lunes, 19 de marzo de 2012

La amenaza de guerra en torno a Irán y el principio del “Primer Blanco”



La aplicación casi inmediata de la fuerza bélica como respuesta a los atentados terroristas en Nueva York y Washington en 2001 responde a una planificación elaborada con anticipación para lo cual el Pentágono ya contaba con opciones y diferentes módulos de reacción. El objetivo principal consistía en degradar todo el aparato político y militar del enemigo como primer blanco.
Sin embargo, el ataque no provino del polo opuesto mayor que enfrenta a la supremacía americana como la ex URSS, sino de un supuesto enemigo, viscoso, territorialmente no identificable y de alguna forma preanunciado como dicta la información recogida post 11 de septiembre 2001.
El modelo se ha venido perfeccionando desde la Guerra del Golfo con Irak en 1991 y más tarde en los Balcanes. Estas dos guerras sirvieron porque entregaron los escenarios para una posible reacción frente a un ataque externo.
Para Estados Unidos, según el especialista Daniel Ford (The New Yorker. 1985), “El plan primario de emergencia -en el caso de detectar un ataque nuclear soviético- consistía en un ataque nuclear preventivo atacando las bases militares estratégicas soviéticas y eso implica descabezar sus líderes para evitar el lanzamiento de sus cohetes”.
Liquidar los cerebros estratégicos es el propósito de todo ataque a una fuerza enemiga en el contexto de la confrontación que prevaleció en la Guerra Fría. Esa estrategia se ha aplicado fielmente, y en retrospección emerge como un buen ejemplo el bombardeo aéreo a la Casa de Gobierno en Chile el 11 de septiembre 1973. El primer blanco consistía en descabezar literalmente el gobierno de Allende con su muerte. Pasa el tiempo y toda la cantinela de Pinochet y su pandilla de negociar con Allende exhibe precisamente ese “ganar tiempo” para asestar el primer blanco.
El ataque al Pentágono y el supuesto ataque frustrado a la Casa Blanca del avión derribado en Pennsylvania el 11 de Septiembre, encajan dentro de esa lógica de guerra total. Desde el punto de vista estratégico Estados Unidos tiene fundamentos en considerar que los atentados de los aviones que se estrellaron son actos de guerra.
Cuando se piensa en las coordenadas que impone el principio del primer blanco, la conjetura de que esos ataques podrían haber sido auto gestados adquiere más sentido. Sin embargo la reacción de EEUU consistió en atacar puntos dispersos en Afganistán para desarmar una red de terroristas.
La estrategia funcionó en el primer capítulo y continúa fracasando en el segundo por lo que sucede en Afganistán, una ocupación de difícil pronóstico.
En la actual confrontación con Irán, el uso de la estrategia de asestar el primer blanco y liquidar cualquier posibilidad de respuesta iraní permanece vigente.
El problema consiste en quién (o quiénes) ejecuta el golpe. ¿La OTAN? ¿EEUU? ¿Israel con un “consorcio” de monarquías del Golfo, apoyados por la OTAN?
Más allá de quién atacaría a Irán, hay un tema de contexto. Irán está muy lejos de ser Afganistán, y por cierto tampoco es Irak. Irán es un Estado bien construido y que ha ido fortaleciendo su organicidad territorial a pesar de los bloqueos y las sanciones. Y, a pesar de poseer un arsenal respetable que podría hacer daño en las vecindades incluyendo Israel, el principal problema no consiste en cuanto sería el impacto de la reacción iraní sino la real capacidad de sus enemigos de dar en el primer blanco y efectivamente degradar todo el aparato político y militar iraní.
El riesgo con Irán es enorme, y si bien la sofisticación del armamento y algunas estrategias bélicas son definitivamente superiores respecto a las que existían cuando se diseñó el concepto del “Primer Blanco”, es el contexto el que ha cambiado radicalmente. Cuando se intenta degradar el aparato político y militar del enemigo como el principal objetivo, resulta en el espectáculo descarnado de Afganistán, Irak y más recientemente Libia.
Libia puede que sea el peor ejemplo y Siria podría ir por ese camino de despedazamiento interno creando una fuerza rebelde para después descabezar el aparato político y militar del enemigo.
La política norteamericana de reacción ante un ataque externo ha sido diseñada en base a escenarios límites marcados en el sustrato `por la capacidad nuclear del enemigo: una especie de síndrome propio del circuito bélico en cuanto a cuándo y en qué condiciones apretar el botón nuclear.
Un film paradigmático de la Guerra Fría, Dr. Strangelove (Kubrick), invita a una reflexión.
En su narración se observa con nitidez que en situaciones de confrontación, el ímpetu o la capacidad de las personas con poder letal para decidir en situaciones límites, es inversamente proporcional a la capacidad de evaluar la totalidad del impacto letal. En otras palabras, no hay que pensarlo mucho y hay que apretar el botón nuclear.
Existe una paradoja perversa en este diseño porque se trata de dar con el primer blanco usando la capacidad bélica nuclear. La intención de provocar el daño terminal que se le pueda hacer al enemigo impide hacer una evaluación de las implicancias del primer ataque. En eso consiste la guerra, y la estrategia militar norteamericana se ha apegado fielmente al principio del primer ataque y ha constituido el eje de la construcción de su supremacía.

Juan Francisco Coloane

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