Marcha por la educación pública
La multitudinaria y federal marcha universitaria no fue magia: uno de cada 20 argentinos estudia o trabaja en una universidad pública. La idea subyacente bajo la cual se convocó la marcha era “no hay país sin universidad”. Pero la brusca devaluación del peso y una incertidumbre galopante sobre el rumbo de la economía dio vuelta la frase: sin país no hay universidad.
El jueves 30 de agosto pasará a la historia como un nuevo capítulo en las luchas argentinas por la democratización de la educación y del conocimiento. A cien años de la Reforma, una multitud imponente ocupó más de diez cuadras entre Plaza de Mayo y Plaza Congreso y sólo puede ser minimizada por un funcionario que se haya arrancado los ojos. No surgió de la nada: esa presencia multifacética venía preparándose hace semanas, si no meses. En la Argentina al menos un habitante cada 20 estudia o trabaja en una universidad pública. Según el Censo Nacional de 2010 el 4,3% de la población eran estudiantes universitarios, y el 80% de ellos se formaba en el sistema público. No sólo esa cifra siguió creciendo en los años posteriores; también hay que sumar a los docentes y al personal no-docente. La Argentina tiene el sistema universitario más abierto de América Latina, justamente por la combinación de logros históricos de democratización de la educación superior de calidad, en particular el ingreso irrestricto y la gratuidad.
Una multitud de todas las generaciones reclamó en esa multiciplidad de territorialidades en las que están arraigadas las 57 universidades nacionales, con 87 colegios preuniversitarios, en cada ciudad y cada rincón del país. La mayoría fueron creadas a partir de 1983, en el período más extenso de continuidad democracia para nuestro país. Las comunidades educativas del Área Metropolitana, con entusiastas columnas llegadas desde zonas lejanas, ocuparon el centro de la Ciudad de Buenos Aires. Cuando unas semanas atrás la movilización fue convocada, la idea subyacente era que no hay país sin universidad. Eso significa que algunas de las cosas que más valoramos de la Argentina, como el hecho de ser el país con más estudiantes universitarios de América Latina, dejarían de existir si se pulveriza el salario docente, si se pretende que las universidades afronten mágicamente el recorte de los gastos de funcionamiento, que detengan las obras de infraestructura, que vacíen los laboratorios e institutos de investigación.
Las universidades hoy son el principal lugar donde trabajan los investigadores de ciencia y tecnología del país. Es decir, son las mayores productoras de conocimiento, en articulación con el CONICET. Por ello mismo, realizan transferencia de tecnología, patentes y trabajan junto a empresas en procesos de desarrollo. Están insertas en la trama social local: realizan actividades culturales, sociales y de extensión trabajando con comunidades y organizaciones sociales en todo el país. Son un nodo crucial de la internacionalización y de la inserción global de la Argentina: las decenas de universidades públicas tienen acuerdos académicos y científicos con los países más importantes del mundo. Además, son parte del desarrollo de las industrias culturales de carácter público, con editoriales y medios de comunicación de calidad.
Ese complejo está hoy sometido al ajuste por inflación. Los aumentos salariales a los docentes y no docentes han sido casi siempre el techo del aumento del presupuesto universitario. Y este año, la caída del salario ha sido muy significativa. En ese sentido, hay una reducción del presupuesto real, aunque no sea nominal. A esto debe agregarse que las universidades hacen muchas otras actividades además de enseñar y necesitan incrementos adicionales para el despliegue de carreras y actividades nuevas, acompañadas de inversiones en infraestructura.
Cuando llegó el jueves 30, sin embargo, la Argentina vivió uno de los días más violentos del saqueo de los mercados. En pocas ocasiones fue tan evidente que los liberales entienden que la libertad es el poder desregulado de los más poderosos: la libertad del zorro en el gallinero. Y a veces con ayuda del dueño del gallinero, que les vendió este año dólares a 20 pesos. Ya hemos dicho que el dólar es el oráculo de los argentinos, que estamos pendientes de su cotización para obtener pronósticos sobre el futuro. Esa bola de cristal comenzó a devolver imágenes que se tornaron calamitosas y se instaló la pregunta acerca de qué país. Así, en pocos días la frase se invirtió y ayer devino sin país no hay universidad.
Ambas cosas son ciertas. La universidad que supimos construir está en el corazón del país que deseamos. Por eso, también muchas personas que hoy no están directamente vinculadas a la universidad participaron en las protestas y aún muchas manifestaron completa empatía con el reclamo.
Nadie dudaba en la Avenida de Mayo –y en tantas calles y plazas de otras capitales de provincia- que la lucha por la universidad pública es política, que no significa partidaria. Los drones mostraron banderas de todas las agrupaciones y organizaciones, junto a pibes y pibas de todas las edades y paraguas de todos los colores. El aguacero –nunca tan puntual Santa Rosa- fue inclemente, como lo había sido en importantes movilizaciones anteriores (el 8 de agosto a la espera de la aprobación de la media sanción que le faltó a la ley de aborto legal). Pero la multitud no se replegó; había convicción y persistencia. Los paraguas se compartían, el viento frío menguaba en el interior de la masa compacta que generaba la aglomeración de los manifestantes.
Si la “libertad” del dólar se trasladara a la libertad en la educación, el derecho al acceso a la universidad y al conocimiento se convertiría en un producto que se compra y se vende en el mercado. Aunque la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal haya dicho que los pobres no llegan a la universidad, los hechos muestran que la mayoría de los jóvenes que estudia en su provincia y en el país no podría acceder a los estudios superiores si no fueran gratuitos. En muchas universidades el 70% de los estudiantes, o más, son primera generación de universitarios en sus familias. Y ayer viajaron varias horas para decir presente en la Plaza de Mayo, en defensa de sus derechos y los de sus docentes.
Las clases públicas y abrazos a las universidades fueron poco a poco calentando el clima en las semanas previas. Cuando comenzó este conflicto, la lucha era más cuesta arriba: la sensación de muchos era que al gobierno no le importarían los paros universitarios. Pero una vez que la movilización fue in crescendo, sin aislar a los docentes del resto de la comunidad universitaria, incorporando a todes en las principales actividades, logrando que se plegaran grandes facultades (como Medicina o Derecho), el conflicto ya no pudo ser invisibilizado por los grandes medios. Y el discurso del gobierno fue contundentemente inverosímil: “no hay ajuste y el aumento es de un 15%”. Cuando pocos días atrás -aunque parecen años-, se afirmaba que la inflación iba a rondar el 30%, el ajuste era a la vez brutal sobre el salario y por completo ínfimo para la meta general de reducción del déficit fiscal para 2019.
Lo que sucedió el 30 de agosto es que el movimiento estudiantil se mostró con toda su potencia, abrazando a sus docentes. Fue una multitud de estudiantes la que en 2001 derrotó el plan de destrucción de la universidad pública de López Murphy. Sin ellos, la lucha por la universidad es ardua, muy desigual. Los docentes seguirán apostando a esa articulación, por la que vienen trabajando hace tiempo.
Será sólo con esa unidad de la comunidad universitaria, interpelando al conjunto de la sociedad, que la lucha estará a la altura de la universidad que tenemos y de la que deseamos para las futuras generaciones.
Alejandro Grimson
Revista Anfibia
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