sábado, 12 de mayo de 2012

Lolín, Inés, Beba



Fue un cuadro de Van Gogh o de Rembrandt. Lolín e Inés sentadas frente a nosotros, en un inmenso salón de una escuela neuquina. Todo ocupado, hasta el último rincón. Ellas miraban como si observaran un paisaje. Con ellas estaba el espíritu de Beba, que partió hace ya varios años. Las tres Madres de Plaza de Mayo de Neuquén. Sí, tal cual, como si estuviesen en la primera ronda que hicieron en su ciudad. Además de viajes, de manifestaciones, de entrevistas con los poderosos de siempre. La demanda incansable a quien tuviera algo de poder para reclamarle por la vida de sus hijos.
Ahora estaban allí frente a centenares de entusiastas que no terminaban de aplaudirlas. Inés y Lolín, en persona, y Beba en el recuerdo. Todos las conocen y nombran así, ya no necesitan apellidos. Los aplausos no terminaban. Y comenzó el acto: hablaron representantes de establecimientos de estudio, de organizaciones de derechos humanos, de escritores, de maestros, de poetas, de obreros, y llegó también el padre Rubén Capitanio, el hombre de confianza de aquel obispo de la generosidad y el alma pura: monseñor De Nevares. Y música, versos y poemas. Todo un canto a la maternidad, al amor familiar, al coraje civil de esas tres mujeres que salieron a la calle en una ciudad difícil en busca de sus amados hijos desaparecidos. Y estuvieron siempre en primera fila, inconfundibles con un lenguaje de enfrentar la vida contra la muerte, del grito noble frente al silencio cobarde de las mayorías.
Me tocó hablar. Les conté de mi llegada a Neuquén en aquel octubre de 1974, invitado a presentar en la universidad el tercer tomo de mi libro La Patagonia rebelde. Y la repentina visita en el hotel donde me encontraba de dos jóvenes neuquinos que me pidieron que los escuchara. Me relataron que ellos estaban por la revolución. Con ojos encendidos y palabras plenas de ideales, me contaron sus sueños políticos. Al despedirse me expresaron que se llamaban Sapag y eran hijos del gobernador. Meses después llegué a saber que los habían matado los represores. A veces, cuando salgo a caminar en mañanas silenciosas, pienso en ellos, en sus ideales, sus sueños. Neuquén. Después de despedirnos aquella tarde en el hotel, comencé a preparar mis papeles para la conferencia que iba a dar. Fue cuando llegó la organizadora de mi presentación para decirme, muy nerviosa, que acababan de ser amenazadas por las Tres A de López Rega, que les exigieron suspender el acto. Me venía a pedir que regresara a Buenos Aires cuanto antes porque corría peligro mi vida. No tenía otra alternativa. Partí con enorme tristeza. Me daba cuenta de que ahora todo iba a cambiar. Fue justo en tierra neuquina que llegué a esa comprobación. Cuando llegué a Buenos Aires me estaba esperando mi editor, Guillermo Schavelzon, de ediciones Galerna, quien me informó de lo grave de la situación: a él lo habían amenazado por sus ediciones, en especial por La Patagonia rebelde, y no encontraba otra solución que abandonar el país dados los numerosos crímenes de carácter político cometidos por las Tres A en las últimas semanas. Al día siguiente, en los diarios se publicó un nuevo comunicado de las Tres A en donde me daban un plazo de 24 horas para abandonar el país; y si no lo hacía, estaba condenado a muerte. Recuerdo el momento: hablé con mi mujer para que ella abandonara ya mismo la Argentina y se trasladara a Alemania con nuestros hijos. Yo me negaba a irme. ¿Por orden de quién debía cambiar mi vida?, pregunté en voz alta. No, no me voy, me respondí. Pero habíamos aprendido: hacía poco, un ex ministro de Cámpora había recibido la misma amenaza y se negó a marcharse del país. Le pusieron una bomba en su casa y murió su pequeño hijo, de apenas un año de edad. Y nunca se perdonó a sí mismo no haber puesto a salvo a sus seres queridos. Mi esposa y mis hijos abandonaron el país al día siguiente de la amenaza. Yo quedé aquí hasta febrero de 1975, en una huerta cercana a Quilmes de unos exiliados españoles que habían luchado contra Franco. Pero comprobé que nada podía llevar a cabo en ese estar fuera de toda actividad y además debía también ir a Europa a ayudar con mi trabajo al mantenimiento de mi familia. Por eso marché el exilio. Y no por cobardía, como muchos han tratado de rebajar moralmente a quienes debimos abandonar el país por amenazas de los esbirros.
