos. Cuando la felicidad es igualada al consumo de plasmas, LCDs y demás artilugios, “argumentar” que eso no expresa hambre es cargar culpas sobre quiénes son víctimas de un sistema que todo lo mercantiliza y sobre todo construye necesidades. Es en casos como éste donde el cinismo capitalista se muestra con total desparpajo. Aunque lo que más indigna es el recurso a este tipo de “argumentos” por parte de los llamados progresistas en defensa del gobierno “nacional y popular”.
¿Otro pilar del “poder real” en declive?
Se ha escrito que el kirchnerismo combinó la demagogia política con el control del movimiento de masas a través del poder real que ejercían la burocracia sindical, los barones del conurbano (y los gobernadores de las provincias) junto a las fuerzas represivas. Pero a medida que se desarrolla el fin de ciclo kirchnerista, este armado de control sobre el movimiento de masas va desgastándose y entrando en crisis.
En dos de esos pilares ya emergieron profundas limitaciones. La ruptura con Moyano además de quitarle el “control de las calles” al oficialismo, le granjeó un poderoso enemigo que hoy apuesta a la recomposición de la oposición patronal. Significó el pase a la oposición de una franja importante del movimiento obrero, proceso que ha tendido a profundizarse después del 20N, con los límites que se señalan aquí. Por su lado, la CGT oficialista se encuentra atada de pies y manos a la pobre política del gobierno, lo que limita a esta ala de la burocracia para actuar de manera hegemónica. La CGT oficialista es tan débil como débil resulta el magnetismo propio del gobierno. De ahí los constantes rumores que la acercan a Moyano y los permanentes pedidos de “resultados” que estas conducciones ejercen.
Por su parte, las fuerzas represivas ya tuvieron su “agosto” en Setiembre. Acá señalamos la crisis de las llamadas “fuerzas democráticas”. Entre las “viejas” policías provinciales y las “nuevas” fuerzas represivas, el gobierno parece no contar con base firme en ningún lado. Allí se juegan internas, negocios y todo tipo de vínculos con las mafias o las redes de trata como lo demuestran cientos de ejemplos. Todo esto no implica aún la pérdida de control sobre el aparato del estado, pero potencialmente muestra los límites de este organismo para actuar contra la protesta social.
En este marco, los saqueos agregan un ingrediente a esta ensalada de conflictos, golpeando sobre el tercer pilar del poder real. La extensión de los saqueos por varias provincias, pero centralmente en el Conurbano, lugar esencial no sólo para ganar elecciones sino para impedir la acción de las masas, pone de manifiesto un punto de falla del poder político burgués. Si detrás de esto están las internas políticas burguesas, es una cuestión de segundo orden. Los saqueos hacen entrar en escena la ruptura de la legalidad burguesa en dos cuestiones: el ataque a la propiedad privada y los enfrentamientos con las fuerzas represivas, elementos que ya se han expresado en anteriores acciones de los sectores más empobrecidos de las masas. Y precisamente esto ocurre en el lugar donde el peronismo y el kirchnerismo como su expresión hegemónica actual (en declive) cimentaron su poder en estos años.
¿Se inicia la pérdida de control también con este sector? ¿Son las capas más pobres de las masas las que pueden empezar a asomar en la situación política como lo hicieron a fines del 2010 en la lucha por tierra del Parque Indoamericano? Recordemos, de paso, lucha salvajemente reprimida en común por macristas y kirchneristas, que dejó en evidencia que la solución al problema de la vivienda del “modelo” era un Ministerio para mejorar la represión estatal.
La continuidad del limitado crecimiento económico así como las necesidades de volver a la “sintonía fina” son elementos que puede hacer que esta tendencia tienda a desarrollarse en el 2013. Las necesidades electorales del kirchnerismo, dependiendo de las alianzas que pueda tejer, es una contratendencia. Pero el agotamiento estructural del “modelo” y su lento declinar, preanuncian más bien el primer escenario, aunque sea difícil medir tiempos y ritmos.
No estamos ante el inicio de la delaruización del kirchnerismo, pero sí ante un acelerado fin de ciclo. Aunque la situación estructural dista de ser similar a la del 2001 (y en ese sentido, los apologistas del gobierno tienen razón), existen enormes límites para que un nuevo “relato” kirchnerista puede hacerse fuerte en el futuro y recuperar seriamente esa base social.
Culpables
El gobierno nacional y la burocracia moyanista cruzaron acusaciones de culpabilidad. El gobierno directamente atacó a las organizaciones sindicales (camioneros, gastronómicos y ATE), poniendo en el banquillo de los acusados al movimiento obrero, dándoles continuidad a la política anti-obrera que viene desarrollando. De paso, le sumó el ataque a la izquierda dura, continuando la ola macartista. Pero este ataque parece haber “despertado la solidaridad” de otras alas de la burocracia, lo que tal vez evidencie un error de cálculo del gobierno. Lo que dicta los “exabruptos” del gobierno es la necesidad de reducir la potencia de su enemigo, el movimiento obrero. Sea por la vía del intento integracionista con la CGT Balcarce, sea por la vía de una guerra de desgaste contra el moyanismo, el objetivo del período que se aproxima es doblegar al movimiento obrero para garantizar una rentabilidad mayor a la burguesía.
Las mutuas acusaciones son el resultado de sus propias limitaciones estratégicas. El kirchnerismo, a casi una década de dirección del estado burgués, no tiene otra opción que buscar conspiradores. La única “explicación posible” es el sabotaje, salvo que se quiera demitir el fracaso del modelo de “inclusión social”·
Por su parte la burocracia está obligada a ensayar un discurso de demonización del gobierno nacional porque va de la mano con su estrategia de fortalecer a la oposición político-patronal. Si se admite seriamente que las demandas de millones están insatisfechas, se tiene que admitir que la convivencia con “el modelo” por casi una década lo convierte en cómplice del fracaso. Pero al mismo tiempo, la burocracia, como actor político-social que expresa la oposición de franjas de masas, debería tomar efectivamente esas demandas en sus manos. Como consecuencia de sus límites para hacerlo, la burocracia moyanista no puede más que entrar en el falso debate de los culpables.
Este era el cierre que le faltaba al 2012, evidenciando la continuidad de la caída del kirchnerismo. Si durante el año que termina fue difícil sostener la mística (salvando la muy parcial excepción de la estatización del 17% de la vieja YPF) el 2013 promete ser un año altamente volátil desde este punto de vista. Las posibilidades de la emergencia de una izquierda revolucionaria en el movimiento obrero que aproveche estas tendencias están abiertas.
Eduardo Castilla
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