domingo, 8 de abril de 2012
La masacre de Malvinas
Mundial de fútbol y guerra de Malvinas fueron dos circos romanos donde la dictadura militar buscó validación popular. Lo siniestro es que la encontró” (aforismo implicado)
“Además, aseguró que el conflicto bélico "no fue una decisión del pueblo argentino", en referencia a la última dictadura militar encargada de elucubrar, como coronamiento de su plan macabro, la guerra contra Gran Bretaña. "Memoria y verdad entonces, y fundamentalmente que se descorra el telón que pretende hacer creer al Reino Unido que aquella decisión fue del pueblo argentino", advirtió CFK y agregó: "Tampoco teníamos libertad los argentinos. Había presos sin nombre y apellido, y había detenidos desaparecidos que nunca volverán a aparecer". (Página 12. 2/4/2012)”
En el año 1989, a pedido del director de la Revista LOTE de Venado Tuerto, escribí “Lloren por mí, islas Malvinas”1 El aforismo implicado de hoy es el encabezamiento de ese trabajo. “Es natural pensar que "las Malvinas son argentinas". De eso sí se habla y no se cuestiona. Son argentinas y nos las arrebataron allá lejos y hace tiempo los piratas ingleses. Como es sabido, la verdad también puede ser una de las tantas formas de resistencia, generalmente frente a otras verdades que duelen más. Porque reconozcamos: la verdad de ser los propietarios históricos de las islas es una verdad cómoda y diría, hasta grata. Nos coloca en el lugar de la víctima inocente, de aquel que nada tiene que ver con su destino, del que padeció un abuso colonial porque el otro era más grandote.” Este párrafo es el comienzo de ese artículo, que iré intercalando en éste. Por eso la memoria que quiere justicia, elige cuál verdad le conviene más. Es como en las peleas matrimoniales. Cada miembro de la pareja a aprende a recordar lo que le conviene y a olvidar aquello que lo perjudica. Una verdad que puede ser sostenida tanto por gobiernos de la democracia como por gobiernos de la dictadura, es una verdad que merece ser analizada. O es tan contundente que atraviesa toda forma de gobierno, todo espacio político y cultural, o es demasiado útil para encubrir otras verdades que no resultan tan gratas. Una de esas verdades poco gratas es pensar que “La Argentina es las Malvinas”. Y la afirmación "la Argentina es las Malvinas" es una verdad que incomoda, que no resulta tan grata, porque ya no somos las víctimas inocentes de los abusos del grandote, sino victimarios complacientes, masoquistas que no pueden ocultar su identificación placentera con el sádico. Si las Malvinas son territorios propios que están usurpados por los imperialistas para su espúreo beneficio, donde los argentinos nativos o por opción son extranjeros en su tierra, entonces Puerto Argentino puede estar en el Bolsón, o en Sierra Grande, o en el Maitén, en Puerto Deseado, prácticamente en cualquier lugar de la Patagonia”.
La des malvinización es la cara visible de un proceso de des argentinización que tiene en la etapa del menemato su expresión mas perfecta. Un no país en un no primer mundo, disfrutando las alucinaciones colectivas de la convertibilidad. El menemismo que fue votado por convicción una vez, si pensamos que la primera vez fue una estafa, de la cual de todos modos nadie pidió cuentas, con la excepción del entonces conocido como “grupo de los 8”, hizo estragos dolosos que no pueden ser reparados porque al menos las islas están, pero las empresas estatales que supimos conseguir, ésas, no volverán. Dijimos alguna vez que cuando el neoliberalismo llora, el capitalismo ríe. Nuestro capitalismo no ríe, porque es serio, pero no por eso deja de ser bien jodido. Estatizar hoy es apenas una forma de disimular, encubrir, sobre la rapiña de los grupos de poder.
