La presencia del presidente norteamericano en Europa tiene un significado muy especial que es necesario seguir con atención. La decisión de Joe Biden de desembarcar en el viejo continente en las puertas de la guerra forma parte de los planes de la Casa Blanca por redoblar la apuesta y avanzar en una escalada de mayor alcance contra Rusia y, de un modo más general, en los objetivos estratégicos del imperialismo. Esta decisión de Washington se alimentaría en la evidencia que el despliegue bélico de las fuerzas rusas está revelando un déficit de potencial militar que deja expuesta la debilidad del ejército putiniano.
Aunque los aterradores bombardeos contra las ciudades ucranianas aparezcan ante una primera mirada como la muestra del poderío de Rusia, millones de refugiados y desplazados, y edificios reducidos a escombros, están indicando, transcurrido un mes del inicio de la guerra, las sensibles falencias de la capacidad bélica rusa. El operativo relámpago que permitiera adueñarse rápidamente del país, que era el plan inicial ideado por Putin, fracasó y el conflicto se prolonga en el tiempo, y las fuerzas rusas se encuentran empantanadas en territorio ucraniano sin que se avizore un desenlace inmediato. Rusia no cuenta con la logística necesaria ni se preparó para un conflicto de larga duración. Las municiones y armamentos de precisión parecen escasear. El arsenal supermoderno del que se jacta Putin es acotado y lo que abunda es material bélico pero de tecnología más anticuada. Las bombas inteligentes, ya sean teleguiadas por láser o por GPS, que son moneda corriente hasta en los ejércitos occidentales más pequeños, escasean en las tropas rusas. Lo que predominan son las llamadas bombas tontas que son las que Putin viene lanzando contra Ucrania. Ante la escasez de armas guiadas de precisión, para sus ataques contra las ciudades ucranianas Rusia depende de cazabombarderos de vuelo relativamente bajo y piezas de artillería terrestre, que son blancos mucho más fáciles para la resistencia ucraniana, con las consecuentes bajas rusas.
Moscú, como lo han destacado diferentes analistas militares, está tropezando incluso con límites insalvables para usufructuar su superioridad aérea. El entrenamiento de los pilotos rusos deja mucho que desear, los cuales apenas “cumplen unas 100 horas de vuelo por año. Es lo que puede permitirse una economía de segunda, como la rusa. Cien horas de vuelo al año equivalen a un promedio de menos de 20 minutos por día (…) A pesar del inmenso gasto en aviones modernos, los generales rusos preferirían dejarlos como amenaza en tierra que mandarlos a la batalla piloteados por incompetentes” (La Nación, 22/3).
Pero, además, el entusiasmo de la Casa Blanca se apoya en que la gira de Biden ocurre justo cuando las tropas ucranianas, fuertemente asistidas por Occidente, han logrado no solo impedir que las tropas de Putin tomen las principales ciudades del país sino recuperar territorios en algunos lugares puntuales. En el análisis no se puede soslayar la resistencia que viene abriéndose paso en el campo ucraniano que no estaba en los cálculos del Kremlin y que ha logrado involucrar a la población civil y cuya moral ha ido creciendo con el correr de las semanas.
En definitiva, la invasión de Rusia se ha visto obstaculizada desde el principio por problemas logísticos, fallas de estrategia, baja moral de las tropas y una incapacidad para articular de manera efectiva las campañas terrestres, marítimas y aéreas. A la par de ello, asistimos a una reacción ascendente del lado ucraniano. Los límites en el campo militar no pueden sustraerse al hecho del retroceso económico de Rusia que ha pasado a ser una potencia de segunda orden, con un PBI menor que el de Brasil. El presupuesto militar ruso, a pesar del empeño puesto por el mandatario ruso en los últimos años, es apenas la duodécima parte del que invierte Estados Unidos. La vulnerabilidad militar ha puesto más al descubierto la vulnerabilidad económica.
Los planes del imperialismo
En este contexto hay que ubicar la opción que se está barajando en Washington de acentuar aún más la contienda bélica. De modo tal que la hipótesis de una prolongación de las hostilidades no proviene solo del lado ruso sino del lado occidental y en particular del norteamericano. “A partir de los intereses geopolíticos occidentales” que apuntan a “encapsular a Rusia y de modo esencial complicar o aún detener el desarrollo e influencia competitiva de China. Desde el fin de la Guerra Fría esta es la mayor oportunidad que le ha surgido a Estados Unidos para regresar a la cabecera de la mesa e imponer su liderazgo económico y comercial y por lo tanto político al resto del mundo” (Clarín, 22/3).
Obviamente, el gran pato de la boda serían las masas ucranianas, que están llamadas a soportar un baño de sangre y sufrimientos aún mayores. Están a la vista las atrocidades que viene llevando adelante el ejército ruso. A Putin no le tiemblan las manos en estos ataques despiadados, como lo ha probado la carnicería contra el pueblo checheno o, más recientemente, su intervención contra la rebelión en Kazajistán. Pero, al mismo tiempo, el agravamiento y prolongación de la guerra ucraniana que se vislumbra terminará de sacarle la careta al imperialismo y echar luz frente a la opinión pública ucraniana y mundial de la hipocresía y el cinismo de las principales metrópolis capitalistas que les interesa un bledo la suerte y el destino del pueblo ucraniano que viene siendo utilizado como carne de cañón -al igual que el resto de los pueblos de Europa del Este- para un avance económico, diplomático y militar imperialista en la región, que ha ido de la mano de la expansión de la Otan. Zelenski viene utilizando el sentimiento de defensa nacional que despierta la agresión militar rusa en el pueblo ucraniano para reforzar este alineamiento con las potencias occidentales, o sea, una manipulación política de la población de carácter proimperialista.
La agresión rusa, que responde a los apetitos e intereses de una oligarquía y camarilla restauracionista y debe ser condenada sin vacilaciones, no nos debe hacer olvidar la responsabilidad primordial del imperialismo mundial, empezando por EE.UU. y la Unión Europea en este conflicto y que se expresa en una colonización del exespacio soviético en todo los planos y que apunta sus cañones contra Rusia. En las grandes catástrofes humanitarias -como la sufrida en Irak, Siria, Libia o la del pueblo palestino, solo para enumerar algunas de la últimas-, está la mano del imperialismo. En el concierto mundial, Rusia hoy ha quedado reducida a un papel de segundo violín que, por supuesto, no se priva de oprimir brutalmente a las naciones que han quedado bajo su tutela y ejercer una represión despiadada dentro de sus propias fronteras.
Biden viaja a Europa para alinear a sus aliados en la perspectiva de un golpe de mayor envergadura contra Rusia. Entre las medidas que contempla figuraría interrumpir las importaciones del gas ruso a Europa, un reforzamiento de la asistencia militar y mayores represalias económicas. No hay antecedentes de sanciones económicas de estas dimensiones en el mundo como las que ha adoptado la coalición de la Otan, salvo sobre países más marginales. Las sanciones económicas con motivo de la ocupación de Crimea dispuestas desde 2014 tuvieron su impacto que se arrastra hasta el día de hoy, provocando un retroceso económico de Rusia. El erario público ruso tuvo que soportar una sangría de varios miles de millones de dólares cuya contrapartida fue un recorte en el gasto público y en primer lugar en las jubilaciones. Las sanciones actuales ya se calcula que podrían provocar una retracción del PBI del 10 y hasta el 15%. La decisión de excluir a Rusia del sistema de pagos internacionales (Swift) trae aparejado un bloqueo al sistema bancario y de un modo general de todas las transacciones económicas y comerciales. El rublo se devaluó más de un 30% y se ha dispuesto un virtual corralito que se desarrolla en medio de una fuga de capitales, corrida cambiaria y un derrumbe accionario. La población rusa, cuyos ingresos mayoritarios son en moneda local, está sufriendo un serio golpe a su bolsillo, al que se une la amenaza de cierre de las filiales de compañías extranjeras que han decidido cesar sus operaciones en territorio ruso.
¿Hasta qué punto puede Putin resistir este asedio? Hay quienes señalan que el Kremlin tiene una margen de maniobra -entre ellos un caudal de reservas, aunque parte de ellas han quedado bloqueadas- para hacer frente a las represalias. Pero todo esto se complica a medida que pasan las semanas. Sostener económica y militarmente la guerra e incluso una ocupación representan cifras siderales que no tienen comparación con lo de Crimea, que ya provocó un agujero.
Si el Kremlin logra dividir el país y colocar un gobierno títere en lo que quede de Ucrania, en la parte occidental, eso no podría funcionar sin una fuerte presencia militar permanente. Moscú carece de esas posibilidades, incluso económicas. Menos ahora que su PBI se ha derrumbado.
