La indignación que despiertan estas desigualdades no debe tapar, sin embargo, el carácter impostor de este debate.
Los medios afines al gobierno han calificado de “torpeza” o “papelón”, en parte, al megaaumento presidencial; en parte, a la 'filtración' de la noticia. Milei, que salió a anular los aumentos, pareció enfurecerse en el mismo sentido. Entiende que las revelaciones sobre los salarios “políticos” constituyeron un golpe a la demagogia “anticasta”. Pero es evidente que Milei firmó a plena conciencia estos aumentos: mal que le pese, su ‘casta’ debe vivir y comer (bien) todos los días. En base a ello, decidieron autootorgarse los aumentos que le negaron a los trabajadores, después de la megadevaluación, los tarifazos y la liberación de precios.
“Autofinanciamiento”
Milei retrotrajo el aumento, no en nombre de ninguna austeridad, sino de dos propósitos políticos enteramente reaccionarios. El primero, promover el autofinanciamiento de la casta con recursos cosechados directamente en los círculos capitalistas, una práctica que él ejecuta a fondo. Como diputado, sorteaba su dieta, mientras brindaba conferencias y asesoramientos a fondos financieros. Su secuaz en desgracia, Ramiro Marra, siguió brindando consejos de broker luego de asumir como legislador. Antes de mudarse a la residencia de Olivos, Milei disfrutó de una estadía de un mes en el Hotel Libertador, incluyendo a sus salones y las habitaciones de su comitiva libertaria, pagado por las fuerzas del cielo, en este caso, las del empresario Elsztain. El periodista Hugo Alconada Mon, de La Nación, se ha preguntado reiteradamente sobre la veracidad de la declaración jurada del actual presidente.
Entre los puntos del mentado “Pacto de Mayo”, Milei incluyó al “financiamiento exclusivamente privado de la política”. Ello consagraría definitivamente a los procesos electorales como coto cerrado del gran capital y sus partidos, al suprimir los ya retaceados mecanismos de fondos o espacios oficiales que existen en las campañas. Esta privatización de la “política” es inseparable del gobierno de camarilla constituido por Milei-Caputo, que le ha prestado en estos meses un servicio invalorable a los fondos especulativos. La transitoria estabilidad del dólar aseguró a fondos y bancos rendimientos del 9% mensual en dólares gracias a la bicicleta (carry trade). Esos superrendimientos han sido ‘pagados’, en última instancia, con la monumental licuación de salarios y jubilaciones. Los beneficiarios son los clientes de Caputo, a quien el actual ministro está compensando por los millones de dólares que les hizo perder bajo el derrumbe de la administración macrista. La “casta” circula entre el Estado y los capitalistas privados sin solución de continuidad –del sillón al avión, de BlackRock al Banco Central-. Los fundadores de BlackRock son actualmente los mentores de la Reserva Federal, en los Estados Unidos. La clase capitalista “nacional” se ha avenido a esta operación confiscatoria, de un lado, porque participa directamente de ella, como acreedora de la deuda pública; del otro, porque apoya la contrarrevolución laboral que promete Milei.
Pero la alharaca anticasta -y el planchazo a los salarios de presidentes y ministros- cumple otra función reaccionaria. Es la coartada que justifica y legitima la brutal depredación de los salarios de docentes de todos los niveles, de trabajadores de la salud y, de un modo general, de toda la clase obrera. “El sacrificio lo hacemos todos”. No hay que olvidar que la secretaría de trabajo libertaria está vetando los aumentos paritarios que juzga “excesivos” . El culebrón de la marcha atrás con los aumentos de Milei y compañía busca contribuir a esa operación contra el salario. Finalmente, el “salario” de los Milei y Caputo es una anécdota. Sus ingresos, como ya se señaló, dependen de sus múltiples lazos con el gran capital.
El robo verdadero
El discurso “anticasta” encubre este ajuste, pero principalmente, busca presentar a la exacción social como una corruptela de funcionarios, ocultando el carácter expropiatorio de las relaciones sociales que los burócratas administran –es decir, la explotación de la fuerza de trabajo por parte del capital-. En los tres meses de administración mileista, la acción de esa casta “libertaria” transfirió del trabajo al capital el equivalente de unos 20.000 millones de dólares anuales. Por la tarea de asegurar este despojo desde el aparato estatal, la “casta” se queda con el vuelto. Esa propina -por cierto jugosa y ofensiva de cara a los ingresos obreros- es el lubricante necesario para que la burocracia estatal opere como gestora de los intereses capitalistas.
La lucha planteada es contra el régimen social que sostiene a esa burocracia. La conversión de ese combate en una lucha “anticasta” es un formidable encubrimiento del régimen de explotación. Esto explica que la demagogia contra la casta ha terminado siendo aprovechada exitosamente por la derecha fascistoide, después de varios años de agitación estéril por parte de la izquierda democratizante. La “casta” sólo será suprimida con un gobierno de trabajadores, el cual, al abolir las relaciones sociales de explotación, pondrá fin a los privilegios de la burocracia estatal e iniciará, por esa vía, el verdadero final del propio estado como aparato especial de opresión.
Marcelo Ramal
10/03/2024
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