martes, 10 de abril de 2012
Historias de desaparecidos: Ana Laura recuerda a su padres
La historia de Ana Laura
Antes de declarar en el juicio por el Circuito Camps por la desaparición de sus padres, Ana Laura Mercader cuenta a Diagonales.com la historia de sus vidas. Mañana proyectará un video en la calle.
Ana Laura habla a los presentes el día del inicio del juicio por el Circuito Camps
-¿Porqué estás así mamá?
-Es por algo bueno, porque encontraron los restos de Mario y Anahí.
-Qué bueno, voy a conocer a mis abuelos.
-No Fran, son huesitos. Están muertos.
-Pero están, mamá.
Francisco tenía 10 años cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) identificó los restos de los padres de su mamá, Ana Laura Mercader, y pudo simplificar la importancia de lo que acababa de pasar luego de treinta y dos años de ausencia. Mario Mercader y su mujer Anahí Fernández tenían 22 años cuando una patota del jefe de la Policía, el coronel Ramón Camps, los secuestró de una casa en el barrio de Tolosa, en 1977, donde estaban con sus dos hijas: Ana, de 2 años y medio, y María, de cuatro meses. El matrimonio fue llevado a los centros clandestinos de detención que funcionaron en el destacamento de Arana, en la comisaría Quinta y el pozo de Banfield y luego los desaparecieron. Y sobre ellos y la búsqueda que comenzaron sus abuelas Elva y Monona –que no llegaron a ver los restos de sus hijos–, la hija mayor del matrimonio hablará en el juicio por el Circuito Camps que se realiza en La Plata.
“Lo que me gustaría decir es que mis viejos eran militantes, aunque mi mamá en ese momento no estaba militando porque nosotros éramos muy chicas y entonces estaba ocupándose de su maternidad, porque mi hermana tenía cuatro meses y tenía que trabajar. Me enorgullece que hayan sido militantes. Eran Montoneros”, arranca Ana Laura la entrevista con Diagonales.com, en la que enlaza en un relato la historia de sus padres, la de su desaparición y de la restitución de sus restos por el EAAF en el año 2009.
Ana nació en Jujuy en 1974 cuando sus padres tenían 19 años. Pero poco después todos regresaron a La Plata, de donde eran oriundos. “Mi papá estudiaba en Periodismo, en Psicología y en Cine”, enumera. Pero aclara: “Yo creo que estaba más que nada relacionado a la militancia, aunque yo también soy así, diversificada. Mi mamá pintaba. Había hecho el secundario, pero no estaba estudiando, pintaba y dibujaba muy bien”.
Los dos eran de La Plata. “Mi papá viene de una familia radical. Todos los Mercader son radicales, hasta mi papá. Y su descendencia tampoco”, recuerda la mujer de 37 años y madre de tres niños: Francisco, de 12 años; Martín, de 11, y Manuel, de 3.
Mario y Anahí vivían junto con sus hijas Ana Laura y María en una casa de 119, entre 523 y 524, en el barrio El Churrasco, de Tolosa. El 10 de febrero de 1977, una patota de Camps irrumpió en la casa poco después de que el hombre saliera a trabajar.
“Mi papá trabajaba en una empresa como técnico electricista. Se fue como a las 6 de la mañana y como a las 7 entró a mi casa una patota. Entraron 10 tipos a casa y rodean la manzana. Todo esto lo sé por el relato de una vecina que escuchó cuando llegaron y cuenta que escuchó que rompían todo, que interrogaban a mi vieja y que después me interrogaban a mi”, recuerda Ana Laura. Y continúa: “A las 8 llegó a mi casa la chica que nos cuidaba, porque mi mamá laburaba en la boutique que Cacho Malbernat tenía en el centro. Ella cuenta que cuando entró estaba todo revuelto y que mi mamá estaba sentada en la mesa de la cocina y dijo que estaba muy altanera”.
Con esa chica que cuidaba a las hermanitas de 2 años y medio y de cuatro meses, Ana Laura se encontró a fines de marzo pasado. Tuvo que ingeniárselas para poder vencer el miedo que se había incrustado en el cuerpo de esa mujer que guardaba silencio como única forma de protección.
“Cuando empecé a buscar los papeles para declarar, entre las declaraciones de mi abuela en la Conadep encontré un papelito con una dirección cerca de la casa donde yo vivía, con el nombre de un tipo. Fui a ver quién era y era el padre de la chica que nos cuidaba –sigue con su relato Ana Laura- . El Hombre me atendió en la puerta y le dije que era de la Facultad de Periodismo y que estaba haciendo una investigación sobre un secuestro que había ocurrido en la dictadura a la vuelta de su casa y que quería saber si sabía algo. Y me dijo que sí, que su hija trabajaba ahí y empezó a contar lo que sabía”.
Ese vecino le contó que ese día, cuando llegaba de trabajar en el Hipódromo y vio el operativo, fue hasta su casa a buscar los documentos y luego fue a buscar a su hija a su lugar de trabajo. Pero recordó que apenas entró a la casa de sus vecinos, lo tiraron al piso, le preguntan quién era y qué hacía allí. “El tipo estuvo en mi casa y lo reconoció a Camps, que llega en el final del operativo. Estuvieron seis horas en mi casa esperando a mi papá”, explica Ana Laura.
Fue ese hombre quien le indicó dónde vivía actualmente su hija y la mandó a hablar con ella. “Fui a verla y le pregunté si querría hablar conmigo. Ella me dijo: 'Yo no quiero ser como Julio López'. Yo le dije que no, que era para la facultad”, relata Ana. “Yo sí me acordaba de ella. Cuando la vi la reconocí, pero ella a mi no”, agregó.
Por el relato de la chica que las cuidaba, Ana Laura supo que la patota las mantuvo a las dos mujeres encerradas seis horas en la casa. Se enteró que en ese tiempo su mamá mandó a los secuestradores a comprar comida a un almacén porque tenía que cocinarle unos bifes a sus hijas, y supo que su madre logró alertar a su papá que estaba cayendo en una trampa.
“Cuando llega mi papá, mi mamá le grita: 'corré'. El pibe que vivía con él ya había llegado a la casa, porque habían llegado en moto con mi papá. Este pibe parece que había llegado el día anterior porque no tenía adonde parar. Cuando mi vieja le grita, mi papá sale corriendo por un baldío de al lado, intenta saltar una pared, pero le pegan un tiro en una pierna y se lo llevan herido”, cuenta Ana. Y agrega: “Cuando se lo están llevando cae Camps. Camps entra en mi casa, el jefe de la patota le pregunta ‘¿qué hacemos con ella?’. Y entonces le dice: ‘ella también’. Ella no tiene nada que ver, le dice el jefe de la patota. Y Camps dice: ‘No. Ella también’. Eso es lo que rescata la chica que nos cuidaba. Ella me dijo: ‘A ella no se la iban a llevar. Fue una decisión de Camps. Yo no sabía que era Camps, lo reconozco después porque lo he visto en fotos, en la televisión’. Y su padre dice que era Camps”.
Recuerdos. “Yo me acuerdo que en la pieza de mis viejos había una cortina turquesa y cuando nos encierran en esa pieza yo me agarro de esa cortina. Y yo me acuerdo de eso como si fuese hoy”, cuenta Ana Laura. Y explica que hay recuerdos que quedaron grabados en su memoria a pesar de ser tan chica y que otros fueron motivados durante los años de búsqueda de su identidad.
“Me acuerdo de la casa. No me la acordaba, pero cuando tenía veinte años, más o menos, soñé con la casa y la fui a ver y me dio mucha impresión, porque nunca la había registrado. Y con el tiempo me fui acordando de muchas cosas, a medida que fui investigando me fui acordando”, relata. Y completa: “Me acordé, por ejemplo, que cuando nosotros nos vamos de mi casa vamos a una casa donde había muchísima gente y mi recuerdo es como de un cumpleaños. Y cuando ahora fui a la casa del vecino y le pregunté que había pasado cuando se llevaron a Mario y a Anahí, me dice que se fueron a su casa con nosotras, mientras llamaban por teléfono a mi abuela. Y me cuenta que todo el barrio fue a su casa porque los vecinos estaban como en shock, que su casa era una multitud de gente. Y ese era el cumpleaños que a mi me había quedado registrado en la cabeza”.
La chica que las cuidaba a ella y su hermana llamó a sus abuelas, al número que Anahí le había dado mientras estaban cautivas. Poco después las fueron a buscar y las hermanas Mercader comenzaron una nueva vida con su abuela materna, Elba Lahera, y los fines de semana con su abuela “Monona”, Nélida Meyer, quienes iniciaron en ese mismo momento la búsqueda: “Ellas hacen habeas corpus, tramites ante la Conadep, mandan cartas al arzobispado, al ministerio del interior, de todo lo que se les ocurría”, relata Ana Laura.
En esa búsqueda, en el año 1979, cuando Mario y Anahí estaban ya muertos, una monja le dijo a Elba que su hija estaba en un psiquiátrico, por lo que la mujer buscó en todos los hospicios del país. También un gendarme la citó para ofrecerle información y aunque tuvo muchos encuentros nunca obtuvo ningún dato. También recordó que su abuela le contó que cuando fue a verlo a Monseñor Plaza, en lugar de ayudarla a encontrar y salvar a su hija el párroco intentó seducirla.
Mario y Anahí. “En realidad con el tiempo fui conociendo un montón de gente que estuvo con ellos en la comisaría Quinta, en Arana, en el pozo de Banfield. En realidad no estuvieron más de tres meses en el Circuito Camps”, contó la hija mayor del matrimonio desaparecido. “Sé de mi viejo que estuvo en la comisaría Quinta y que estaba herido –recuerda Ana Laura–. Sé que (los sobrevivientes) Mario Feliz, Miguel Laborde y Luis Favero lo vieron. Sé que mi mamá también estuvo en esa comisaría, que todo el tiempo gritaba el nombre de mi papá. Por lo que cuenta Adriana Calvo, sé que era muy optimista, muy perceptiva, que era ingenua dentro de su optimismo y que también era muy retobada”.
Y concluye: “Eso es más o menos lo que se sobre lo que pasó después del secuestro de mis viejos. Lo otro que sé de ellos creo que es todo lo que puedo saber por lo que averigüé por mi familia, por toda la gente que los conoció. Ahí recuperé parte de mi identidad”.
Reencuentro. Ana Laura y su hermana María recuperaron los restos de sus padres en 2009, cuando el EAAF los identificó entre 42 personas halladas sepultadas como NN durante la dictadura. Aunque habían dado muestras de su sangre al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), no se les ocurría la posibilidad de que ese día uno de sus tíos las hubiera reunido para contarles esa novedad.
“Es muy loco porque aparecen los dos juntos. Mi papá estaba en el cementerio de Rafael Calzada y mi mamá en el cementerio de Avellaneda. No los mataron juntos, no los enterraron juntos, pero aparecen, los reconocen, juntos. Y aparecen los restos de los dos, que es como una lotería”, recuerda Ana Laura.
Los restos de Mario Mercader habían sido exhumados en 1984, tras el retorno de la democracia, con retroexcavadora junto a otros cuerpos NN y puestos en bolsones que luego fueron incautados por la justicia. Recién en el 2000 los antropólogos individualizaron sus restos. “En el ‘89 el EAAF hace una exhumación en el cementerio de Avellaneda y de una manera completamente distinta recupera los restos de mi mamá”, explica la mujer.
Cuando la Cámara Federal les notificó el hallazgo de los restos, el primer impulso de las hermanas fue cremarlos, porque si habían estado tanto tiempo en un cementerio, la idea de devolverlos a otro no las convencía. Pero todo cambió cuando Ana Laura resolvió materializar la muerte de sus padres.
“Un día me levanté y fui a Buenos Aires. La gente del EAAF es humanamente increíble. Fui sin decir nada y me encontré con Mercedes, que es la especialista en genética, y le dije: ‘vine a ver los restos de mi mamá’”, recuerda Ana Laura.
–Bueno, ¿querés tomar algo fuerte? ¿Querés verlos ahora o querés verlos después? –terció la genetista.
–Yo vine a ver los restos. –insistió Ana.
–Pero, ¿sabés que vas a ver?
–Sí, huesos.
–Bueno, esperá que preparan todo y ahora vamos.
“Lo que yo no sabía era que iban a armar el esqueleto. Pero cuando entré a la habitación y vi el esqueleto de mi mamá, me pareció genial. No me pareció chocante: me emocioné, lloré, hice parte de mi duelo, pero pude materializar la muerte. Pude decir: ‘yo nací de esta persona, vengo de acá’. Soy parte de esto, es parte de mi identidad. Y como que enseguida pude pensar que el esqueleto es la estructura, es el sostén. Y es lo que sostiene mi identidad. Y ahí me cambió la película de querer cremarlos. Porque me dije: voy a pulverizar lo que tantos años costó encontrar”.
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