sábado, 19 de mayo de 2012
A 35 años del vuelo en la frontera de la muerte
Hace 35 años Adolfo Pérez Esquivel se encontraba detenido por la Policía Federal Argentina en el marco de la última dictadura militar argentina.
En estas nuevas reflexiones, recuerda lo que para él significó vivir y sobrevivir a un “Vuelo de la Muerte” en manos de la crueldad represiva de los militares:
“Volví a “ver” el calabozo “tubo 14” (submarino seco) con inscripciones, puteadas, oraciones y esa inscripción que no puedo dejar de pensar, que un prisionero o prisionera escribió con su propia sangre: “Dios no mata”.
(…) Los asesinos también hablan de un dios, en cuyo nombre cometen toda clase de atrocidades, y son bendecidos por otros asesinos. Es la negación del Dios de la Vida.
(…) Ese día 5 de Mayo deciden que hacer conmigo. Vivir o morir. Abren el tubo y me llevan a una oficina…”
Con una descripción muy minuciosa, detalla todo lo que ocurrió en ese vuelo del 5 de mayo de 1977, que lo puso en la frontera entre la vida y la muerte pero en el que no dejaba de recordar aquel antiguo proverbio: “la hora más oscura es cuando comienza el amanecer”.
A 35 años del vuelo en la frontera de la muerte
Es 4 de mayo a media noche, estamos en el aeropuerto Charles de Gaulles en París, esperando el vuelo de Air France 418, con destino a Buenos Aires. El comandante anuncia que tendremos unos minutos de atraso. Todo bien, es un vuelo más después de un largo viaje pleno de actividades en Bradford, Londres y París. Me acompaña Beverly Keene, compañera de Jubileo Sur y Diálogo 2000.
El avión despega casi a las cero horas del día 5 de mayo. En ese momento, en segundos, minutos, o toda la eternidad, la memoria golpea mi conciencia y brotan miles de imágenes y momentos que surgen de espacios interiores que me sacuden y llevan a lo vivido hace 35 años. Trato de serenarme y ordenar mis pensamientos entre el paso del tiempo y la memoria que es presente.
El día 30 de abril en la Universidad de Londres, recordaba los 35 años de la primera marcha de las Madres de Plaza de Mayo. Del dolor, resistencia y coraje nacido en el amor, reclamando el derecho de saber sobre sus hijos desaparecidos. Recordaba las luchas compartidas con el pueblo que fueron dejando huellas y caminadas hasta el día de hoy.
Volvió a mi mente la prisión, los miles de desaparecidos, muertos y exiliados por la dictadura militar argentina, la guerra de Malvinas y el dolor en resistencia de los pueblos en todo el continente contra las dictaduras militares.
Llegamos de Londres a París el 1º de Mayo, el día 30 de abril entregamos para ser presentada en el parlamento británico, la carta con la firma de siete Premios Nobel de la Paz y personalidades internacionales, para reclamar el diálogo entre Argentina e Inglaterra, para resolver el conflicto de las Islas Malvinas de acuerdo a las resoluciones de la ONU. El Primer Ministro David Cameron se negó a recibirme al igual que la embajadora británica en la Argentina. Lamentablemente sufren de soberbia imperial y falta de coraje para asumir el diálogo. A la embajada Argentina en Gran Bretaña le toca asumir una difícil tarea diplomática.
La memoria es reincidente en la vida y volví a ver a los chicos de la guerra que volvían del frente con el dolor y la muerte en la mochila, doloridos por la cobardía de sus jefes que los silenciaban, reprimían e ignoraban y vivir la angustia de heridas no cerradas en sus cuerpos y almas.
En París tuvimos el re-encuentro y actividades con organizaciones solidarias y amigos.
No voy a desarrollar los temas del viaje, no es la intención de esta nota, simplemente compartir la situación en que me encontraba el 5 de mayo del 2012, cuando se cumplieron 35 años de ese otro vuelo en la frontera de la muerte.
