domingo, 17 de febrero de 2019
Cómo Maduro y el chavismo allanaron el camino al imperialismo y a la derecha para la ofensiva golpista
La ofensiva imperialista que se ha desatado contra Venezuela, teniendo a la cabeza en el territorio nacional a Juan Guaidó y toda la derecha, fue facilitada por el accionar previo del gobierno de Maduro, que descargó la catastrófica crisis económica y social sobre las masas, una crisis que se inició de la resultante del desplome de los precios del petróleo pero profundizada por sus propias medidas políticas y económicas. Previamente, Chávez, más allá de los discursos, no había modificado la matriz rentista de la economía nacional.
La obscena intervención del imperialismo estadounidense, llegando a sanciones en el campo petrolero y el bloqueo de activos extraterritoriales del país junto a amenazas de acciones armadas, con una derecha que clama hasta por una intervención militar extranjera, lo permitió todo este camino allanado por Maduro llevando al hartazgo del pueblo trabajador por las inclemencias de la crisis descargada sobre sus espaldas.
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El país vive más de cinco años de una catástrofe inclemente que solo ha venido aumentando y no tiene señales de parar. Las políticas oficiales no han hecho más que profundizarla, generando escasez de alimentos y potenciando una hiperinflación que ya supera, según distintos cálculos, el millón o hasta los dos millones por ciento anual. A finales de agosto del año pasado el Gobierno lanzó un plan de supuesta “recuperación y prosperidad económica”, donde los golpes los recibieron la clase obrera y el pueblo pobre, mientras se exoneraba del ajuste a los capitalistas y la casta corrupta.
Se masacraron los ingresos de la clase obrera llegando el salario a valer los cinco dólares mensuales actualmente, totalmente favorable a los patrones y a los capitalistas privados en particular, tanto nacionales como extranjeros, que consiguen así una de las manos de obra más baratas en el mundo. Simultáneamente, avanzó en eliminar grandes conquistas históricas de la clase trabajadora, obtenidas en décadas de lucha, contenidas en los contratos colectivos.
Si ya con Chávez la situación económica daba señales de declive, y en los momentos recesivos impuso medidas regresivas, con Maduro y la llegada abrupta de la caída de los precios del petróleo, mermando los ingresos de un país rentista por excelencia, toda la política fue dirigida a apretarle brutalmente el cinturón al pueblo.
A la par de esta caída abrupta de los ingresos petroleros comenzaron a llegar los vencimientos millonarios de pagos de la deuda externa, una deuda que no solo era heredada del pasado adeco-copeyano (dígase de paso que el propio Chávez se encargó de continuar pagando la que había quedado de esa época) sino que se generó por el propio chavismo desde el 2008 de manera acelerada.
Maduro tomó una clara opción sin que le temblara el pulso, cumplirle a los acreedores y buitres internacionales, es decir al capital financiero imperialista, y no al pueblo que afrontaba necesidades imperiosas en servicios elementales en el campo de la alimentación, salud y la educación. Llegó a jactarse de que durante su gobierno se llegaron a pagar más de 72 mil millones de dólares aludiendo que su gobierno pagaba hasta el último centavo.
Miles y miles de millones de dólares fueron destinados a pagar una fraudulenta deuda externa justo en los momentos de los mayores padecimientos del pueblo, negándole esos recursos a las necesidades más urgentes de las grandes masas populares, pero garantizándoselos al capital financiero internacional. De esta manera se mantuvo el flujo de dólares para los acreedores internacionales a costa de “ajustar” al pueblo recortando drásticamente las importaciones de alimentos, medicinas y otros bienes, y se llegó a bonificar el salario permitiendo que se pulverice ante la hiperinflación galopante, entre otras medidas.
Para mencionar de manera gráfica: en un país que depende en gran medida de las importaciones para mantener su infraestructura, alimentación, medicinas, sistema de salud e insumos para la producción, éstas se redujeron entre 2012 y 2016 en casi 70%, al pasar de 54,7 mil millones de dólares a 17,8 mil millones. La importación de productos farmacéuticos se redujo 64% entre 2012 y 2014. Y en los cuatro años subsiguientes las reducciones llegaron a niveles mucho más bajos aún, llegando a producirse un colapso en todos los niveles incluyendo en la infraestructura de los hospitales, hasta llegar a la propia industria petrolera con la crisis en PDVSA cayendo la producción a niveles de 1940.
Todo para garantizarle la fiesta a los acreedores y al capital financiero internacional. Mientras éstos festejaban, la catástrofe económica llegaba al país con un proceso arrollador de hiperinflación que se proyecta en millones por ciento y una caída de la producción interna propia de países en guerra.
Una política elemental anti-imperialista y a favor del pueblo tenía que haber partido de no pagar la deuda externa, dejar en claro que entre los intereses del capital usurero internacional y las necesidades básicas del pueblo venezolano la prioridad es la alimentación, salud y educación del pueblo. Pero el gobierno hizo todo lo contrario.
El otro gran centro de la “quiebra” actual del país y la catástrofe económica que vivimos es el enorme hueco en los recursos que dejó la fuga de capitales. El propio ministerio de Comercio Exterior calculó que para 2016 ascendía a 500 mil millones de dólares. Un robo a la nación, hecho por vías legales y otras no tanto. Todos se hicieron la fiesta: banqueros, empresarios de todos los colores tanto vinculados a la oposición como al chavismo y la burocracia estatal corrupta.
Pero al oficialismo jamás se le pasó por la cabeza la repatriación forzada de todos esos capitales so pena de expropiación inmediata de los bienes de quienes no lo hicieran. Esto implicaba destapar toda la olla de corrupción que enlodaba a todos los que habían producido ese enorme desfalco de la nación. Allí chavismo y derecha eran complacientes.
Todo un pueblo condenado a múltiples calamidades para que los usureros del capital financiero imperialista tengan sus cuentas llenas y los parásitos de la banca nacional, empresarios y nuevos ricos acumulen afuera los dólares de la renta petrolera.
En todo este período aún no existían las medidas de alcance económico por parte de Estados Unidos que dificultaron al gobierno refinanciar o reestructurar la deuda externa, y las restricciones al crédito, las cuales entran en vigencia hacia finales de 2017. Por eso no es cierto lo que dice Maduro cuando escabulle su responsabilidad achacando todos los padecimientos al “cerco económico” como lo ha afirmado recientemente. El gobierno es responsable de seis años de claras decisiones de política económica que privilegiaron descargar el ajuste sobre el pueblo trabajador mientras se salvaguardaban los intereses de la clase dominante y los altos funcionarios del régimen.
Por supuesto que en la inflación y escasez previa a las sanciones de 2017 jugaron un papel las políticas empresariales reaccionarias para evadir medidas gubernamentales como, por ejemplo, la simplificación de la producción (sustituir las cantidades de presentaciones pequeñas y más accesibles al bolsillo popular, por pocas presentaciones tamaño grande), acaparamiento, especulación. Sin embargo la política gubernamental, al tiempo que se quejaba a los cuatro vientos de eso, en los hechos no hacía nada concreto para combatirlo en serio, acordando cada tanto aumento de precios y facilitando más vías de financiamiento a los capitalistas. Mientras, como hemos dicho, se profundizaba la falta de divisas y la caída de las importaciones por garantizar los pagos de deuda externa y dejar intacta la fuga de capitales, de la cual los empresarios amigos del chavismo y los propios jerarcas del gobierno eran principales beneficiados, aunque no los único por supuesto. Las sanciones imperialistas de 2017 vinieron a reforzar la crisis ya existente por esta política complaciente de Maduro con el capital financiero y la clase capitalista nacional.
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Con un ritmo acelerado se avanzó en una apertura petrolera peor que la que se intentó aplicar en la década neoliberal de los 90’s. En esta apertura el Estado percibe menos regalías, el capital imperialista está exonerado de cumplir las leyes nacionales en material laboral, tiene manos libres para disponer de la comercialización del petróleo, y es tal la falta de transparencia del régimen que los contratos se hacen casi clandestinamente, a espaldas del país. Una apertura donde también avanzan los grandes negocios de una burocracia estatal parasitaria –bien como gestores del capital extranjero o como asociados directos al negocio–, en beneficio propio y en detrimento del país. No les bastó con la entrega de toda el área del Arco Minero del Orinoco a las transnacionales para la explotación del oro y otros minerales, abriendo paso al posible mayor ecocidio, nunca visto en la historia del país.
En el país no dejaron de operar cientos de transnacionales que explotan los recursos naturales y a los trabajadores venezolanos, girando riquezas a las principales potencias; garantizando el pago de “indemnizaciones” al capital transnacional por las estatizaciones; no dejaron de existir los banqueros y aumentar sus ganancias ni dejaron de hacer negocios los empresarios nacionales. Sólo a manera de ejemplo, en la Faja Petrolífera del Orinoco opera la empresa mixta Petrocedeño entre Pdvsa y las empresas Total (Francia) y Statoil (Noruega); Petropiar, con participación de la Chevron yanqui; Petromonagas con la rusa Rosneft y Sinovensa con la china CPCH. La propia Chevron opera en otros campos petroleros del país, además de estar en el jugoso negocio de la explotación del gas en la plataforma Deltana.
Maduro se terminó sometiendo al látigo que le impuso el capital financiero por vía de la deuda externa. El terror del gobierno de Maduro a entrar en default lo llevó a hacer todos los sacrificios a costa del pueblo para cumplir los compromisos internacionales. Todo para terminar en el mismo colapso, solo que siendo pagado por la clase trabajadora y la inmensa mayoría de los sectores populares.
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Todo esto fue acompañado de un profundo giro bonapartista reaccionario del régimen político. Viniendo del bonapartismo plebiscitario de Chávez, que se sustentaba en las FF.AA. y la regimentación del movimiento de masas, pero que incluía una relativa redistribución de la renta hacia el pueblo trabajador, cuestión que se expresaba en el apoyo electoral periódico que recibía el chavismo. Con Maduro y bajo otras condiciones económicas y políticas, vaciado de apoyo popular, la faz del Estado que castiga y reprime pasó a primer plano anulando casi por completo cualquier mecanismo de “concesiones” o “redistribución” de la renta como vía para sustentar el respaldo a su gobierno. Transformándose en un bonapartismo totalmente reaccionario, sustentado fundamentalmente en la represión y el fraude.
El gobierno de Maduro no solo que está sostenido por las Fuerzas Armadas, sino que prácticamente cogobierna con las mismas, siendo éstas parte de las distintas camarillas del chavismo que mantienen el gobierno y se dividen tajadas de poder. Este rol de las FF.AA. es lo que le ha permitido al gobierno de Maduro la sobrevida en medio de esta gran catástrofe nacional.
Una armazón autoritaria que se expresa, además, en la existencia de grupos paraestatales al servicio del gobierno, armados con la venia del Estado y que cumplen el papel de amedrentar y agredir en los barrios o los lugares de trabajo a quienes se organizan para protestar, y ahora con la utilización de Fuerzas de Acción Especiales con alta carga letal allí donde intervienen. Una situación represiva que se expresa también en el encarcelamiento de dirigentes sindicales y trabajadores que luchan, llevados incluso muchos de ellos a tribunales militares.
La derecha ha avanzado en instalar como sentido común en gran parte de la población que los fuertes problemas económicos tienen su origen en “el estatismo”, en la intervención estatal que “ahoga a los empresarios y la iniciativa privada” y, en fin, en “el socialismo”, por tanto, avanzando en conquistar un clima ideológico de defensa de los empresarios que habilita hasta cierto punto un “giro neoliberal”. Y el “Plan País” de Guaidó está para corroborarlo donde sin tapujos presenta un plan ante la crisis de total entrega infame y de medidas contra el pueblo. Además, esta misma derecha hace todo tipo de demagogia “democrática” cuando orquestó el golpe del 2002 y no vacilará en tomar medidas represivas brutales si el pueblo resiste la aplicación de sus planes entreguistas.
Es que, por responsabilidad del chavismo y su fracasado proyecto, se ha terminado facilitando toda esa ofensiva reaccionaria desatada por el imperialismo y desde el derechismo continental que de la mano de la derecha criolla llegan a niveles descarados de intervencionismos alentando al golpismo como salida política a la crisis del país, es decir, resucitar una vez más la bota militar como manera de poner “orden” en la crisis nacional.
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Pero esto no se reduce a Maduro, también al período de Chávez. En todos estos años de lo que se ha llamado de “revolución bolivariana” en nada cambió la estructura dependiente del país en relación al capital extranjero y financiero. La situación estructural de los explotados y oprimidos continuó siendo la misma, sobre todo en el caso de los pobres a quienes, si bien se les otorgó ciertas concesiones en momentos del boom petrolero, cuando empezó la crisis por la caída de los precios del petróleo y en general el fin del ciclo de las materias primas, fue el primer sector que sintió la caída en sus condiciones de vida.
Si bien a diferencia del “puntofijismo”, bajo el cual el país era una pieza funcional a los intereses económicos y políticos del imperialismo norteamericano, el de Chávez fue un régimen que expresaba aspiraciones nacionalistas, de mayor independencia política y un prometido “desarrollo nacional”, por lo cual los EE.UU. lo enfrento llegando a impulsar golpes de Estado y otras medidas de fuerza para derrocarlo. A pesar de que Chávez se resistió, sin embargo, no llevó a cabo ninguna ruptura significativa en la estructura económica del país ni en la relación de este con el capitalismo imperialista, por lo cual la “hegemonía” de este tibio nacionalismo burgués era más bien transitoria y débil, cediendo rápidamente cuando las condiciones económicas cambiaron bruscamente.
Chávez logró renegociar parcialmente los términos de intercambio con el capital petrolero transnacional, logrando captar para el país (en la persona del Estado) un poco más de la renta petrolera, lo que coincidió favorablemente con una larga coyuntura de fuerte alza de los precios del petróleo, al tiempo que en otras áreas de la economía (banca, telecomunicaciones, construcción, etc.) continuó operando y sacando ganancias el capital imperialista. Sin embargo, la atrofia característica del aparato productivo nacional no se revirtió, una vez más la tan mentada “siembra del petróleo” (en agricultura e industrias) no ocurrió, sino que operó un nuevo saqueo mediante la fuga de capitales, una descomunal transferencia de renta pública a manos privadas. El resultado fue, no la prometida superación del rentismo sino la profundización del miso, con un país cada vez más dependiente de las importaciones y de los “petrodólares” para poder garantizarlas. A la par que operaba esta fuga, el país no solo continuó destinando recursos a pagar deuda externa, sino que la aumentó exponencialmente, hipotecando el futuro.
Cuando cesa la bonanza petrolera la ilusión de “prosperidad” se desvanece, el país se encuentra con el aparato productivo incapaz de responder a las necesidades, con una falta de dólares para garantizar las importaciones y con una deuda pública que compromete los pocos ingresos. La fortaleza del chavismo se había basado en unas condiciones económicas que ya no existen, el país estaba crudamente dependiendo de la voluntad de los capitalistas nacionales y la burocracia gobernante a la cabeza de las empresas estatales, es decir, de los que llevaron a cabo la fuga de capitales, así como sujeto a los intereses de los acreedores internacionales y los “potenciales” inversionistas de las corporaciones transnacionales. Se llegó a la encrucijada entre tomar las medidas que Chávez nunca llegó a tomar, de romper realmente con el sometimiento de la economía al capital imperialista y al parasitismo de la burguesía criolla, o administrar la crisis en contra de los trabajadores y el pueblo, que fue lo que finalmente hizo Maduro, abriendo camino a la tragedia social que vivimos y a la demagogia de la derecha y el imperialismo con los padecimientos del pueblo.
En este camino el término “socialismo” y “revolución” fue bastardeado por el chavismo, y hoy a nivel de grandes masas, desgraciadamente, éstas tienden a identificar “socialismo” con lo que fue el chavismo y no con las transformaciones radicales para acabar con esta sociedad de explotación capitalista, mediante su autoorganización, decidiendo ellas mismas sus propios destinos y luchando por un gobierno propio, de los trabajadores y del pueblo pobre.
Por eso sostenemos que, al contrario de lo que dice la derecha, lo que fracasa no es ningún socialismo. Tanto con Chávez y con Maduro se mantuvieron intactos los pilares fundamentales del capitalismo, más allá de las concesiones realizadas por el expresidente durante el boom petrolero, pero en el que también se les garantizaba extraordinarias ganancias a empresarios y banqueros como también a transnacionales. Llegamos a esta situación justamente por no haber avanzado en tomar medidas decidas anticapitalistas cuando los vientos soplaban a favor y el movimiento de masas le daba un apoyo decisivo. En el país siguen existiendo poderosos grupos económicos, como Empresas Polar, en el área de alimentos y bebidas, de Lorenzo Mendoza; los Cisneros que del área de comunicaciones avanzaron en ell sector minero y hasta petróleo; el banquero Juan Carlos Escotet, quien de un banquero medio en sus orígenes se alzó, con Banesco, a ser uno de los principales del país y establecerse en el Estado español donde ahora es el primer banquero de ese país en la lista de los más ricos y el mayor accionista de Abanca.
No avanzaron ni en impulsar la industrialización junto a un desarrollo agrícola-alimentario con la cuantiosa renta petrolera que siguió consumiéndose improductivamente o derramándose en beneficio de burgueses y burócratas que la fugaron masivamente al exterior. Pero no se avanzó ni en una verdadera liberación nacional, ni en cuestiones estructurales de fondo como en la cuestión agraria, ni en una reforma estructural de la vivienda, menos en medidas de “transición al socialismo”.
En vez de liberar las energías del movimiento de masas se empeñaron en regimentarla, disciplinarla, y así bloquearon la posibilidad de una verdadera lucha antiimperialista y de una revolución social, manteniendo en pie lo fundamental de la sociedad capitalista, sin dar salida a las necesidades nacionales ni de los explotados, preparando la vuelta de la reacción.
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Por eso decimos claramente que fue el fracaso y el colapso del chavismo que terminó llevando la situación a una gran catástrofe económica sin precedentes, de calamidades para el pueblo trabajador, avanzando hacia un bonapartismo reaccionario y represivo, lo que ha servido en bandeja la situación para que esta cruzada tome más cuerpo. Sobre este colapso y fracaso del chavismo es que retorna la derecha y la embestida imperialista afila sus colmillos.
Esta es la encerrona a la que nos condujo el chavismo y el gobierno de Maduro, y de las cuales hay que sacar lecciones estratégicas de la experiencia que deja el chavismo como proyecto político que, tal como todos los nacionalismos burgueses o reformismos del siglo XX en América Latina, condujeron a la clase obrera, campesinos pobres y sectores populares de las ciudades, al callejón sin salida de la vuelta de la reacción pro imperialista, imponiendo gobiernos dóciles a los designios del gran capital, avanzando en proyectos neocolonizadores.
Por eso es que la derecha puede aprovecharse del hartazgo insoportable de un movimiento de masas que no aguanta más las calamidades imperantes de un gobierno que golpea duramente, y hasta con cinismos recargados exigen intervenciones militares extranjeras tras las fachadas de las “ayudas humanitarias”.
Hay que enfrentar resueltamente la ofensiva imperialista y todo el plan de la derecha golpista, lo que no implica en absoluto el más mínimo apoyo político a Maduro. Todo lo contrario, la clase trabajadora se tiene que organizar en forma independiente del gobierno para enfrentar todas las medidas de ajuste e imponer un plan obrero de emergencia que podrá dar respuesta a sus padecimientos en medio de la gran catástrofe económica y social que reina en el país. JJunto a eso cobran fuerza demandas democráticas como una Asamblea Constituyente Libre y Soberana para decidir sobre todos los problemas vitales, como clave de un programa democrático radical dirigido contra los pilares bonapartistas del régimen y del Estado, y por tanto a la vez contra el republicanismo liberal de la derecha, demandas que pueden convertirse en un poderoso factor de unificación y movilización de las masas, y dar una salida progresiva a la crisis imperante .
Al calor de esta lucha los trabajadores podrían ir forjando el desarrollo de organismos propios en la lucha por un gobierno de los trabajadores y el pueblo pobre, que pueda encabezar una verdadera liquidación del poder de los capitales imperialistas sobre nuestros pueblos, la emancipación de la explotación por parte de una minoría de banqueros y capitalistas nacionales y la verdadera unidad de los pueblos latinoamericanos y caribeños.
Milton D'León
Caracas @MiltonDLeon
Viernes 15 de febrero
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