La segunda vuelta de las elecciones en el país cafetero consagraron como presidente a Gustavo Petro, del centro izquierdista Pacto Histórico, quien se impuso con poco más del 50 por ciento de los votos sobre su contrincante Rodolfo Hernández (47,2 por ciento), un empresario y exalcalde de Bucaramanga que posa de outsider pero contó con el respaldo del uribismo, la fuerza política que gobernó Colombia las últimas dos décadas y había quedado fuera del ballotage.
El gobierno saliente de Iván Duque, un aliado del imperialismo, deja un país devastado por la pobreza, la represión, el ajuste y el accionar de los grupos paramilitares. Son esos hechos los que explican el resonante fracaso del oficialismo en el primer turno.
La derrota de la derecha (un golpe a todo ese espectro político a nivel continental, incluyendo a Javier Milei, que viajó a hacer campaña por Hernández) coloca a los trabajadores colombianos en condiciones más favorables para su lucha contra el régimen político y social, no obstante lo cual se enfrentarán ahora a la experiencia de un gobierno que buscará la conciliación con los vencidos en las urnas, como lo atestigua el planteo de Petro de un “acuerdo nacional” que incluya al uribismo (ver, por ejemplo, el reportaje aparecido en La Nación el viernes). En la campaña electoral, a su vez, el flamante presidente buscó ganar la confianza de los grandes empresarios, con alusiones expresas al respeto de sus negocios. Petro no tiene intenciones de avanzar en una transformación de fondo del país.
El pueblo colombiano mostró su inmenso valor en la rebelión del año pasado. En esta nueva etapa, es clave la independencia política de la clase trabajadora tanto de la derecha como del nuevo gobierno, para conquistar todas las reivindicaciones planteadas por aquella irrupción popular y avanzar en una salida política de las masas obreras y campesinas.
Prensa Obrera
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