lunes, 15 de noviembre de 2010

La conspiración de los iguales


A los compañeros que participaron de estos hechos a más de 30 años del Cordobazo

El represor, desencajado, grita, gesticula y no entiende.
-¡¿Cómo que no está?! ¡¿Cómo que no lo escuchan?! ¡Peinen Córdoba! ¡Rastrillen, rastrillen!
-Ya lo hicimos Comisario, no hay rastros.
-¿Sólo la ciudad? ¡No, carajo! La provincia, todo el territorio. Yo sé que está aquí, lo siento, lo huelo...
-Rastrillamos desde Ojo de Agua, Tulumba, Deán Funes, Quilino, la zona de Ascochinga, las sierras y tras las sierras, al sur, por sus pagos: Coronel Moldes y pueblos vecinos, los barrios y nada, ni rastros.
-Continúen, ¡todos a buscarlos, todos! --grita el Comisario.
-Están todos, hasta los que tenían parte de enfermo, todos salieron a buscarlo. Sólo encuentran silencio.
-¡Pero, carajo! ¿Y sus compañeros, qué dicen, qué comentan?, ¡Qué me vienen con el silencio, alguien, alguno debe decir algo!
-Nada. Silencio. Nadie pronuncia su nombre, como si lo hubieran olvidado, guardado. Sólo se miran entre sí, eso, sólo eso, se miran, y nada más...
-¿Olvidado, guardado...? ¡Por favor! ¿Entonces, qué dicen las miradas? --reclama el Comisario fuera de sí.
-No sabemos, señor, no entendemos esa manera de mirar, no es fácil; miran de costado, de soslayo y así, nunca derecho.
-¡Síganlas carajo! -bramaba lleno de babas el Comisario- Es una orden, persigan las miradas, espíen su rumbo, espíen...
-Señor, perdón, pero cómo lo hacemos. Además, miran a plena luz y no se puede distinguir si doblan o siguen rectas, si son cortas o largas, ¿cómo leer el significado que usted pide? Se espejan con la luz y como si se disolvieran, no se ven..., se hacen resolanas.
-Persigan las miradas, es una orden. Esas miradas tienen huellas, recorrido, ¡aprendan carajo! ¡Tienen olor, olor!
-¿...?
-Y en el taller, donde trabajaba, ¿qué dicen, qué comentan? ¿No hay conversaciones, comentarios, chismes, ah...?
-Nada, señor comisario, nada, todo es simulación, nadie dice nada...
-¿Cómo que nada, que disimulo? ¿Y en los baños, qué? ¿Acaso no hablan? ¿Quién lo reemplaza, qué dice?
-Es un obrero común, sin antecedentes, ya lo investigamos.- ¿También está callado?
-Sí señor Comisario, está callado, es puro silencio. Sólo que al final de la jornada, limpia, ordena y guarda las herramientas que eran del otro.
-¿Cómo? ¿Y eso no les dice nada? ¡Ustedes no ven! ¿No se dan cuenta que si limpia, ordena y guarda las herramientas es que lo esperan? ¿Que está dentro del territorio y que es mentira lo de su enfermedad? ¿No se dan cuenta de que no es esperanza sino certeza de que Tosco regresará? Sí, certeza es lo que tienen, certeza de que regresará. ¡Lo esperan!
-Señor, el que limpia, ordena y guarda las herramientas, según nuestros informantes, dice que hace eso porque aún las herramientas no son suyas, sino del Gringo, y que además, que las cuida porque él le enseñó el oficio, y eso nunca dejará de agradecerlo. Es muy fuerte, dice este operario, porque nunca se olvida al que te enseñó el oficio. Así nos dicen otros y otros obreros..., que es muy fuerte eso de la enseñanza.
-¡Son macanas! ¡Búsquenlo! No jodan con más boludeces—brama el Comisario García Rey, hombre de confianza del brigadier Raúl Lacabanne y de López Rega.
En septiembre del l974 la Triple A asesina al abogado Alfredo Curuchet, defensor de presos políticos, y al negro Atilio López, ex secretario general de UTA y ex vicegobernador de Córdoba. En octubre es allanado el Sindicato de Luz y Fuerza y el juez ordena la captura del Gringo y otros activistas. Tosco pasa a la clandestinidad.
Desde entonces, un silencio recorre la ciudad, las sierras, el norte hosco y el sur, tras las sierras y así todo el territorio. Es la presa más buscada por las babas represivas. No hay pausas, a todo tiempo, en cualquier lugar, requisas, allanamientos, se sigue a la gente, los amigos, la familia, si compra de más o de menos en el almacén, vigilado el barrio, el sindicato, los centros vecinales, toda la jauría suelta, babeante.
El Gringo continúa comunicándose con sus compañeros, visitándolos, a veces, en sus lugares de trabajo y otras, dando conferencias de prensa. Aparece y, de repente, luz. Su salud es delicada, pero debe viajar a Buenos Aires. Partidos y organizaciones políticas -en especial el PRT, en nombre de otras agrupaciones guerrilleras ofrecen una tregua, le solicitan que sea prenda de unidad entre todos los que oponen al golpe de estado en gestación. Él es el único escuchado y respetado por todos, ferviente defensor de la unidad. Decide viajar. No hay consejo que lo detenga, ni la sola insinuación de su estado de salud: cuando se lo mencionan se cabrea de lo lindo.
Raúl Lacabanne, el interventor de Córdoba, impuesto por el gobierno central, presiona en forma permanente a la policía reclamando su captura. El gobierno sabe que la salud del Gringo es delicada, aunque no grave. Como medida precautoria, vigilan farmacias, laboratorios, requisan ambulancias, el control no decae.
-El Gringo tiene que viajar, hay que sacarlo de Córdoba --repiten una y otra vez los compañeros que están con él en todo momento.
-¿Cómo? -es la respuesta afligida. Córdoba está cerrada en todas sus salidas, carreteras, aeropuertos, ómnibus, las estaciones del ferrocarril. Pensemos, pensemos...Son muy pocos, en un principio, los que piensan. Conspiran con cuidado cada paso a dar, pero falta algo. Siguen pensando y se acuerdan de los otros, sus iguales, los ferroviarios. Les cuentan la aflicción, piensan entre todos y resuelven conspirar juntos. Es una conspiración obrera, de iguales. Y la imaginación aparece y se asocia a ellos, esta vez en forma colectiva. La imaginación conspira con los conspirados.
-¡Novedades! -requiere García Rey.
-Ninguna, señor Comisario —es la repuesta unánime.
-¡¿Cómo que ninguna?!
-Dicen nuestros informantes que por los barrios, por las usinas, en el taller del Villa Revol, en todos lados, Tosco se volvió invisible, es el comentario más fuerte que se escucha, así dicen señor Comisario.
Un tipo, ante la pregunta de uno cualquiera '¿dónde estará el gringo Tosco?', contesta: "Invisible, ¿dónde va a estar?". Sí, es así no más la cosa, dicen: "porque si el pueblo quiere, te hace invisible". Desde entonces, se ve a la gente más tranquila, están alegres, ven pasar una hebra seca de amor seco montada en una brisa y joden con que ahí va el Gringo, la soplan y soplan para que remonte y se eleve más alto, se matan de risa entre resoplido y resoplido.
-¡Cómo mierda se va a volver invisible! ¡Lo único que falta, que entremos en brujerías y en creencias del campo, boludeces!
-Lo hicieron invisible, señor, y eso que dijo este tipo rueda por todos lados.
-¡Atrápenlo! ¡Atrápenlo! -grita el Comisario corriendo a todos de su despacho.
El Rayo de Sol está en el andén. La formación del tren ha entrado reculando, furgones postales y de encomienda, coches de clase única, de primera, coche comedor, pullman y los dormitorios al final. Éstos enfrentan la entrada principal de la Estación del Ferrocarril Mitre. Un gentío compuesto por pasajeros, mozos de cordel, parientes o amigos estacionados frente a alguna ventanilla gesticula recomendaciones. Canillitas, un carro con golosinas ofreciendo los famosos alfajores cordobeses, personal ferroviario, de azul, vestidos de guarda y camareros, canas de uniforme y de los otros. Todo es movimiento, voces en todos los tonos. El Rayo de Sol partirá a las 22 horas.
Es el día elegido por los conspirados, la imaginación colectiva en acción. Todo se ha gestado en silencio. Es un silencio con sonido propio, acorazado, lleno de luz y aromas, fuerza y riel. Tosco está ya en la ciudad, concreto e inmaterial a la vez.
El reloj marca las 21,50. En eso, todo se oscurece. Un apagón imprevisto, ¡qué contrariedad! Los gritos, las exclamaciones, el quejido por el miedo a las tinieblas, y la inmovilidad que genera. La estación de tren, la terminal de ómnibus, las calles, los semáforos, todo es cerrazón. Todo está quieto. Sólo dos pequeñas linternas alumbran los escalones de entrada a la estación, como dos diminutas luciérnagas iluminan los pasos del Gringo Tosco. Dos compañeros van a su lado, como vaqueanos y custodia. Él se deja orientar, son de su absoluta confianza. Entran al andén. Dos compañeros se arriman y señalan el coche dormitorio correspondiente. En las escalerillas el camarero se hace cargo y los conduce hasta el camarote designado, quedan dos junto al Gringo, se cierra la puerta. Bajan, esconden las linternas, vuelve la luz y la exclamación de la gente y los pestañeos de acostumbramiento.
El auxiliar de la Estación del Ferrocarril Mitre hace sonar las primeras campanadas, las de las 2l:55. Las que anuncian que dentro de cinco minutos el tren parte. Todo es ajetreo, cinco minutos de apagón retrasaron los quehaceres.
El reloj marca las 22 horas. Algunas miradas controlan especialmente la rotación de las manecillas. Fueron los cinco minutos más largos de todos los tiempos. Las últimas campanadas anuncian la partida. El guardatren da salida al Rayo de Sol: pito y bandera verde. Comienza a estirarse la formación de coches, se mueve y se va lentamente, llena de rechinamientos y chirridos de ruedas y riel, y la exhalación de aire excedente de los frenos, todo se mezcla entre las voces y los gritos. Unos agitan saludos, otros agitan silencios, el pecho que revienta, el aire que no alcanza, el convoy se va, se empequeñece pesadamente guardando un secreto, el farol rojo titilante del último coche señala la lejanía.
Los conspirados del andén se disuelven entre la gente. Uno de ellos sube a los altos de la estación, a la oficina de Control Trenes, empuña el manipulador y transmite en morse y en clave que el tren de la conspiración ya partió con esa carga tan preciada.
Estación Ferreyra, la locomotora acelera y el traqueteo de los rieles se hace música en los oídos de los pasajeros conspirados. Villa María, se detiene el tren, es parada por diagrama. No hay requisa. Se van apagando las luces de los coches, la formación se hace borrosa, y un misterio particular la envuelve.
El Gringo reposa, dormita, a veces sueña y recuerda lentamente los rostros de los compañeros, las asambleas al aire libre, las discusiones con los estudiantes, las agarradas con Alberti, las opiniones del Flaco Canelles, las conversaciones con Solari Irigoyen, la solidaridad del doctor Illia, la polémica franca con Santucho, la ternura hacía Atilio López; la familia, ¡ah!, la familia: los hijos, las cartas escritas desde la cárcel a Malvina y al Agustín, cuánto amor le ponía a cada palabra; los vecinos, tanto tiempo sin verlos; Trelew, Villa Devoto, la escuela de Artes y Oficios, las herramientas y el trabajo, piensa cómo le gustaría sentir la sensación de la lima y también enseñar... Se duerme y despierta al rato sobresaltado.., piensa en los riesgos que corren los compañeros que lo acompañan... Siempre pensando en los otros con ternura, y la ternura que no cesa, así lo agoten los primeros dolores.
-Está todo bien, Gringo, descansá, todo va a salir bien.
Pero él sigue pensando en la nueva tarea, no deja de pensar.
Todos dormitando. Ha pasado un tiempo prolongado. El Gringo entra en un largo sueño, y se aquieta. Se escucha el entrecruces de vías, el tren aminora la marcha, más entrecruces de vías y el tren que se detiene. Dos golpes de contraseña. El camarero les anuncia:
-Rosario. Uno de ustedes tiene que bajar conmigo.
Recién ahí, en ese momento, se dan cuenta de que están fuera del territorio cordobés, que las babas del represor no los salpicarán. El aire húmedo que viene del río les refresca el alma, un mareo emocional los desequilibra un instante.
Comienzan las maniobras del cambio de locomotora y el relevo del personal de conducción. Son otros conspirados que deben resolver algo con el camarero y con los que viajan con el Gringo, en la punta del andén, fuera del alcance de las luces y de las miradas.
-Nos detendremos pasando la estación León Suárez —dicen los compañeros fraternales. Estén preparados, es una estación urbana no autorizada. Ahí habrá otra posta de compañeros que recibirá al Gringo. Ustedes se quedaran en el andén. Tomaran el tren local, otros compañeros los guiarán.
Otra vez el ruido de los entrecruces. De Rosario a Retiro sin paradas, piensan los compañeros emocionados, casi sollozando, mientras auscultan la frente al Gringo.
La pareja de maquinistas que tomaron la posta en Rosario nunca condujeron un tren tan silencioso: emoción del último tramo, responsabilidad de transportar una carga tan preciada. Qué honor. Temprano, dos golpes convenidos anuncian al camarero que les alcanza agua caliente, para el mate o té, bizcochos. Va clareando despacio, Tosco ha dormido sobresaltado, pero no bien despierta, pregunta:
-¿Dónde estamos?
-Estamos cruzando Campana, provincia de Buenos Aires, todavía se ven las luces de las refinerías.
-Entonces, ¡los cagamos!
-Así es, falta poco, todo va bien, tal cual lo pensamos.
Pequeño diálogo, luego un silencio emocionado los penetra. Los ojos de Tosco toman otro brillo. Sonríe, mirándose el empilche ideado para despistar.
Otra vez dos golpes a la puerta.
-Estamos pasando la estación de León Suárez, el tren está mermando la marcha, suavemente. Dos estaciones más y se detiene apenas, estén atentos. Frena suave el tren, la delegación desciende despacio, los que esperan en la plataforma de la estación suburbana se hacen cargo, los otros, se quedan en el andén. El camarero da salida al tren flameando el banderín rojo, que no es lo reglamentario, pero sí lo acordado.
Arranca despacio, se va deslizando y la mirada de los conspirados que quedan en el andén, se posan sobre sus formas como si fuera una caricia de agradecimiento que recorre hasta el último coche, que aún porta el encendido farol rojo titilante, como si fuera un guiño cómplice, el de la conspiración de los iguales.

II

Como a los tres meses el Gringo regresa a Córdoba. Habla y habla hasta el agotamiento con todos, todos dicen que sí, pero nadie concreta la unidad. El golpe militar viene marchando, afinando los aprontes; se suman a ello, el hastío de la gente por Lastiri, López Rega y la Isabelita.
La salud de Tosco se deteriora en forma acelerada. De nuevo los conspirados, pero esta vez sólo los compañeros de Luz y Fuerza, y otro cumpa de confianza.
De nuevo:
-Hay que sacar al Gringo de Córdoba.
Tosco quiere que lo siga atendiendo su médico de cabecera, así tengan que trasladarlo. Aparecen ofrecimientos de partidos políticos, organizaciones guerrilleras, personalidades independientes ofertando todo para cuidarlo.
De nuevo rumbo a Buenos Aires, se busca otra vía: una ambulancia. El Gringo se ha dejado crecer la barba, su delgadez, y otros arreglos cambiaron su fisonomía, es otro.
Parten al fin, junto a su médico y otro compañero que han estado siempre junto a él. Dos requisas en la ruta. Las dos se fijan en el enfermo sin prestarle mucha atención. Otra vez se les escapa el Gringo a los represores del interventor Lacabanne. La ira lo penetra hasta los tuétanos, y García Rey que comienza a pensar en eso de la invisibilidad consulta al Pai López Rega. Una risa en falsete es la respuesta.
Tosco es internado, lo someten a todo tipo de tratamientos y consultas. Se recupera despacio. Delgado y débil, Agustín comienza a ensayar algunas caminatas en la misma pieza y a mantener conversaciones con los médicos. Al tiempo vuelve a agravarse, cayó nuevamente en un sopor y el cuadro se transformó en irreversible. Muere el 5 de noviembre de l975. Después es trasladado a Córdoba, vía Rosario. La perrada de nuevo no lo puede ni olfatear. Los compañeros y el pueblo lo siguen manteniendo invisible.
Lo velan en el Club Redes Cordobesas, en el barrio General Paz. Mucha gente muestra allí su desconsuelo. No lo pueden creer. Él, que ha sido invisible al represor, no ha podido con la muerte, ella lo ha materializado. Una lluvia torrencial y granizo cae sobre la ciudad, es la tarde del 7 de noviembre. Cuando la lluvia cesa, parte el cortejo fúnebre rumbo al cementerio San Jerónimo. Una multitud nunca vista se desplaza rodeada de un fuerte control policial. Temen que el Gringo se les escape y que sólo estén portando el féretro vacío.
El cementerio del barrio de Alto Alberdi es de calles irregulares, con bajadas y subidas, al entrar a los límites del campo santo la plaza forma una cuenca llena de puestos de flores, árboles y una explanada para los coches. Todo ese espacio va colmándose de gente que llega, como afluentes tributarios. Algunos cantando consignas, otros callados llenos de tristeza. Los conspirados, sus amigos más cercanos, el que limpiaba, ordenaba y guardaba las herramientas y los obreros del taller de Villa Revol llevan a pulso el cuerpo inerme del Gringo. Callan las floristas ese cantar permanente de la oferta. Se arriman y lo van cubriendo de flores. Cuánta gente, cuánta gente del pueblo, trabajadores de otros gremios se aparean junto a los de Luz y Fuerza; el Gringo los vuelve a convocar, los une. La unidad ha sido su enamoramiento permanente, condición imprescindible para cualquier emprendimiento que tenga que ver con la liberación nacional, solía repetir y repetir.
El represor no puede permitir este nuevo hecho generado por Tosco. Ordena la represión no bien el Gringo llega con el pueblo a la plaza. Miles de balas y gases se dispararon. Corridas, gritos, gente rodando, niños aterrorizados, zapatos y paraguas sin dueños, el espanto. Las babas del represor desataron la furia.
Tosco, un verdadero hijo del pueblo, es llevado con suavidad por las férreas manos de sus hermanos de clase. No permiten que ni una sola bala lo roce, lo ensucie, lo contamine. Al Gringo nunca lo va a encontrar el represor. Lo burló siempre. Todos soliviantan el cajón, todos lo cubren, están llenos de levedad; al fin trasponen las puertas del cementerio, se escabullen en su interior, fuerzan las puertas de un panteón y lo depositan allí. Otra vez el Agustín se vuelve invisible a los ojos del represor. Otra vez la mágica voluntad de los hijos del pueblo.
Se fue el Gringo, el respetado por todos. Nos quedaron sus enseñanzas a través de su lucha y la práctica concreta de su militancia. Otros rasgos además lo distinguían: la intransigencia en la defensa de sus principios, su tremenda fuerza moral y ética, su amor a la libertad; fue un rebelde obrero, duro, pero esa severidad nunca le hizo perder la ternura que le profesaba a todos los compañeros. Desde entonces, la figura del gringo Tosco se recorta lenta y obstinadamente, venciendo al silencio y al olvido, ensanchando día a día el campo de la memoria. Como si él condujera un tren memorioso, cargado con voces y palabras de hombres valerosos y dignos, y que en su último vagón portara aún el encendido farol rojo de los conspirados, que sigue titilando tercamente como un guiño cómplice, esta vez del Gringo Tosco.

Juan Carlos Cena

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