Pero regresé en 1983, cuando todavía estaba la dictadura militar, aunque ya en caída total. Y una de las primeras invitaciones a hablar sobre el pasado y el futuro que nos esperaba fue para ir a tierra neuquina, y allí conocí a esas tres estrellas de la lucha por la vida. Lolín, Inés y Beba, y su trabajo de constructoras de panales de la miel de la esperanza. Y ahora volver a verlas rodeadas de la admiración profunda y el cariño pleno de simpatía de las verdaderas bases populares de esa querida tierra patagónica. Y ahí estaban presentes los obreros de Fasinpat, sí, la ex Zanon, y no perdí la ocasión de visitar ese ejemplo de cooperación obrera que sigue fabricando la cerámica noble que sus máquinas van depositando una tras otra en una esperanza cada vez más fuerte y segura del futuro de sus trabajadores, pese a los inconvenientes e impedimentos que tratan de poner en el camino de esa verdadera democracia económica que es el cooperativismo, aquellos que escondidos en los poderes quieren volver a una página que ha quedado definitivamente atrás. Las voces, el ruido del trabajo, la acción, la producción, las palabras plenas de optimismo de las asambleas, la democracia más pura donde nadie manda sino todos producen para todos.
Allí estábamos todos con Lolín, Inés y Beba. Y lo más hermoso fue todavía el final, donde esas Madres terminaron bailando con nosotros, al compás de la música de la solidaridad y la alegría del regreso constante de los hijos que quisieron hacer desaparecer, los que hoy están en la cárcel de la conciencia del pueblo para siempre.
Todo esto no va a suceder en vano. El pueblo argentino ha comenzado a comprender sus verdaderos deberes y principalmente el nudo ético de la palabra solidaridad. Ahora Trelew, cuarenta años después. El cobarde crimen de fusilar a jóvenes presos ha salido de nuevo a la luz. Ahí va a quedar al descubierto la responsabilidad del general Lanusse y de los ministros civiles que lo acompañaron. Civiles pertenecientes a partidos políticos llamados democráticos. Trelew significó una afrenta contra la dignidad humana. La política de “mirar hacia delante” ya no puede seguir existiendo; uno a uno deben aparecer los pasos que se fueron acumulando para llegar al crimen máximo de perversión y cobardía: la desaparición de personas. El vil bombardeo de Buenos Aires, los fusilamientos de los basurales y tantos hechos criminales realizados desde el poder.
Pero los organismos de derechos humanos esbozan una sonrisa. Nada fue en vano. Valió la pena insistir, insistir, salir a la calle cuando todo parecía inútil al principio. También vemos que ese sentido de la ética y del no a la muerte va ganando cada vez más consistencia. Lo de terminar con el monumento a Roca, ese genocida, va avanzando, cada vez más sectores se adhieren y muy pronto la campaña tomará un sentido organizativo que conseguirá sin dudas la meta. Siguen llegando las llaves de bronce al escultor Zerneri que avanza con su monumento en su taller de la antigua ESMA. Todo un símbolo: la generosidad avanza sobre la pequeñez de espíritu y la codicia.
Por eso los caminos del futuro tendrán los nombres de Lolín, Inés y Beba, porque ellas nos dieron la gran lección: treinta y cinco años en la calle gritando la verdad, el amor por la vida, el camino de la mano abierta, la búsqueda del baile de la esperanza en el logro de la alegría. El no a la muerte.

Osvaldo Bayer

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