Con un guion plagado de referencias populares de la historia argentina de las últimas décadas y de algunas latitudes cercanas, Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro nos presentan la segunda entrega de El Reino, la serie que en su primer temporada hizo poner el grito en el cielo a más de un miembro de la curia por denunciar la pedofilia y la corrupción al interior de la Iglesia y sus alianzas políticas con la ultraderecha.
Mientras Tadeo y Jonathan viajan por el norte argentino, descubriendo la podredumbre que anida hasta en los pequeños pueblos, Emilio Vázquez Pena se encuentra presidiendo un gobierno cuestionado y al borde del estallido social. El rebaño que antes seguía fielmente a su pastor se encuentra harto y sublevado. ¿Cuál es la chispa que desata finalmente el incendio popular? Un asesinato en manos de la policía jujeña de un activista (apenas un joven revoltoso) que estaba boicoteando un dique de una multinacional que se roba el agua del pueblo.
¿Qué puede contener la bronca desatada que recorre las calles pidiendo la renuncia del presidente? ¿Cómo recuperar la contención y por lo tanto el mando? Son las preguntas que comienzan a preocupar al gobierno, y la jugada elegida será generar un enemigo, uno que infunda miedo, uno aún más grande y fuerte que haga de la bronca una nimiedad. ¿Y ese miedo de dónde sale? Se construye. Lo construyen los medios digitados por el poder que se encuentra en manos de la ultraderecha que gobierna en una alianza estratégica entre la iglesia evangélica, grupos conservadores, sectores militares y de las fuerzas de seguridad, a través de la difusión de fake news y discursos de odio.
Ese terror tendrá características que han sido harto utilizadas para estigmatizar y engendrar temor y que vemos en gobiernos de todo tipo y color en las últimas décadas. Así se monta una campaña contra el comunismo, ateo y marxista. Acusan a Tadeo y su gente de querer reeditar la guerrilla de los ‘70, pero esta vez el tiro saldrá por la culata.
Del héroe anónimo a la unidad rebelde de las masas
La desigualdad y la lucha atomizada de lxs oprimidxs sobrevuelan toda la historia. Una parodia equivocada y desacertada del funcionamiento de los centros de estudiantes, fábricas recuperadas cuyos trabajadores están solos y atrincherados sobreviviendo. Una diputada de izquierda que se alía a los buscadores de la verdad: una fiscal, un abogado, todas señales que hacen del guion de El Reino 2 un intento de rescate de las instituciones democráticas que anidan al huevo de la serpiente.
Según cuenta la serie, el malo es quien detenta el poder. Es Vázquez Pena y sus asesores inescrupulosos. Pero nunca se echará tintas sobre la responsabilidad del sistema capitalista. De hecho, en este intento de rescate, la historia pierde de vista algo fundamental: que el crecimiento y el auge dentro de los sectores populares de este tipo de alianzas políticas de parte de la derecha son producto de la bronca y el hartazgo que provocan en la población el fracaso de los gobiernos capitalistas y de su democracia.
Lxs espectadorxs encontraremos en esta segunda entrega un constante bombardeo de referencias del pasado político cercano, que generan un empalague de recursos sobre la construcción de los personajes. Aun con esto las actuaciones destacadas de Joaquín Furriel, Diego Peretti y poco más, garantizan una historia pochoclera y maratónica, fiel al estilo Netflix.
Una vista progre sobre la realidad que deposita las expectativas en un héroe anónimo o con nombre, pero que no deja de ser una suerte de mesías. Un hombre que va a mejorar las cosas, ni siquiera a cambiarlas. Un defensor de una buena Iglesia, de un honorable sistema judicial, de un capitalismo bueno, que fue intervenido y desviado por el mal. Tras cuya figura se levantarán lxs desvalidxs.
Se trata de seis episodios que vienen a cerrar la historia iniciada en la primera entrega, volviendo a poner bajo la lupa la preocupación por las consecuencias, perjudiciales para las grandes mayorías, del avance y el auge de los sectores más reaccionarios. En este punto la serie da en el clavo, pero la derrota de los Vázquez Pena no vendrá de la mano de las instituciones actuales sino de la organización independiente y la lucha de los trabajadores en las calles.
Beita De
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