sábado, 12 de mayo de 2018
La última carta
El llamado desesperado de Macri a Lagarde para solicitar un rescate del FMI muestra que el gobierno camina sobre la cornisa. Las medidas anunciadas a fin de la semana pasada fracasaron sin miramientos. Ni la tasa de interés del 40% ni el anuncio de un recorte presupuestario fueron suficientes para detener la corrida contra el peso y la fuga de capitales. La metástasis de la crisis capitalista se expandió por todo el organismo: la venta masiva de Lebac derivó en una caída en picada de las acciones y de los bonos de deuda, tanto los cotizados en pesos como en dólares. La pérdida de valor de las empresas argentinas batió todos los récord. Quienes se conformaban a sí mismos caracterizando la crisis como “cambiaria”, vieron rápidamente como ésta se transformaba en financiera y hasta en comercial. Sucede que varios diarios destacaron que la falta de liquidez estaba afectando la cadena de pagos de las pymes, que no podían hacer frente a sus obligaciones. La suba de tasas convirtió a los descubiertos de los bancos en expropiatorios.
Los propagandistas del oficialismo que se amparaban en la ‘robustez’ de las reservas del Banco Central de la República Argentina para negar la posibilidad de una crisis que derive incluso en un defol fueron refutados por la propia realidad. La fuga de capitales de los últimos meses equivalió al 15% de las reservas brutas del BCRA. Sólo los vencimientos de Lebac del martes 15 superan los 600.000 millones de pesos, lo que al tipo de cambio actual significan casi 30.000 millones de dólares -el 60% de las reservas brutas del BCRA. La evidencia que la liquidación de Lebac para pasarse al dólar seguiría sin importar ya la tasa de interés que se pague, colocaba al gobierno en una disyuntiva: o admitir una megadevaluación y acelerar un rodrigazo, o buscar un rescate desesperado del FMI. La viabilidad de esta alternativa todavía está por verse.
Lo peor, por venir
La carta del FMI, sin embargo, deberá pasar la prueba de los acontecimientos. Ejecutivos de los bancos de inversión hicieron saber que la Argentina no califica para los créditos flexibles. Acaba de conocerse la noticia de que el gobierno deberá conformarse con un crédito stand by, que tiene muchas menos condiciones pero es por montos menores. Esos mismos ejecutivos, sin embargo, señalaron que sería una señal negativa que el monto pactado no sea ‘importante’. Los 30.000 millones de dólares que, según trascendió, el gobierno solicitaría, podría tener gusto a poco. Es que como señalamos más arriba, esa cifra equivale sólo a los vencimientos de Lebac de la semana próxima. Resta todavía financiar un déficit de balanza de pagos que supera los 30.000 millones de dólares y que el gobierno hoy no puede conseguir sin pagar tasas usurarias superiores al 11% anual en dólares. Se trata de una tasa compatible con un país quebrado. Quienes se jactaban de haber evitado que la Argentina sea Venezuela están siguiendo la ruta más directa a Caracas.
En estas condiciones, el financiamiento que podría brindar el FMI se parece como dos gotas de agua al ‘blindaje’ de De la Rúa. Este sirvió para financiar la fuga de capitales del círculo rojo y una vez que ésta concluyera se procedió a decretar la quiebra del país. Después de todo, la película tiene hasta los mismos actores. El actual presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, fue procesado por la Justicia por este acto delincuencial que concluyó con un aumento sustancial de la deuda externa de la Argentina. Si Macri lo designó fue justamente por estos antecedentes.
Un préstamo del FMI no modifica en nada el camino hacia el precipicio que sigue el gobierno; en el mejor de los casos, puede reducir la velocidad de la caída. Se plantean, por lo tanto, medidas de fondo que hasta ahora el gobierno ha querido eludir, porque teme caer en el intento. En su reciente aparición televisiva, Cavallo se pronunció porque el gobierno dejase salir todos los dólares del carry trade, lo cual supone una megadevalución y un rodrigazo. Otros sectores ya han planteado que el gobierno debe transformar las Lebac del Banco Central en deuda del Tesoro, para zafar de los vencimientos quincenales de lo que es una verdadera bola de nieve que alcanzó la dimensión de 1,2 billón de pesos y que se ajusta a una tasa de interés del 40% anual. Una medida de este tipo debería ser forzosa, extendiendo unilateralmente los plazos de pagos y al menos el interés inicial a pagar. Paradójicamente, tendríamos de parte del macrismo una medida semiexpropiatoria y un semidefol.
Una megadevaluación podría ser útil para licuar el pasivo del Banco Central, ya que las Lebac están emitidas en pesos. Sin embargo, encarecería la deuda en dólares del Tesoro y, por sobre todo, echaría más leña al fuego de la inflación. La dolarización de las tarifas y naftas es incompatible con un rodrigazo, salvo que se quiera generar una rebelión popular. La inviabilidad de todo este esquema se prueba en el hecho de que el agente de las petroleras Aranguren ha salido de emergencia a anunciar un ‘congelamiento’ de los combustibles. Sin embargo, las petroleras han puesto condiciones leoninas. Los aumentos que no se hacen ahora se acumulan todos para el segundo semestre, en cuotas mensuales hasta fin de año. En la letra chica se estableció que si por algún motivo este sendero de precios no se puede aplicar, el gobierno compensará a las empresas con subsidios. Las contradicciones saltan a la vista: por un lado, el gobierno anuncia la rebaja del déficit y, por el otro, se compromete a más subsidios. Estamos frente al perro que se muerde la cola.
Ajuste y política
El anuncio del pedido de rescate al FMI ha colocado al gobierno a merced del capital financiero internacional. Esto es simple de entender. Macri se ha quedado sin restos para defender en una negociación la continuidad del ‘gradualismo’. Su único punto fuerte es, paródicamente, su gran debilidad. El gobierno podrá amenazar con su caída para reclamar condiciones menos severas en una negociación. Es que no caben dudas que la caída del macrismo será un golpe a los planes imperialistas en la región, impactará en la crisis brasilera y en la capacidad de intervenir en Venezuela. Siendo cierto esto, el gran capital quiere a Macri para emprender una ofensiva contra las masas. Su permanencia dependerá de su capacidad para cumplir su función.
El FMI ya hizo saber sus exigencias el año pasado, en oportunidad de la revisión anual de la economía argentina. Estas incluían una reforma previsional más a fondo, que establezca la suba de la edad de jubilación a los 70 años y la vuelta al sistema de capitalización; la reforma laboral con el objetivo de fondo de terminar con la llamada ‘ultraactividad’, que permite la renovación automática de los convenios colectivos; un ajuste fiscal más pronunciado, que alcance los sistemas de salud y educación; una mayor presión a las provincias y municipios para que apliquen ellas mismas el ajuste sobre sus trabajadores. Este plan de guerra contra las masas, sin embargo, el macrismo lo ha ido aplicando hasta donde la resistencia popular se lo permitió sin revertir la quiebra del Estado y el vaciamiento financiero del país.
El problema de fondo es que el macrismo carece de los recursos políticos para un ajuste de esta envergadura. Si no pudo hacerlo en su momento de ascenso, menos podrá ahora que camina sobre la cornisa. La crisis económica se transforma por esta vía en una crisis política. La negociación con el FMI no se limitará al plan económico sino también a quien lo aplica. No podemos descartar en los próximos días y semanas cambios de gabinete e incluso ensayos de gobierno de coalición, ya sea mediante una mayor presencia de los aliados de Cambiemos en el gabinete o el ingreso de algún pejotista. La cercanía de las elecciones es un obstáculo no menor para estos experimentos. La hoja de ruta del gobierno iba en un sentido inverso: disputarle al pejotismo, que le votó las leyes en el Congreso, todas las gobernaciones en las elecciones del año que viene. El anuncio de la salida de Monzó confesó que en el círculo íntimo del gobierno se había tomado la decisión de rechazar compromisos electorales con el pejotismo. Ahora que el gobierno está en retroceso, la cuestión se invirtió: será difícil encontrar sectores de peso dispuestos a sacrificarse por la continuidad del macrismo.
A la acción
El movimiento obrero enfrenta esta nueva etapa en un cuadro defensivo. Luego de las jornadas del 14 y 18 de diciembre, donde mostró la disposición de lucha un sector amplio de los trabajadores, la burocracia sindical selló un pacto con el gobierno para aislar las luchas y hacer pasar las paritarias a la baja, dejar pasar los despidos y reflotar la reforma laboral. En este punto, el fracaso del gobierno ha sido también el de la burocracia sindical, cuya autoridad ante los trabajadores se ha visto nuevamente golpeada. La incapacidad de la CGT para reagruparse expresa la falta de liderazgo interno y es una expresión acentuada de la descomposición del peronismo. El kirchnerismo, por su lado, va a la rastra del pejotismo en todos los terrenos. Las direcciones sindicales que se referencian con el kirchnerismo han firmado paritarias del mismo tenor que los gordos de la CGT. El ‘frente único contra el macrismo’ ha sido la excusa para acelerar su derechismo.
La velocidad que ha tomado la crisis plantea la necesidad de tomar la iniciativa política. El impacto en la conciencia de los trabajadores deberá evaluarse en la propia acción. El reclamo de un paro nacional y un plan de lucha a la CGT y las centrales sindicales sigue siendo un planteo valioso, porque prefigura una respuesta de conjunto del movimiento obrero ante la crisis y apuntala luchas parciales que sufren dificultades como resultado del aislamiento. Pero es necesario que ese planteo el activismo lo realice postulándose como dirección alternativa, tanto por sus métodos como por su programa. El planteo del Congreso de delegados con mandato de sus bases, mediante asambleas, dirigido a todos los sindicatos y centrales debe ser una campaña central, para cuestionar la legitimidad de la burocracia en el manejo de las organizaciones obreras y postular una intervención independiente. Los sindicatos, comisiones internas y tendencias del movimiento obrero que luchan por esta perspectiva deben agruparse ellas mismas y convocar un plenario obrero con estos planteos de fondo.
El agravamiento inusitado de la crisis coloca la cuestión del programa en el orden del día, ante las variantes de recambio capitalista y compromisos que planteará la oposición y la burocracia sindical. En ese sentido, planteamos la anulación del tarifazo y la reconvocatoria inmediata de todas las paritarias; la prohibición de despidos y suspensiones; la defensa de los convenios colectivos y el rechazo a la reforma laboral; la nacionalización de los recursos naturales y energéticos bajo la dirección de los trabajadores; el repudio a la deuda externa y la nacionalización de la banca y el comercio exterior.
Esta perspectiva ha sido marcada claramente por el Frente de Izquierda en una declaración elaborada por su Mesa Nacional. Contra los que postulan que la crisis conduce a la unidad de toda la oposición -es decir, al pacto con el pejotismo y el massismo ajustador-, nosotros planteamos la unidad de la izquierda y el movimiento obrero para derrotar al macrismo y abrir una perspectiva de gobierno de los trabajadores.
Gabriel Solano
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