A 25 años del asesinato de José Luis Cabezas, uno de los casos más emblemáticos de los hilos del poder menemista, la dupla integrada por el director Alejandro Hartmann y la productora Vanessa Ragone (quienes realizaron ¿Quién mató a María Marta?, sobre el crimen de María Marta García Belsunce) reaparece con una película documental, que desnuda al detalle uno de los crímenes que marcó a los 90´s: la muerte del fotógrafo de la revista Noticias, en el marco de las internas políticas entre Menem y Duhalde y la “maldita policía” bonaerense poniéndose al servicio del poder político. Un auto quemado en una cava, un trabajador de prensa asesinado con dos tiros, esposado, calcinado, a causa de la foto de un hombre caminando por la orilla de la costa de Pinamar un verano. No cualquier hombre, sino uno de los mayores empresarios del país. La conmoción que causó el asesinato derivó en una profunda movilización reclamando memoria y justicia.
El contexto del thriller
La famosa tapa de la revista Noticias en el ’96, que reveló la identidad del empresario Alfredo Yabrán, derivó en un asesinato ejecutado por la policía corrupta, ordenado por el poder, un año más tarde. Poco antes del crimen, Gabriel Michi, periodista compañero de Cabezas, se despidió de éste en la fiesta de Oscar Andreani, un evento “clásico” del verano. Los compañeros se separaron, y al día siguiente ya no hubo más contacto con José Luis. Aquel 25 de enero de 1997 se cristalizó lo más extremo de la frivolización política de la época y la continuidad de los métodos de la dictadura: el secuestro seguido de muerte.
El documental muestra el detrás de escena: lo aberrante del crimen, no sólo desde un plano humano, con la intervención testimonial de la familia de Cabezas, sino también los testimonios mechados entre el pasado y el presente de quienes fueron parte del momento: Duhalde (entonces gobernador de Buenos Aires), el periodista Edi Zunino (exdirector de la revista Noticias), el mismo Oscar Andreani (del grupo de logística homónimo). El propio Alfredo Yabrán, cristalizado en video, aparece diciendo “acá hay una película de gangster”, en referencia al crimen, y la trascendencia mediática que estaba teniendo en el momento. Toda la película, de principio a fin, devela los hilos económicos que movía Yabrán, a través de sus vínculos políticos con Menem (relación que le permitió obtener un patrimonio de más de 4.000 millones de dólares, monopolizando todo el negocio de logística privada a través de OCA, el clearing bancario por Ocasa, los depósitos fiscales, la carga y descarga de aviones y los negocios del tipo duty free en aeropuertos); mientras en simultáneo comenzaba a empezar el juego de “revancha” que transitaba Menem con Duhalde por posicionarse como el candidato presidenciable.
¿Quién le tiró “el muerto” a quién? Es decir, se logra de forma perfecta un ensamble de diferentes elementos, entre relatos pasados y presentes, imágenes del momento, la opinión pública como un termómetro social y aquello que fue causa y consecuencia de lo ocurrido con José Luis Cabezas, sumado a luego la muerte del propio Yabrán.
Lo público y lo privado
Cabezas utilizaba sus fotografías logrando que la imagen “valga mil palabras”. Sus formas de fotografiar o a quien fotografiaba, implicaron un giro en develar de forma pública aquello que el mismo poder se encargaba de mantener en el ámbito privado, en lo oculto, en lo impune. El recuerdo y la trascendencia, como impacto, derivó en dejar de lado la abstracción del trabajo periodístico para materializarse dentro del gremio: el crimen era hacia dentro, el horror era propio. La cara de Yabrán fue el objetivo de Cabezas, y por ello, a la inversa, la vida de Cabezas fue el objetivo del empresario. “Sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la frente”, dijo quien luego fue estampado en la tapa de una revista política, con un claro análisis de quién era, sus vínculos y su relación directa con el poder. El ejemplo de cómo lo privado se hizo público.
Durante 106 minutos la película logra mantener el suspenso, a pesar de que el contenido es bien conocido por todos.
La muerte de Cabezas detonó las alarmas en la sociedad. La reconstrucción del crimen en la película muestra cómo, a partir del asesinato, la sociedad comenzó a reclamar contra la justicia y su doble vara.
La impunidad como política del Estado
“No se olviden de Cabezas” es una sinécdoque de la época menemista: todos los crímenes y delitos (María Soledad Morales, los atentados a la Embajada de Israel y AMIA, la muerte del soldado Carrasco, el estallido en Río Tercero) compilados en uno solo.
“Es el episodio más oscuro en la historia nacional”, dice una Cristina Fernández de Kirchner de la época. Del asesinato de Cabezas pasaron 25 años, pero en el trascurrir hubo otros ejemplos de la impunidad como política de Estado: el caso de Luciano Arruga, la desaparición de Julio López, luego de haber sido marcado por su propio victimario Etchecolatz en medio del juicio por crímenes de lesa humanidad, Santiago Maldonado, o Facundo Astudillo Castro, quien fue desaparecido por la Policía Bonaerense en medio de la pandemia.
Julieta Rusconi
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