El eje del encuentro está puesto en los enfrentamientos con Rusia y China. En el caso de Moscú, se están resolviendo nuevas sanciones para afectar al Kremlin. Entre ellas, la prohibición de las importaciones del oro ruso, del cual el Reino Unido era hasta ahora uno de los principales compradores. También se estudian trabas al acceso de Rusia a ciertos insumos industriales y tecnológicos, y un precio tope al petróleo proveniente de ese país. Si bien Washington y Bruselas han establecido ya un embargo al crudo ruso, la medida en consideración valdría para otros países.
En el caso de China, se acordaría un paquete de 600 mil millones de dólares en inversiones en infraestructura en naciones periféricas o de “desarrollo medio”, como un modo de competir con la ruta de la seda de Beijing. Esta iniciativa encuentra sus límites en el propio cuadro económico internacional, signado por las subas de las tasas de interés, un elevado endeudamiento estatal y corporativo, la reticencia empresaria a invertir debido a la caída de la rentabilidad, y las tendencias recesivas.
El encuentro en Elmau busca mostrar una postal de unidad frente a Moscú, en momentos que han surgido disensiones entre Estados Unidos y la Unión Europea (UE), por un lado, y dentro de los propios Estados Unidos, por otro, con respecto al conflicto bélico. En términos generales, la cuestión pasa por si se debe continuar la guerra y tratar de dar un golpe de fondo al Kremlin, o, por el contrario, se debe explorar un cese de hostilidades que incluya un reparto territorial. (A estas disputas podríamos añadir las que han estallado entre Londres y la UE por el protocolo sobre Irlanda del Norte).
El agrietamiento en el imperialismo es inseparable de las dificultades que está encontrando Ucrania en el terreno militar, ya que Rusia -tras su fracaso en capturar Kiev- ha logrado progresos en el este; los límites de la política de sanciones económicas (Moscú reorientó con cierto éxito sus exportaciones energéticas hacia India y China, y el rublo se ha revalorizado); y del propio agravamiento de la crisis internacional, con una aceleración de las tendencias inflacionarias tras el estallido del conflicto, que incrementa el mal humor social en las metrópolis -en el caso de Estados Unidos, a pocos meses de las elecciones de medio término.
La agudización de la crisis capitalista no deja indemne a ninguno de los contrincantes del tablero internacional. Golpea tanto a Rusia y China como al imperialismo, y es partera de crisis políticas (acaba de caer el gobierno de Bulgaria) y levantamientos populares (Ecuador, Sri Lanka).
En su alocución en la cumbre, el presidente argentino Alberto Fernández tuvo una intervención adaptada a los convocantes: ratificó la condena a la invasión rusa, pero omitió toda crítica a la expansión de la Otan y el despliegue imperialista en el este europeo. Planteó que la política de sobrecargos del FMI por ciertos préstamos debe ser revisada, esto después de cerrar un acuerdo con el organismo financiero que refuerza la tutela del imperialismo sobre el país -a tal punto que incluye una revisión trimestral de cuentas.
La reunión del G7 tendrá su prolongación en la cumbre de la alianza atlántica, que está por empezar en una ciudad de Madrid sitiada por las fuerzas de seguridad. Allí se dará un nuevo paso hacia la integración de Suecia y Finlandia a la Otan, perfeccionando el cerco contra Rusia y profundizando las tendencias bélicas. El fin de semana, miles de personas marcharon en repudio a este cónclave.
Luchemos por la disolución de la Otan. Fuera el imperialismo del este europeo. Retiro de las tropas rusas de Ucrania.
Que la crisis la paguen los capitalistas. Por gobiernos de trabajadores y el socialismo.
Gustavo Montenegro
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