Corría el año 1890 en Argentina. El país se encontraba jaqueado por una crisis capitalista que había desbaratado todo el escenario internacional, y había rebalsado el vaso de un endeudamiento sistemático sostenido por décadas. Una deuda de la que se sirvió la oligarquía –fundamentalmente, la bonaerense- para valorizar sus tierras en una región agropecuaria en franco desarrollo, más aún después de las Campañas del Desierto.
Tras décadas de expansión económica, se declaró en 1889 la imposibilidad de afrontar los compromisos de deuda. La situación internacional con Gran Bretaña comenzó a tensarse: el principal grupo acreedor, Baring Brothers, le exigía a la corona británica la imposición del cobro a la fuerza; tal cual se había hecho recientemente con Turquía y con Egipto. El choque entre la oligarquía y la banca inglesa fue en ascenso, pues los primeros resistieron los términos de este plan de cobro ‘a la fuerza’ que demandaban los segundos: los mismos implicaban una práctica colonización del país por parte de Gran Bretaña. Los oligarcas, que no oficiaron en defensa de la soberanía nacional sino de la propiedad y la rentabilidad de sus tierras, apoyaron (y financiaron) junto a la burguesía comercial el rearmado político opositor de la Unión Cívica, que protagoniza el sublevamiento de 1890 contra el gobierno de Juárez Celman conocido como la “Revolución del Parque”.
Aquella fue, como tal, una rebelión de contenido burgués y pequeño burgués, tras la primera crisis capitalista en suelo nacional. Y fue un hecho no solo determinante, sino también fundante; porque configuró en los años posteriores el escenario sobre el que se desarrolló el último siglo de la lucha de clases en Argentina.
De la crisis capitalista a la génesis del movimiento obrero
Pero en aquel año no solo la clase capitalista protagonizó en sus contradicciones internas un hecho decisivo ante la primer gran crisis, justamente, en términos capitalistas en la Argentina. Y es que la misma, explicaba Marx, no solo forja a su paso su propia destrucción, sino que también da nacimiento a quien se encargará de sepultarla: la clase obrera. El jueves primero de mayo de 1890, alrededor de las 15 horas, 3.000 trabajadores se reunirían en Recoleta, en la Ciudad de Buenos Aires, para dar lugar a un acto por el primer Día Internacional del Trabajador. La jornada resuelta en homenaje a los mártires de Chicago por el congreso fundacional de la II Internacional en 1889 fue la ocasión en la que el proletariado argentino emergería como actor político. A su vez, el suceso se replicó con menores concurrentes –pero no por eso con menos importancia- en Bahía Blanca, Chivilcoy y Rosario. El acto se desenvolvió con un manifiesto reivindicativo concreto, en el cual se destacaban consignas comunes del proletariado internacional como lo fuera la jornada laboral de 8 horas.
Este hecho intentó ser boicoteado por las patronales, que amenazaron con descontarle el día a los obreros que asistieran al acto. Sin embargo, la solidaridad de clase pudo más: allí mismo se organizó una ‘colecta’, a modo de fondo de lucha, con la cual los propios trabajadores financiaron la sanción salarial a los compañeros afectados. Posteriormente, imposibilitada en detener la realización del acto, la burguesía y todo el establishment comenzaron una campaña de demonización. La Nación haría hincapié en su tirada, por ejemplo, en que muchos de los oradores eran extranjeros, “por suerte había pocos argentinos”, subrayaban. Pero esto solo era un síntoma reaccionario de la impotencia de la burguesía para contener el salto inevitable de la clase obrera como un factor independiente al escenario político nacional.
Se trataba de un proletariado aún muy joven, en vías de constituirse al calor de las inmigraciones masivas de Europa de trabajadores que se radicaban cada vez más en las grandes ciudades insertándose en un relativo proceso de industrialización. Aquel 1 de mayo fue el retrato de un grado avanzado de desarrollo y madurez que ya se venía manifestando en los años previos.
Ya en la década de 1870 algunos franceses que se exiliaron tras la derrota de la Comuna de París desembarcaron en Argentina y realizaron actividades en el marco de la I Internacional. Pero fue para 1880 cuando en Alemania el canciller Otto von Bismarck promulga en el parlamento las denominadas “leyes antisocialistas”, que tenían como fin perseguir y coartar la actividad del Partido Socialdemócrata ante el temor de un estallido revolucionario como en la Comuna de París. Ello motivó la llegada a la Argentina de un centenar de alemanes exiliados, que fueron los responsables de conformar las primeras organizaciones obreras. La primera de la que se tiene registro, el Verein Vorwärts (Asociación “Adelante”), desempeñó un papel más que nada en términos de propaganda, pero que tuvo un peso significativo en el movimiento obrero. Comenzaron para 1886 la redacción de su periódico “Vorwärts. Organ für die Interessen des arbeitenden Volkes” (Adelante. Órgano para la defensa de los intereses del pueblo trabajador), llegando a editar casi 700 números hasta su desaparición en 1901.
De igual forma, para aquella década la propaganda anarquista jugó un papel elemental, como lo fueran folletos como “Una idea” del Centro de Propaganda Obrera fundado en 1876. Los inmigrantes italianos contribuyeron fuertemente al desarrollo del anarquismo, tal cual lo prueba el arribo al país de Errico Malatesta, uno de sus más grandes dirigentes a nivel internacional en 1885. Este fue un antes y un después para el anarquismo, que comenzó a ganar influencia a la par del socialismo entre el movimiento obrero, y que comenzaron también una acción de difusión sistemática.
Los fines de la década de 1880 fueron un terreno fértil para el avance de las corrientes socialistas y anarquistas que intervenían en su seno. Basta con mencionar que desde su comienzo hasta 1888 se produjeron en la Ciudad de Buenos Aires, donde se conglomeraba el vasto grueso de la clase obrera y de la actividad económica, aproximadamente una docena de huelgas. Sin embargo, entre 1888 y 1890 se sucedieron 36 conflictos laborales, el triple. La crisis capitalista estalló licuando el poder adquisitivo del salario y fogueando una enorme devaluación, pero la respuesta de los trabajadores no pasó inadvertida.
Claro que se comprende como “el salto a la vida política” de la clase obrera aquel primero de mayo porque, contrario a la tesis de cierta espontaneidad, fue aquel proceso previo el que elevó la conciencia de los trabajadores hasta confluir por primera vez en una gran actividad común. En los años siguientes, el Día Internacional del Trabajador fue cobrando cada vez más un carácter activo de lucha, a la par que el proletariado argentino maduraba y se radicalizaba; multiplicándose la jornada ya no solo en concurrentes sino también en distintas convocatorias. Una prueba cabal fue lo ocurrido en 1909, cuando la policía reprimió salvajemente un acto en Plaza Lorea, dejando como saldo 14 trabajadores muertos y 80 heridos. La respuesta fue inmediata: tras difundirse un manifiesto en repudio que sentenciaba “¡Viva la huelga general! ¡Fuera el jefe de la policía, el verdugo de Falcón!”, el lunes 3 de mayo el país amaneció paralizado por una huelga convocada en conjunto desde las dos centrales sindicales, la FORA anarquista, fundada en 1901, y la UGT socialista, fundada como un desprendimiento de la anterior en 1902. Aquella semana, conocida como “la semana roja” fue una verdadera demostración de carácter de la clase obrera. La huelga se mantuvo hasta que el gobierno de Figueroa Alcorta liberó a los detenidos el 9 de mayo. En los días intermedios, 80 mil personas asistieron al velorio de los fusilados, que mantuvieron 9 enfrentamientos con la policía por negarse a entregar los cuerpos. El gobierno decreta el toque de queda y comienza una política de extradición a los dirigentes del movimiento obrero que eran inmigrantes. Una política que se vería acentuada meses después luego del bombazo del anarquista Simón Radowitzky a Falcón.
Intentos de regimentación y estatización
Por todo lo que significó desde entonces el primero de mayo para la clase obrera, la burguesía hizo denotados esfuerzos una y otra vez para escindirla de su significado de lucha. Por ejemplo, la derechista Liga Patriótica fundada en 1919, que ‘premiaba’ a los trabajadores que no se sindicalizaran, organizaba donaciones de ropa y jornadas de catequesis cada 1 de mayo para que “fueran buenos” y “no existieran luchas sociales”, tal cual proclamaban en sus volantes de la época. Pocos días antes del primero de mayo de 1925, el gobierno de Marcelo T. de Alvear formaliza en un decreto la declaración de aquel día como feriado, dando pie a una intentona de estatizar y vaciar de contenido la jornada para declararla “homenaje al trabajo”. Lo propio haría cinco años después otro radical, Yrigoyen, declarando en 1930 al primero de mayo día festivo; “La fiesta del trabajo en todo el territorio nacional”.
Pero esta regimentación pegó un salto cualitativo bajo el primer gobierno de Perón. Como parte de toda su política de estatizar los sindicatos para bloquear la iniciativa independiente de la clase obrera, el Estado comenzó a convocar a partir de 1946 sus propios actos por el primero de mayo; sustituyendo a los oradores obreros por los burócratas cegetistas y hasta por el propio Perón. Sustituyendo los antiguos mítines por exhibiciones del aparato de la CGT y el Estado nacional, se la denominó aquel primero de mayo de 1946 la “Fiesta del trabajo y la lealtad”. Vale la ironía, entonces, que fuera un 1 de mayo también cuando en 1974 la JP abandona la Plaza de Mayo, dejando una mitad de la “Fiesta del trabajo y la lealtad” vacía, mientras Perón se deshacía en elogios a los burócratas y catalogaba de ‘imberbes’ a quienes le reclamaban que su ‘gobierno popular’ estaba lleno de gorilas.
Ayer, hoy y mañana: ¡Por un 1 de mayo independiente y de lucha!
De lo que no cabe duda es que la burguesía (y todos sus gobiernos) han intentado deformar hasta lo irreconocible el verdadero carácter del primero de mayo. Pero la historia viva de la clase obrera argentina (como mundial) lo mantienen vigente. Hoy día la situación de la lucha de clases ha variado sustancialmente tras un siglo de historia en el país: unos cuantos golpes contrarrevolucionarios vinieron a sofocar el desarrollo del movimiento obrero, el peronismo logró imponer un aparato de contención con el rol destacado de la burocracia sindical, se replicó en Argentina la experiencia de los levantamientos de masas en todo el mundo entre 1968 y 1970, forzando a la burguesía a traer de regreso a un Perón impotente ante la estoicidad de la generación obrera que levantó cabeza en el Cordobazo y que no pudo ser domada sino mediante la Triple A y la dictadura genocida. La pauperización aún mayor de las condiciones de vida de los trabajadores con Alfonsín y la hiperinflación, la flexibilización y las privatizaciones de Menem, el estallido de la crisis sobre la espalda de los trabajadores y el salvataje al capital con De la Rúa, la profundización de la precarización laboral y la regimentación estatal con los Kirchner o la desvalorización récord del salario con Macri.
Atravesamos este nuevo 1 de mayo, hoy bajo el gobierno de Alberto Fernández, con un salario mínimo que no representa ni la mitad de la canasta básica y aún bajo la línea de indigencia. Este 1 de mayo se desenvuelve con 42% de pobreza y más de la mitad de los trabajadores en condiciones de informalidad y precarización. Y es una política que se irá profundizando por un gobierno comprometido hasta las últimas instancias con el ajuste que reclaman el FMI y los acreedores internacionales. Aunque el agravamiento del contexto sanitario demande, contradictoriamente, realizar esta jornada de manera virtual, convocaremos este sábado desde las 15 horas al acto virtual del Frente de Izquierda – Unidad como una instancia al servicio de reagrupar al movimiento obrero contra la enorme ofensiva en curso sobre nuestras condiciones de vida. ¡Que viva el día internacional de los trabajadores! ¡Que viva la clase obrera! ¡Más que nunca, por un gobierno de los trabajadores!
Manuel Taba
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