lunes, 15 de noviembre de 2010
La muerte de Emilio Eduardo Massera
Acaba de fallecer a los 85 años en la Argentina uno de los íconos de la última y sangrienta dictadura militar que asoló al país entre 1976 y 1983. Su nombre era Eduardo Emilio Massera. Fue uno de los tres comandantes en jefe que se encargaron de derrocar al gobierno constitucional encabezado por María Estela Martínez de Perón, en la madrugada del 24 de marzo de 1976.
Pertenecía a la fuerza naval y murió sin pena ni gloria, luego de una larga agonía en un hospital de la capital del país.
El que en ese momento aciago ocupó el cargo de presidente de la Nación fue Jorge Rafael Videla, que pertenecía al Ejército, pero Massera fue, seguramente, el más fanático de los tres comandantes. No se contentaba con la misión de traer orden y paz a un país desgarrado por los conflictos internos, que sufría por los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y la subversión con ideología de izquierda, por el descontrol sindical que se traducía en huelgas constantes y por la ineptitud de un gobierno absolutamente ineficiente. No. Massera quería convencer a la ciudadanía de que la ideología de ese gobierno recién asumido, por mérito exclusivo de la fuerza, era la más indicada. Quiso convencernos a los argentinos que la doctrina basada en el autoritarismo, en la falta de discusión y debate y en la eliminación llana de los elementos “indeseables” era la que conduciría a la Argentina hacia un destino de grandeza. Tan fanático fue de sus ideas que intentó conformar una agrupación política, “coqueteó” con algunos sectores del peronismo y soñó con llegar a la primera magistratura de la Nación. Un delirante. Un asesino.
Montó y condujo con mano de hierro el mayor centro clandestino de tortura, la nefasta Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) –hace pocos años confiscada y convertida en museo dedicado a la memoria por el gobierno de Néstor Carlos Kirchner, por medio de una ley sancionada el 5 de agosto de 2004-, ubicada en la ciudad de Buenos Aires, que se transformó en un virtual campo de concentración en el que las torturas y los abusos fueron moneda corriente. Numerosos testigos han declarado que en ese sitio casi a diario se concretaba una selección que determinaba que presos quedarían con vida, y cuáles morirían. A estos últimos, se los transportaba en aviones de la Armada Argentina y se los dejaba caer en las cercanas aguas del río de la Plata, previamente dopados. El represor Adolfo Scilingo, varios años preso en España, participó en estos “vuelos de la muerte” y, posteriormente, confesó esta atrocidad.
El famoso director de cine sueco, Ingmar Bergman, fue el creador –director y guionista- de la famosísima película titulada “El huevo de la serpiente”. En ese filme de 1977, ambientada en el Berlín de los años 20, y cuyo productor fue el recientemente fallecido Dino de Laurentiis, se deja evidencia sobre el modo en que se gestó el nazismo en Alemania, se explicita porqué una ideología tan cruel y devastadora prendió en un país de avanzada ubicado en el corazón del continente europeo, un continente con años de civilización y cultura.
Al respecto, yo me interrogo: ¿En qué sitio de la sociedad argentina descubrimos al huevo de la serpiente que gestó y le permitió llegar al poder a un criminal tan cínico e inteligente (los especialistas del gobierno militar lo distinguían como al jefe más brillante y el único con una estructura de ideas propia) como Massera? Algo malo habría en la sociedad setentista de mi país para aceptar sumisamente a un personaje así, y encima justificar muchos de sus crímenes alegando que las víctimas en “algo andarían”. “Yo no hago nada, no me meto en nada, y así nada me pasa”, era el razonamiento falaz de numerosos indecorosos de entonces, que escondían su espíritu antidemocrático bajo la máscara de un argumento que no resistía el menor análisis.
Pero antes de poder determinar que tipo de responsabilidad le cupo a la sociedad argentina –si le cupo alguna- en la gesta de un ser tan siniestro como Massera, hagamos un poco de historia y ubiquemos a este personaje. ¿Quién fue Eduardo Emilio Massera?
Apodado "Almirante Cero" o "El Negro", nació en Paraná (provincia de Entre Ríos) el 19 de octubre de 1925. Entre 1976 y 1983 fue el dueño de la vida y de la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde torturaron a unas 5.000 personas antes de arrojar muchas de ellas sedadas al río de la Plata.
Con el retorno de la democracia en 1983, buscó una postulación para la presidencia, pero fue detenido poco después. En 1985 fue condenado por asesinato, tortura y privación de libertad a cadena perpetua por homicidio con alevosía (en tres casos); tormentos (12 casos); 69 privaciones ilegales de libertad y siete robos. Ya separado de la Armada, la Corte Suprema de Justicia de la Nación confirmó su pena en diciembre de 1986. Sentenciado a cadena perpetua tras un juicio histórico en 1985 -junto con el resto de las cúpulas militares-, sólo estuvo cinco años en prisión ya que fue beneficiado con el indulto por el ex presidente Carlos Menem en 1990.
Pese a las pruebas y testimonios de sobrevivientes, el marino negó la existencia de un plan sistemático para ejercer el terror desde el Estado durante la dictadura.
”Nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa, y la guerra contra el terrorismo subversivo fue una guerra justa”, dijo en ocasión de ser juzgado. En una entrevista de 1995 fue más allá: “¿Creen que todo lo que hicimos fue sin el aval de los políticos, de los empresarios y de los curas? ¿Qué político de este país puede asegurar que no se reunió alguna vez con Massera?”, dijo al diario Página 12.
Tuvo causas judiciales en España, Italia y Alemania,y en 1998 volvió a ser detenido por la apropiación de recién nacidos, un crimen imprescriptible y excluido del indulto.
El periodista Claudio Uriarte publicó en 1991 el libro “El Almirante Cero. Biografía no autorizada de Emilio Eduardo Massera”, la más exhaustiva investigación que se realizó sobre este represor y, en un párrafo de esa obra, aseveró que:
“El golpe contó con el generalizado apoyo de la sociedad civil. La Unión Cívica Radical había declarado poco antes que ‘no tenía soluciones’ para la crisis institucional. El Partido Comunista había propuesto un ‘gabinete cívico-militar’. La derecha había reclamado el golpe en forma consistente, y hasta el diario de izquierda moderada La Opinión se había convertido en un vehículo del golpismo en su vertiente más esclarecida. Incluso los Montoneros habían apostado a que el ‘golpe profundizara las contradicciones’ en la Argentina, Los únicos disconformes por el golpe de marzo de 1976 fueron los peronistas, pero incluso en este sector se registraron alivios: el diputado Sobrino Aranda había renunciado poco antes a su banca por entender que el proceso institucional estaba ‘agotado’, una impresión coincidente con la que dominaba en ese momento en el sector ‘antiverticalista’ del movimiento. Hasta los peronistas ‘ortodoxos’ y ‘verticalistas’ no pudieron dejar de sentir cierto alivio ante la pesadilla de ingobernabilidad que los militares les quitaban de encima”.
Aquí está el huevo de la serpiente…En la República Argentina de 1976, ni la población en general ni las fuerzas políticas ni los propios legisladores elegidos a través del voto popular por la ciudadanía, poseían una conciencia vigorosa sobre lo que verdaderamente significa contar con un sistema democrático, con plena vigencia del Estado de derecho y respeto por las libertades cívicas. De haber sido así, se hubiese buscado la salida al mal gobierno de María Estela Martínez de Perón dentro del mismo modelo. Y de ningún modo se hubiese soñado con que estos represores infames, tipo Massera, iban a traer la solución…
Ricardo Osvaldo Rufino
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