A continuación, reproducimos un artículo escrito por el compañero Christian Rath y publicado originalmente por Prensa Obrera el 30 de abril de 2014, con el título “1º de Mayo de 1974: la JP se retira de la plaza”.
Hace cuarenta años, hacia el fin de la tarde, miles de jóvenes encuadrados en la JP dejaron vacía la mitad de la plaza al escuchar a Juan Perón elogiar como prudentes y sabios a los burócratas sindicales y denostar como estúpidos e imberbes a los jóvenes que habían impuesto como consigna “Qué pasa general, está lleno de gorilas el gobierno popular”. Fotos de ese momento reproducen un hecho histórico: jóvenes que al margen de su dirección y con lágrimas en los ojos se marchan de la Plaza, en un acto de ruptura memorable. Horacio Verbitsky, uno de los supervivientes de la dirección montonera, acaba de repudiar esa acción; Política Obrera en aquel tiempo la reivindicó y el Partido Obrero hoy exhuma la síntesis del balance de entonces: “a la JP se le abren dos caminos: o profundiza su adaptación a los partidos patronales y Perón, o rompe con ellos y se suma a la tarea… de construir el Partido Obrero”.
El gobierno de Perón desnaturalizó el 1º de Mayo convocando a un “Festival de la Unidad Nacional” y llegó al punto de prohibir cualquier otra convocatoria para ese día y reprimir el acto clasista convocado por PO en la Federación de Box.
Este acto de unidad nacional era una cita insoslayable para los representantes del empresariado, de la burocracia sindical, de las Fuerzas Armadas y de los partidos políticos.
Se había impuesto un pacto social para congelar precios, salarios y paritarias, hasta el 1º de junio de 1975. En sólo seis meses de gobierno Perón desenvolvió un copioso arsenal de medidas para disciplinar y reprimir al movimiento obrero, que tuvieron el apoyo o la sumisión de la JP. Acataron la ley de Asociaciones Profesionales, que establecía la virtual dictadura de la burocracia en los sindicatos (“Aquí manda Perón”, sostuvo El Descamisado, su órgano), se llamaron a silencio frente al arbitraje obligatorio en los conflictos, amagaron enfrentar las disposiciones reaccionarias del Código Penal para luego hacer renunciar a ocho diputados y dejar a los otros la tarea de votarlas para no entorpecer la conducción de Perón. La Ley Antisubversiva, que anuló el derecho de huelga y penó la actividad “comunista” y toda expresión democrática, tampoco tuvo respuesta.
A la altura del acto del 1º de mayo de 1974 se había producido el golpe de Estado en Córdoba y en Buenos Aires, para deponer a los gobernadores de la izquierda del peronismo que apoyaba la JP. En este contexto contrarrevolucionario, el gobierno puso en marcha a la Triple A, con mano de obra provista por la burocracia sindical y el ministerio de López Rega. En los puestos decisivos de la Federal actuaban dos torturadores de la talla de Villar y Margaride. La masacre selectiva de los parapoliciales iba de la mano de una escalofriante represión “oficial” que abatía más de dos “sospechosos” por día sólo en el Conurbano.
En una declaración de Política Obrera, se constataba lo siguiente: “a diferencia de sus gobiernos anteriores -en referencia a Perón- existe hoy una poderosa corriente obrera que combate por las posiciones de clase y no está dispuesta a dejar pasar la ofensiva antiobrera gubernamental. La ocupación de Acindar, Panam, Insud, la lucha de los bancarios del Nación, son expresiones de la tendencia que se desarrolla en todo el movimiento obrero” (PO Nº 192, 26/4/74).
La JP dice no, en la plaza
Perón se empeñó en que la JP fuese al “Festival de la Unidad Nacional” aquel 1º de mayo de 1974. “La función de la JP -decía una declaración de PO (8/5)- es mantener dentro del peronismo y el Estado burgués a los sectores activos de la clase obrera y de la pequeño burguesía que luchan contra la burocracia y la ultraderecha. La JP es por esto el principal agente de la burguesía dentro del movimiento obrero antiburocrático y de la pequeña burguesía radicalizada. Pero, para cumplir este rol, la JP está obligada a canalizar las presiones de su base contra Perón. Estas presiones llegaron a un punto tan alto en relación al rol capitulador de la JP que ésta perdió su poder de movilización en un cincuenta por ciento en los últimos seis meses… La base de la JP, rebalsando la política de su dirección, y Perón no logrando controlar nada, prueban el grado de descomposición de la política populista del peronismo” (PO Nº 193, 8/5/74).
La desilusión
El acto en la Plaza, más allá del repudio de la base de la JP, marcó otro fracaso del gobierno. Los 90.000 convocados, en el marco de un colosal esfuerzo de aparato, eran menos de la mitad de los movilizados en circunstancias similares un año antes. Este debilitamiento ostensible y la agudización paralela de la crisis política, fue una de las razones que llevó a la constitución del “Bloque de los 8”, por parte de un conjunto de partidos patronales y la izquierda representada por el PC y el PST. El propósito era crear un contrapeso democrático a la manifiesta descomposición del Estado. Este bloque apoyó la intervención a la provincia de Córdoba y el relevo golpista en la provincia de Buenos Aires, mantuvo silencio frente al terrorismo derechista organizado desde el propio estado y fue parte del cordón de defensa política de Perón frente a las masas.
La juventud del peronismo fue a la plaza de quien ya consideraba como su enemigo, con consignas propias, y fue su propia base la que inició la retirada, ante los ataques de Perón. No fue una iniciativa de la dirección de Montoneros. Un mes y medio después, Montoneros llamaría a concurrir a otra convocatoria de Perón, el 12 de junio, en lo que interpretó como un ‘giro’ a la izquierda de Perón. No fue de ningún modo la JP la que polarizó el antagonismo político luego de la muerte de Perón, el 1º de julio -fueron la derecha peronista, la burocracia sindical, las Fuerzas Armadas y la diplomacia norteamericana.
La tragedia de los luchadores de la JP fue que no tenían la capacidad para hacer una crítica socialista de la política suicida, en primer lugar de apoyo a Perón, y en segundo lugar de una política foquista y militarista, o sea de una política que no tenía como punto de partida y, como base, la lucha de clases. El retiro de la plaza (eso fue, no una expulsión), fue un acto de dignidad y la oportunidad de un cambio político profundo, que nunca tuvo lugar.
Christian Rath
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