En un reciente informe, citado por The Economist, la Otan concluyó que los ocupantes necesitarían de 20 a 25 soldados cada mil ucranianos. Pero Rusia apenas superaría los cuatro. Este panorama está llamado a tener una traducción en el plano social y político. La recesión unida a la inflación se va a empezar a sentir con virulencia, pasado el primer mes y proporcionalmente a ello, a que crezca el descontento en la población.
La oposición en Rusia, que hoy se circunscribe más a un círculo intelectual y de clase media, puede extenderse a las capas más pobres, en las filas de los trabajadores. Por más que pretenda ser silenciado por las autoridades, los ataúdes de millares de soldados rusos que han perdido sus vidas que ya se constatan y que está creciendo van a hacer sentir y conmover la opinión pública. Por otra parte, las sanciones ya han metido su cuña entre los oligarcas rusos, que quieren que la guerra termine por poner en peligro sus negocios y sus patrimonios. Esta oligarquía nativa que se ha ido conformando desde la disolución de la URSS es la principal base de sustentación del gobierno ruso. La reciente diatriba de Putin contra los “traidores” es una señal que esa base se está erosionando.
Perspectivas
Washington está cada vez más tentado a no desperdiciar esta chance en la actual coyuntura. Infligirle un golpe e incluso forzar una alteración política en Rusia sería un antecedente muy importante para luego ir por China. Por lo pronto, EE.UU. ha redoblado sus presiones sobre el gigante asiático para que no otorgue ayuda militar al Kremlin. Pekín hasta ahora se ha abstenido en ese sentido. Ni que hablar que eso permitiría restablecer un liderazgo en Occidente que ha perdido y, a caballo de ello, darle un nuevo aliento al gobierno de Biden que viene a los tumbos y está muy devaluado.
Pero la movida que estaría pergeñando no significa que el imperialismo yanqui tenga la vaca atada ni mucho menos. Hay que ver cuál es la disposición de los países europeos, en primer lugar de Alemania, para embarcarse en una profundización de la escalada. Hasta ahora, las importaciones del gas ruso en el viejo continente se mantienen normalmente. Los bancos asociados al pago de estas operaciones han quedado excluidos de las sanciones. Esto le otorga a Moscú divisas que permiten atenuar la asfixia económica y su disponibilidad de moneda fuerte. Pero, por sobre todas las cosas, colocar un pie en el acelerador de la guerra choca con los peligros y condicionamientos que impone la crisis mundial capitalista. La guerra de Ucrania ya ha acelerado las tendencias inflacionarias y ha puesto en jaque el repunte económico de 2021 posterior a la pandemia; con más razón, un escenario de conflicto bélico extendido y agravado en el tiempo puede provocar una situación ingobernable y la perspectiva de una crisis financiera, derrumbe bursátil y hundimiento y dislocación de la economía mundial. Esta amenaza está presente en el debate en las esferas del poder económico y político, empezando por los gobiernos y las autoridades de los bancos centrales.
Con independencia de la variante más inmediata que prevalezca, lo cierto es que el escenario bélico mundial se ha agravado. No estamos simplemente ante una réplica de lo ocurrido con los conflictos anteriores, que si bien tenían una proyección internacional todavía asumían un carácter regional. La guerra ahora tiene como teatro de operaciones a la propia Europa. El choque es directo entre Rusia y la Otan. En este caso, Zelenski opera como un brazo de esta última. Estamos ante un salto en la situación internacional que nos acerca a un escenario de guerra mundial. Ucrania es simplemente un botín de guerra y prenda de negociación entre los actores principales del conflicto. La autodeterminación nacional de Ucrania es sacrificada en el altar de los intereses geopolíticos de la Otan y Moscú. La guerra y la catástrofe humanitaria que traerá aparejada plantea en forma más perentoria que antes la necesidad de una acción común de los trabajadores de Ucrania, Rusia y de todo el mundo. Es necesaria la unidad de los trabajadores ucranianos del este y el oeste junto a los trabajadores rusos para poner fin a este baño de sangre. Llamamos a oponerle a la lucha fratricida la solidaridad y confraternización de los pueblos de ambos bandos y extender esta prédica en todos los terrenos y también en los campos de batalla. El enemigo no es el pueblo vecino sino los regímenes y gobiernos y sus agentes locales artífices y responsables de esta guerra. Fuera la Otan. Abajo Putin. Cese de los bombardeos y de la invasión militar rusa. Por gobiernos de trabajadores. Por una Ucrania independiente, unida y socialista, en el marco de los Estados unidos socialistas de Europa, incluyendo Rusia.
Pablo Heller
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