El Estado de Bienestar para el Estado es hoy una corporación formidable de la cual depende la vida de las personas, aunque esto se llame habitualmente asignación y planes. Una prueba y no necesito más, es la concesión de TBA y los subsidios que recibieron y que nunca llegaron a los desamparados usuarios. Veteranos de otras guerras cotidianas, de la micro política que empieza antes de subir al tren y termina después de bajar, para volver a empezar al día siguiente y así hasta que llegue la paz de algún cementerio. La guerra urbana del tránsito, donde la tecnología se pone al servicio de sacar fotos, cobrar multas, pedir velocidades mínimas en autopistas para recaudar, velocidades máximas en la ciudad para poder seguir la sincronización bipolar de los semáforos. Guerras supermercadistas, en la cual no hay inflación sino acomodamiento de precios, lástima que se acomoden pisando los pies.
Por eso me parece lo menos importante de todo si el 2 de abril el pueblo quería o no quería desembarcar en Malvinas. Lo importante es que después del desembarco, validó. Por acción, omisión, evitación. “En ese momento no lo oculté, en este momento lo publico. Deseé el fracaso. Y entonces, por el predominio hegemónico de la intolerancia más absoluta frente a las diferencias, los auto denominados progresistas e incluso revolucionarios de izquierda decretaron mi condición de resentido y de traidor. Decretaron el fracaso de mi deseo, y su reemplazo por la culpa más abismal. Holanda en el fútbol e Inglaterra en la guerra obligaban, exigían, que la condición de argentino (a la cual se le agregaría posteriormente la cualidad de ser derecho y humano) fuera la condición principal que excluía todas las demás. La fiesta de todos, como se llamó la película que conmemora el acontecimiento deportivo” 7 años después del desembarco, tuve la oportunidad de escribir lo que sentí y pensé en ese momento. Hoy publico lo que siento en este momento.
No hay veteranos de guerra. Hay sobrevivientes de una masacre. El desembarco fue la continuación del genocidio por otros medios. De lo injusto, no puede nacer lo justo. Ni guerra, ya que nunca se declaró como tal. Ni guerra, porque ni un solo capital británico fue confiscado. Entonces a 30 años, las palabras, que son poderosas, deberían acotarse. Hablemos de la fase terminal del genocidio, y de la necesidad de los dictadores de huir arremetiendo. Pero arremetiendo con los cuerpos de jóvenes inexpertos, mal entrenados, y secuestrados por esa otra institución de la cultura represora que se llama “servicio militar obligatorio”. León Rozitchner escribió “Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia”. Texto revelador en el cual están las claves para entender que la única guerra que los militares sostuvieron fue la sucia. Guerra limpia: o sea, masacre santificada por una causa nacional no cuestionable, a saber, la propiedad de las islas. Hoy está todo al descubierto: la causa del imperio es nuestra causa y se llama petróleo. Y es nuestro, a pesar que durante años Repsol se enriqueció sin invertir, como parece descubrirlo La Cámpora, preguntando en afiches autogestionados donde están las inversiones. ¿Por qué no le preguntan a Devido? Repsol es otro de los nombres de la traición a la YPF estatal, ya que ahora importamos combustibles y tenemos estaciones de servicio quebradas. La continuación del genocidio por otros medios. Por eso se pide que las torturas y malos tratos recibidos por los soldados argentinos por los bravos oficiales sean considerados crímenes de lesa humanidad. Por eso afirmo: no hubo guerra de Malvinas. Hubo masacre, y rindo honor y respeto a todos los que sobrevivieron a ese horror. Pero he visto en algunos actos, especialmente en mar del plata cuando Volonté cantaba Aurora, un cierto aroma de militarización. No sé si forma parte del “Proyecto X”. De todos modos, conviene estar alerta. Una justicia que no puede condenar a la Hiena Barrios, no creo que pueda condenar a los herederos actuales de antiguas masacres. La tentación de armar nuevos circos romanos es demasiado fuerte para que el Poder la abandone. Al menos, aprendamos a abandonarla nosotros.
Alfredo Grande
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