Todo vuelve a la memoria, el frío de ese 5 de mayo de 1977 cuando de noche me saca la guardia del calabozo, el “tubo 14” en la Superintendencia de Seguridad Federal, en la calle Moreno al 1500, a una cuadra del Departamento Central de la Policía donde fui detenido el 4 de abril de 1977. Muchas imágenes y recuerdos surgieron en mi mente y corazón. Volví a recordar y “ver” el corredor, las leoneras y calabozos, a los compañeros y compañeras presos; a mujeres que trasladaban de otras prisiones y a destinos desconocidos, o a una supuesta libertad y las largaban a la calle de noche con Estado de Sitio y las “chupaban” nuevamente.
Recordé la reja de entrada plegable con la gran cruz esvástica pintada en la pared con los rodillos para tomar las impresiones digitales y escrito “naZionalismo”, los frascos de sal gruesa que utilizaban para parar las hemorragias de sangre de los torturados.
Volví a “ver” el calabozo “tubo 14” con inscripciones, puteadas, oraciones y esa inscripción que no puedo dejar de pensar, que un prisionero o prisionera escribió con su propia sangre: “Dios no mata”.
Ese día 5 de Mayo deciden que hacer conmigo. Vivir o morir. Abren el tubo y me llevan a una oficina. Recuerdo a los uniformados que esperan la entrega del prisionero, observo sus rostros inexpresivos, todos tienen bigote y el pelo corto, parecen cansados de la rutina de matar y tirar prisioneros de los aviones al mar y de recibir órdenes, son autómatas. Escucho la orden: Póngale al detenido las esposas y lo llevan al celular, vayan dos de ustedes.
No entiendo que hablan entre los uniformados, han bajado la voz, unos me entregan y otros me llevan; para ellos soy una “cosa” que deben llevar o tirar en algún lado.
Mis preguntas no reciben respuesta.
El camión arranca y después de más de una hora de viaje se detiene y abren la puerta, es de noche y siento mucho frío. Veo un hangar de donde sale un pequeño avión que carretea en la pista y se dirige hacia donde estamos. Un letrero en el lugar indica: “Aeródromo de San Justo”.
No me quedan dudas de la orden que tienen y el destino que me espera, no necesito explicación alguna, conocía los vuelos de la muerte y el destino de los prisioneros. Recordé el antiguo proverbio:
“la hora más oscura es cuando comienza el amanecer”.
Me encadenan en el asiento trasero del avión, pasando la cadena por las esposas y las piernas, los uniformados toman asiento con sus armas reglamentarias y ametralladoras. En total siete personas, con el piloto y el co-piloto.
El avión carretea en la pista tomando velocidad para el despegue y veo el Río de la Plata, una masa de agua oscura con reflejos plateados por la luna, toma rumbo hacia el nordeste y veo el Río Lujan, el Paraná de las Palmas, el Paraná Guazú y el Paraná Miní, lugares que conozco por haberlos navegado, veo la costa del Uruguay, Montevideo, las luces, de la ciudad y las estrellas; el avión da vueltas sin rumbo alguno esperando la orden.
Comienza el amanecer, cada movimiento y respiración se siente en el avión, hay tensión y silencio, sólo se escucha el sonido del motor. El oficial a cargo del operativo saca una caja de un maletín negro que lleva consigo y manipula algo que no puedo ver porque está sentado adelante y yo en el último asiento. Me duele el cuerpo y me penetra el frío en el cuerpo y el alma. Creo que el oficial estaba manipulando una inyección, sabía que a los prisioneros antes de tirarlo le inyectaban una droga para dormirlos y evitar la resistencia.
Trato de respirar y serenar mi espíritu, rezo y pido a Dios que si es el último momento de mi vida que proteja a mi familia y a mi pueblo que no merecen vivir tantos sufrimientos.
Recordaba que en Ginebra, Suiza, en la Asociación Internacional de Juristas, pude ver un microfilm de cuerpos que la corriente del Río de la Plata había arrastrado a la costa uruguaya, de mujeres y hombres jóvenes a quienes les robaron la vida, algunos cuerpos estaban en parte comidos por los peces y atados con alambres. La dictadura militar no quería dejar rastros de los detenidos y buscaron hacerlos desaparecer y tirarlos de los aviones al río y el mar. Lo habíamos denunciado en Europa y el mundo, ante las Naciones Unidas, la OEA, iglesias y sindicatos, muchos no podían creer que fuera cierto, otros guardaron silencio, no faltaron los incrédulos, los cómplices internos y los externos.
En el vuelo recordé las inscripciones que dejaron otros prisioneros, una frase de San Juan de la Cruz, “en el atardecer de la vida te reclamarán en el amor” y ese tremendo acto de fe de un prisionero o prisionera torturado que escribe con su propia sangre “Dios no mata”.
Los asesinos también hablan de un dios, en cuyo nombre cometen toda clase de atrocidades, y son bendecidos por otros asesinos. Es la negación del Dios de la Vida.
La memoria regresa y muchas veces me pregunto ¿por qué yo, uno más entre las miles de víctimas?, porque la muerte no quiso abrazarme en ese entonces.
La conocí de frente y no le tuve miedo, si respeto. Sabemos que en algún momento nos abrazará a todos, no es horrible ni cadavérica, es como un cristal transparente donde refleja en miles de facetas tu vida, su rostro es el tuyo, el mío, el de todos
Supe que la Muerte está enamorada de la vida, una no puede ser sin la otra, son entes indivisibles, momentos de vivir y morir en la frontera de la existencia y el tiempo sin tiempo, donde el Uno respira sin ningún suspiro.
La oración del silencio de la palabra silenciada es vaciar el cántaro de toda carga del pensamiento de emociones y sólo dejar que fluya la luz.
En ese segundo de la eternidad, de ese límite, es cuando el piloto recibe una orden que transmite al jefe del operativo: “tengo orden de trasladar al detenido a la Base Aérea de Morón”. El jefe del operativo guarda la caja y habla con el piloto, no puedo escuchar que hablan, es casi un susurro.
El avión cambia el rumbo dejando atrás el Río de la Plata hacia el destino indicado y aterriza en la Base. La espera es larga y tensa en el tiempo sin tiempo que altera el ritmo del vivir o morir, el límite es ínfimo. Llega la orden, trasladar al prisionero a la Unidad 9 de La Plata, cárcel de máxima seguridad.
El vuelo de Air France 418 está por aterrizar en el aeropuerto internacional de Ezeiza. Después de casi 14 horas de vuelo, es otro 5 de mayo a 35 años de distancia, han pasado muchas luces y sombras, dolores y alegrías, caminos recorridos y otros por recorrer con nuestros pueblos del que somos parte y todo.
El pasado es presente, las heridas duelen y buscamos sanarlas, la Verdad y la Justicia caminan del brazo lentamente, pero caminan. Los pueblos y miles de víctimas reclaman sus derechos. El mundo, el continente, el país han cambiado, quedan las huellas y memoria de lo vivido y la resistencia y la lucha que no ha terminado.
Salgo del aeropuerto y respiro profundamente, el aire es fresco y el sol nos anuncia un nuevo día. Voy conversando con el chofer y le pregunto: ¿Que tal las cosas por aquí?- Ayer hubo una gran tormenta con muchos destrozos, voladuras de techos y árboles caídos; hoy las cosas están tranquilas, ha salido el sol.
Me quedo con esto.
Hay que seguir andando, siempre con esperanza de un mundo mejor.
No te olvides de sonreír a la vida, a pesar de todo, siempre sale el sol.
Adolfo Pérez Esquivel
Revista Amauta
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario