sábado, 22 de septiembre de 2018
John William Cooke: la clase obrera y el “hecho maldito” del país burgués
El 19 de septiembre de 1968 John William Cooke fallecía como consecuencia de un cáncer de pulmón. Figura mítica de la resistencia peronista y el pensador más lúcido y radical de la izquierda del nacionalismo burgués, Cooke se presentó como una síntesis entre peronismo y marxismo que se demostraría imposible. De la tragedia cookista a la farsa kirchnerista.
"Durante bastante tiempo, el prestigio de Perón evitó las colisiones, pero aunque podía absorber estas contradicciones, no las suprimía; algunas aparecieron a la luz en los momentos finales del régimen, otras después de la caída. El equilibrio era ya insostenible, y el frente estaba desarticulado. Eso explica por qué el peronismo sigue siendo el hecho maldito de la política argentina: su cohesión y empuje es el de las clases que tienden a la destrucción del statu quo" (Peronismo y revolución, Granica Editor, Bs. As., 1971)
El peronismo como “hecho maldito del país burgués” es, para Cooke, la identificación de la clase obrera con el Frente Nacional contra el imperialismo –disuelto entre finales del régimen nacido en 1945 y los comienzos de la Revolución fusiladora- que, en su concepción, sintetiza el peronismo.
De esta manera Cooke postulaba al peronismo como sinónimo de la clase obrera, ya que era el sujeto esencial que mantenía en la escena política al movimiento proscripto.
Ciertamente, mientras la dirección del peronismo y los burócratas de los sindicatos capitulaban frente a la Libertadora, con la cañonera paraguaya donde recaló el propio Perón como símbolo, la clase obrera combatió y puso en pie luego del golpe una formidable resistencia que puso en caja al régimen fusilador.
Mientras la dirección del peronismo, con Cooke como ideólogo, acordaba con Arturo Frondizi en 1958 el Pacto de Caracas, la resistencia de la clase obrera protagonizaba la huelga del frigorífico Lisandro De la Torre en 1959. Cooke se vio obligado a romper con el gobierno de la UCRI (Unión Cívica Radical Intransigente), mientras Perón predicaba la conciliación con el régimen.
Justo es decir que la llamada resistencia peronista fue la Resistencia de la clase obrera, con un sector del peronismo militando entre los trabajadores y otro negociando con el régimen mientras que Perón hacía equilibrio entre ambos bandos. Visto así el “hecho maldito del país burgués” fue la clase obrera; y el peronismo, como dirección, el límite de la resistencia (porque la contenía dentro del régimen burgués).
Frente Nacional
Si para Cooke el peronismo es el “hecho maldito” por excelencia, no podría más que oponerse a que la clase obrera conquiste su independencia política por fuera del frente policlasista al que está sometida por imposición de sus dirigentes. El argumento cookista justificaba la subordinación por las alianzas y las tareas de la lucha contra el imperialismo:
"Reducirse a la clase trabajadora sería asegurar la derrota del Frente de Liberación, reducirlo y paralizarlo en concesión a planteos teóricos o a infantilismos revolucionarios. Los trabajadores del campo, los estudiantes, la pequeña burguesía, parte de la burguesía industrial no dependiente del imperialismo son parte del Frente de Liberación. El proletariado tendrá papel fundamental como clase combativa y cohesionada, será el eje sobre el que se apoyarán todas las fuerzas nacionales, la primera avanzada y el último baluarte de las reivindicaciones nacionales" ("La lucha por la liberación nacional", 1959).
Como se puede apreciar, para Cooke el proletariado debía ser vanguardia combatiente y último baluarte del frente nacional contra el imperialismo, no cabeza de la nación oprimida. En este sentido, su planteo teórico-político no rompió con el papel de columna vertebral que les asigna el peronismo a los trabajadores.
En el período de la Resistencia, la posición de quien fuera delegado personal de Perón consistía en que los trabajadores debían subordinarse a la estrategia del Frente Nacional, que unía a los burgueses y a los obreros en una política común contra el régimen de la Libertadora y el imperialismo.
Aquí se puede apreciar una de las características del cookismo, su carácter pequeñoburgués con una falta absoluta de independencia política con respecto de la política burguesa que representaba Perón. La impronta particular de la pequeño burguesía peronista, "jacobina" si se quiere, es que utilizaba el lenguaje revolucionario y socializante para ponerlo al servicio del rescate de una dirección netamente burguesa: Perón.
El oxímoron de un peronismo socialista
Rotas las relaciones con Perón y bajo el impacto directo de la Revolución Cubana, donde Cooke y su compañera Alicia Eguren combatieron como milicianos en Playa Girón, el planteo cookista se radicalizaría: "El peronismo es, por su composición social y sus luchas, revolucionario por esencia. Y si existe, en su seno, el peronismo revolucionario, es porque el régimen, mediante el manejo del aparato estatal y cultural, demora la toma de conciencia de las masas con respecto a las razones de la tragedia que sufren y a la política que pueda ponerle fin. Lo que llamamos ‘burocracia peronista’ es, en síntesis, una capa dirigente que opera con los mismos valores del enemigo y es incapaz, por lo tanto, de conducir a las bases a la toma del poder, sin lo cual no hay salida ni para las clases trabajadoras ni para el país, pues ya hemos entrado en una etapa en que no hay nacionalismo burgués sino que revolución social y liberación nacional no son objetivos diferenciados sino dos aspectos de un mismo proceso indivisible" (John William Cooke, Obras completas tomo III, Eduardo L. Duhalde compilador, Colihue).
La brillante conclusión a la que arribó Cooke no es más que la extracción de las lecciones de la Revolución Cubana de 1959 en el plano de la lucha contra el imperialismo. La victoria del Movimiento 26 de Julio en Cuba solo fue posible superando sus objetivos originales democrático burgueses, los cuales ante la presión a dos aguas entre la radicalización del imperialismo contra la revolución y de las masas en defensa de la misma, terminaron dando lugar a una revolución socialista, que expropió a la burguesía y los terratenientes, y proclamó la creación de un Estado Obrero (aunque deformado por el dominio burocrático). Cooke comprendía que la revolución en Cuba indicaba el inicio de las revoluciones socialistas y, por ende, era el certificado de defunción del nacionalismo burgués.
Pero este gran paso adelante fue acompañado por dos enormes pasos hacia atrás. El primero fue plantearse el rescate del nacionalismo burgués criollo predicando su transformación en un movimiento de carácter socialista. El segundo, convocando a Perón a ponerse a la cabeza de la lucha revolucionaria y unir sus destinos a la Revolución Cubana.
Desde su exilio madrileño, el General, bajo la protección del generalísimo Francisco Franco, estaba lejos de asumir como propia dicha tarea. Además Cooke rompió con aquellos planteamientos radicales de la Resistencia sobre la necesidad de organizar la huelga general insurreccional como vía revolucionaria. Decepcionado por el rol que jugaba la burocracia sindical, a la que criticaba por sus valores y su integración al régimen proscriptivo, vio bloqueado el camino de la lucha de clases para la acción revolucionaria y aconsejaba abandonar los esfuerzos de organizar a la clase obrera para recurrir a la lucha guerrillera como vía para luchar por una revolución socialista.
La experiencia de las FAP en Taco Ralo, el 17 de septiembre de 1968, producida paradójicamente dos días antes de la muerte de su inspirador, John William Cooke, fue un golpe a esta concepción y demostraría todos los límites de una estrategia que tenía por finalidad iniciar la lucha guerrillera para obligar el retorno de Perón.
En su visión teórica, la derrota militar del régimen por la acción guerrillera obligaría a Perón a tomar un rumbo revolucionario, o le permitiría al peronismo agotar su experiencia y dotarse de una nueva dirección socialista.
Nuevamente se expresaría aquí la falta de independencia con respecto de la dirección política burguesa y la asunción clara de una estrategia pequeñoburguesa radicalizada. Cooke consumó el abandono de la clase obrera como “hecho maldito” representado por el peronismo, para depositar directamente en el peronismo el carácter maldito. Un peronismo a cuyo frente hay que colocar a un Perón encarnando un liderazgo revolucionario.
La izquierda peronista en los 70
En los 70 los Montoneros copiaron, un poco más a la derecha -hay que decirlo-, la idea de que la clase obrera debía subordinarse a la estrategia del Frente de Liberación Nacional, que tenía a Perón como líder; y que había que sustituir la organización de la clase obrera por la lucha guerrillera. Más tarde, por la participación directa en el gobierno de Héctor Cámpora en 1973, se inició la contención y el desvío del proceso revolucionario abierto por el Cordobazo.
El fantasma creciente de la insurgencia obrera y popular provocó el retorno de Perón, al cual la Juventud Peronista le pedía la construcción de la “patria socialista”. Sin embargo, esta política fracasó trágicamente. Y, el peronismo, lejos de hacerse revolucionario, fue la fuerza política del Pacto Social, las leyes represivas y las bandas fascistas de la Triple A lanzadas a derrotar a los tiros a la vanguardia obrera, juvenil y popular, que cuestionaba con sus luchas al peronismo en el poder y al capitalismo argentino.
Los Montoneros por su parte fueron un instrumento esencial para evitar que la radicalización de los trabajadores y la juventud que comenzó en 1969 no rompieran al peronismo. Su función fue reconducir por izquierda a la juventud pequeñoburguesa hacia la estrategia de Perón y del movimiento peronista.
El ensayo revolucionario de los 70 indicó el final de la experiencia de la izquierda peronista como fuerza que se planteaba radicalizar los objetivos de un nacionalismo burgués. Con Perón y López Rega se mostró como una fuerza contrarrevolucionaria dispuesta a liquidar a la vanguardia de las masas a los tiros.
La tragedia y la farsa
El pensamiento de Cooke ha sido retomado en los años del kirchnerismo para resignificar al peronismo como “el hecho maldito del país burgués”. En el pensamiento original de Cooke el peronismo representaba la fuerza intragable para el régimen de una clase obrera que buscaba el camino de la insurrección. El esfuerzo de Cooke, condenado al fracaso, de imponerle un curso revolucionario al peronismo partía de trazar una línea divisoria entre burócratas y agentes del régimen y la clase obrera combatiente. El discurso kirchnerista contrasta brutalmente con el cookismo ya que elimina las contradicciones entre base y dirección que el pensador de la izquierda peronista señalaba sin resolver por las contradicciones y límites de su propia estrategia.
La banalidad del relato K asume al peronismo in toto como el sujeto. Una visión pequeñoburguesa que se ha sacado de encima a la clase obrera como fuerza a organizar para asumir que son los barones del Conurbano, los “señores feudales” de las provincias, los burócratas sindicales y los arribistas del aparato de Estado los verdaderos agentes del proyecto "nacional y popular".
Si la tragedia cookista fue que toda una generación obrera militante pagó su falta de independencia política con una violenta derrota, la farsa kirchnerista consiste en haber rescatado a una fuerza profundamente conservadora presentándola como progresista. Reivindican como épica el haber sido el motor de un capitalismo donde los empresarios la "levantaban en pala" y la deuda externa se pagaba en cash a los buitres del capital financiero internacional.
Facundo Aguirre
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario