La ‘coreografía’ de la Asamblea Legislativa de ayer fue considerablemente más importante que lo que ocurrió en el recinto. Un presidente que viaja en avión de línea acompañado de su custodia personal, en esta ocasión valló treinta cuadras del centro de Buenos Aires con miles de uniformados de Prefectura, Policía Federal, Gendarmería y personal de civil para recorrer el breve trayecto que une la Rosada al Congreso. Las calles periféricas estaban saturadas de fuerzas de Seguridad. Ningún medio de comunicación ha evaluado (quizás alguno) el significado político de este despliegue. Fue, sin dudas, la mayor militarización del espacio público desde la dictadura militar –considerablemente mayor a la del radical Enrique Mathov, ex secretario de Seguridad, y Rubén Santos, ex jefe de la Policía Federal, en la represión del 20 de diciembre de 2001, cuando fueron asesinados 36 ciudadanos por agentes de civil que se movilizaban en autos sin identificación.
La Asamblea Legislativa tuvo lugar en el marco de un estado de sitio localizado, sin levantar la menor protesta de los “representantes del pueblo”. Fue una exhibición de poder de un Ejecutivo que gobierna por decreto y que asegura que seguirá haciéndolo por tiempo indefinido. Ha sido un ensayo de estado policial en el escenario de una crisis política mayúscula, enfrentamiento entre poderes constitucionales y episodios de lucha popular. Milei exhibió ante el Parlamento recursos extraparlamentarios. Un ‘trailer’ del discurso posterior ante los legisladores, gobernadores, jueces supremos e incluso embajadores.
El que avisa no traiciona.
La Asamblea fue televisada como un auténtico acto en cadena –sólo mostraba los gritos de la barra y los aplausos de un par de diputados-; sólo desentonó con la cara de piedra de los cuatro cortesanos supremos. Esto no ocurre, al menos todavía, en el país que Milei tomó como modelo, Estados Unidos. Más sólido política e institucionalmente, la cámara muestra las señales de desaprobación de la oposición. El despliegue represivo y la manipulación mediática delatan la consciencia de su fracaso y de su aislamiento político.
Milei utilizó la mayor parte de los 75 minutos de su exposición para defender su política –no para informar acerca del Estado de la Federación-. El contenido del discurso no resiste el examen de “Chequeado”. Mintió a morir. No citó ningún párrafo de las Sagradas Escrituras que califica al engaño como un pecado, ni el aforismo de que no se puede mentir a todo el mundo todo el tiempo, ni que la primera víctima de un mentiroso es él mismo. Milei-Caputo conocen este oficio de memoria.
La desfiguración de la realidad económica no fue, sin embargo, la fuerza motriz del discurso. Lo fue algo más banal: la certeza de que, en el Senado, se encuentran reunidos los votos para bochar el DNU 70/23. Para esquivar el embate sacó de la manga la propuesta de un Pacto de la Docta, a todos los gobernadores, a ser firmado el 25 de Mayo próximo. Para evitar que este planteo sea percibido como un pedido de escupidera, lo rodeó de toda clase de amenazas: un preacuerdo; la revotación de la ‘ley ómnibus’, la continuidad del gobierno por decreto. En su esencia, Milei le dijo a la Asamblea que gobernará mediante decretos, resoluciones y vetos. Sin Presupuesto votado y con un Banco Central fuera de todo control institucional, los recursos disponibles para gobernar por decreto sin infinitos. Una caída del DNU 70/23 representaría un colapso temprano de este gobierno fascistoide.
La situación económica ha empeorado significativamente. La obtención, por primera vez en una década, de un superávit fiscal, es un camelo. A pesar de la desvalorización enorme de salarios y jubilaciones, y del corte de la obra pública, el gobierno llega a sus números porque ha “pisado” el pago de gastos; el resultado fiscal devengado sigue siendo deficitario, luego del paso de la ‘licuación’ y la ‘motosierra’. Es falso, asimismo, que el Banco Central haya dejado de emitir o que su balance haya mejorado. El Tesoro paga deuda externa con dólares del BCRA, a quien entrega a cambio un pagadiós. Por otro lado, la compra de bonos del Tesoro al Banco convierte una cuasi deuda bancaria en deuda pública que deberán pagar los contribuyentes.
Ni siquiera esto ha bajado la deuda del Banco Central que, por el contrario, ha aumentado y se ha dolarizado, con la emisión de un bono, el Bopreal, cuyo tope de emisión podría superar los 40 mil millones de dólares. El Banco Central emite para financiar al Tesoro por otra vía: la obligación de comprar deuda a tenedores de bonos del Tesoro, que luego el Tesoro recompra al Central, aumentando otra vez más la deuda pública. Este juego especulativo convierte a los bonos del Tesoro en parte de la base monetaria ampliada, porque es de inmediata conversión en pesos. Finalmente, el Tesoro compra, con pesos, bonos de la deuda externa en dólares en poder del Central, con el efecto de reducir artificialmente la base monetaria y aumentar la cotización de la deuda externa.
Esta valorización de los bonos externos ha sido el negocio por excelencia del trimestre; no sorprende que los fondos internacionales y nacionales sostengan de esa cuerda a Milei. Milei hizo una fugaz referencia en su discurso a esta situación, cuando aseguró, mintiendo, que la reducción de la base monetaria, cubría los riesgos de una corrida contra el peso. Con la caída de los dólares paralelos y la consiguiente inflación en dólares, Milei-Caputo reprimen la inflación en pesos, de ningún modo la resuelven. Una devaluación, altamente probable, desataría un rodrigazo.
La situación en su conjunto es enteramente inestable. No ha alcanzado el punto del estallido por una realidad política subyacente, que es la persistencia del retroceso social y el reflujo político de la clase obrera. Es sobre esta base que operan todos los actores políticos –desde el gobierno y la ‘oposición’ hasta, especialmente, la burocracia sindical, con sus políticas de paritarias a la baja-. Es lo que ha permitido a la burocracia de CTERA carnerear el paro de inicio de clases del 1° de Marzo. Pero el punto de viraje de la clase obrera se encuentra inexorablemente presente en la trayectoria de la crisis. Los aparatos sindicales se apoyan en este reflujo precedente, no necesitan contener una irrupción de masas por ahora, ni lograrán hacerlo cuando ello ocurra.
Una política obrera, en este cuadro histórico, nunca puede tener como base a los viejos aparatos de la burocracia ni del peronismo. Es necesario, como en los episodios históricos de gran ascenso obrero, revolucionar la situación entre los trabajadores mediante la agitación política y la claridad. No hay forma de volver al ‘status quo ante’; no hay retorno al pasado. Milei es emergente de una crisis capitalista extraordinaria, no una solución doctrinaria nueva a problemas antiguos.
La inauguración del año legislativo ha echado luz sobre las condiciones revolucionarias que se anidan en la debacle capitalista actual.
Jorge Altamira
02/03/2024
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