lunes, 15 de noviembre de 2010

El Tucumanazo: entre el pasado y el presente, mirando siempre el futuro


Contemplando la placa por el Tucumanazo

Las barricadas que cerraban la calle, abrían el camino

(Edardo Galeano)

Son las 10.30 de la mañana y los muchachos trabajan con energía para abrir el espacio en el piso donde colocaremos la placa. Los transeúntes pasan apurados yendo y viniendo, como si la prisa del tiempo les pidiera correr esa rutinaria maratón. Los compañeros reparten los volantes que explican qué hacemos allí, justamente un día viernes 12 de noviembre de 2010, en la calle Muñecas al 200, frente a la Escuela Normal. Y nosotros mismos nos preguntamos qué hacemos allí. La respuesta es clara: ejercemos nuestro derecho a la memoria, como ejercemos nuestro derecho y nuestro deber de pensar en que una sociedad mejor todavía debe ser forjada. Los militantes setentistas, defensores del Comedor y de otros derechos conculcados por la dictadura la buscaron. Nosotros, 40 años después, debemos tomar la posta.
La prensa estaba convocada. Pero claro, para el diario de mayor tirada local, es más importante las desventuras de Tinelli que una movida cultural política reivindicativa de la historia. Sucede que La Gaceta, cuando mira su propio pasado descubre que mientras la militancia corría por las calles de Tucumán, sus notas editoriales le hacían un guiño a los dictadores. Sin embargo pudieron reivindicarse, pero ya vemos que la nueva generación de periodistas sigue la línea histórica. Nosotros, quienes nos asumimos como hijos de aquella juventud rebelde, seguimos nuestra línea histórica. Y allí estamos, congregados para recordar pero sobre todo para reivindicar.
Volvamos al lugar. Muñecas al 200, hoy la principal peatonal de Tucumán, por donde transitan miles y miles de personas a diario. De lo que fue el comedor universitario ni rastros. Ya nadie sabe que allí funcionó un comedor y que desde allí, un 10 de noviembre de 1970, los estudiantes resistieron su cierre y resistieron la dictadura.
Son las 10.50 y pasa por allí un hombre que curioso, pregunta qué hacemos. Un compañero le entrega un volante. El hombre, quien camina por sus 60 cómodamente, mira con asombro la foto del volante. Se apura a señalar con el dedo: “este soy yo”, comenta emocionado. Y luego explica, como si no supiéramos, que allí, donde ahora se levanta un negocio próximo a abrir, estaba el comedor universitario y que la foto del volante, aquella en la que se reconoce, la tomó Font, fotógrafo de La Gaceta. Por un momento el periódico local se reivindica. Pero claro, no hay otro Font hoy que venga a retratar el recuerdo de lo que Font, hace 40 años, retrató. Vaya paradoja.
Luego pasan otros peatones. Unos miran con desprecio nuestra intervención. Otros recuerdan: Yo estuve allí… Otros, preguntan curiosos, pero no tienen tiempo de quedarse al acto que organizamos. A fin de cuenta el acto no es para nosotros, sino para que ellos, los ciudadanos, reconozcan su historia. Algunos prefieren mirar al futuro preocupados por su propio presente. Lo que no entienden, es que este presente apremiante para muchos, comenzó hace más de 40 años justamente. Y lo que los militantes setentistas buscaban, justamente, era dejarnos un futuro, hoy presente, mejor. Son las 11.30 de la mañana y por fin los compañeros pudieron colocar la placa. El mensaje es simple pero busca servir de disparador de la memoria: A 40 años del Tucumanazo, aquí funcionó un comedor universitario. Sí, el mensaje es doble: existió alguna vez un comedor universitario que permitía a los estudiantes de bajos recursos comer por poco dinero y no dejar la universidad. Sobre todo a aquellos estudiantes que llegados de otras provincias, el comedor les solucionaba un problema inmenso. Pero además el comedor era el lugar perfecto para importantes tertulias políticas. Allí también se gestó el Tucumanazo, segundo eje de nuestro mensaje. Sobre lo qué fue el Tucumanazo ya hemos escrito bastante, aunque reconozco que no lo suficiente. Igualmente no voy a redundar aquí en ello. Sí decir que cuando en Tucumán se menciona al Tucumanazo, inmediatamente vuelve a la memoria la “Rebelión”, el sano ejercicio a manifestar por los derechos de obreros y estudiantes, las barricadas, aquellas, que como bien decía Galeano, cerraban la calle al tiempo que abrían el camino.
De repente alguien trae un megáfono. Lo tomo. La comisión organizadora de los actos de homenaje me designa orador de este evento. Habrá otros, como la inauguración de un mural, la proyección una vez más de nuestro documental y un cierre con un festival, porque la militancia debe ser manifestada con alegría.
Y volvamos al acto. Allí reivindicamos a los estudiantes del Comedor. Allí recordamos la rebeldía sententista. Allí, dejamos que las nuevas generaciones descubrieran qué pasó. Allí, conseguimos que más de un militante de esos años, derramara una lágrima de nostalgia y emoción. Allí, intentamos dejar la huella que las dictaduras y los gobiernos de la transición, intentaron borrar. Allí, y como rezaba nuestra principal consigna, ejercimos nuestro derecho a la memoria. No desde la nostalgia de lo que pudo ser. Sino desde la convicción de lo que todavía podemos hacer para cambiar el mundo. Será una utopía, pero como lo dijo el escritor, ésta, la utopía, sirve para seguir caminando, para seguir buscando ese horizonte por más lejos que el horizonte esté. Y ese horizonte no está tan lejos.
Al término del acto y tras descubrir la placa, una nena de unos 4 años se acerca y se sienta a la par para contemplar el mensaje. Está mirando al pasado, pero supongo, imaginando su futuro. Me entero que su abuela participó de esos Tucumanazos, que pasó por el comedor universitario. Y hoy, esa nieta, representa el horizonte al cual apuntamos quienes nos congregamos en comisión organizadora. Porque no basta con recordar si ese recuerdo no viene acompañado de militancia. Y la militancia debe ser nuestro compromiso para ejercer nuestro derecho a la protesta. Como lo hicieron hace exactamente 40 años los setentistas. Porque si hace 40 años se luchaba por sostener el comedor universitario, hoy ese comedor no existe. Las necesidades sin embargo son las mismas. Porque ellos, al cerrar la calle con sus barricadas, nos abrieron el camino y nos indicaron hacia dónde caminar.

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