El libro analiza la historia de los trabajadores de la madera
Luego de la rebelión popular del 2001, la historiografía argentina sobre el movimiento obrero dio un salto en cantidad y en calidad. Nuevos artículos, libros, y revistas se animaron a colocar en el centro de sus discusiones a la clase trabajadora como tal. El texto que acaba de publicar Walter Koppmann forma parte de este proceso [1].
“La madera de la clase obrera” se propone analizar, en particular, la historia de los trabajadores de la madera y del mueble de la Ciudad de Buenos Aires, entre 1889 y 1930. Es decir, a partir de las primeras expresiones de lucha del naciente movimiento obrero (1880-1889, según la cronología del autor), y a través de las primeras décadas de su maduración. Aquí se abordan cuatro ejes centrales de análisis. Primero, la relación entre las condiciones materiales y la organización de la clase obrera. Segundo, el vínculo entre los trabajadores y su expresión política, la izquierda. Tercero, cómo la identidad de clase se combinó con las identidades étnicas y de género. Por último, las respuestas de las patronales y el Estado contra las luchas obreras.
A la hora de elegir su objeto de estudio, los investigadores sufren presiones del campo académico burgués para reducir los alcances de sus trabajos al mínimo de lo posible. Se trata de una matriz de ultra-especialización alienante, que bloquea una comprensión de conjunto de los fenómenos analizados. Este libro intenta evitar este extremo. El autor eligió la madera porque “el sector concentraba las tendencias más contradictorias del metabolismo capitalista” (p. XIX). Allí se encontraba una enorme variedad de actividades, ambientes de trabajo y posibilidades de organización para la lucha. A través de un estudio minucioso de un caso particular, busca retratar el panorama general y enriquecer las miradas demasiado generales.
A partir de los ’80, un grupo de académicos ligado al gobierno de Raúl Alfonsín había planteado una disputa contra las tradiciones intelectuales de carácter militante en general, y revolucionarias en particular. Con un discurso profesionalista y supuestamente “neutro”, historiadores como Luis Alberto Romero condenaban los compromisos políticos por parte de los investigadores. El grupo historiográfico al que pertenece el autor, el Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas (CEHTI), se fundó, hace cerca de 10 años, como respuesta a esta ofensiva ideológica. Este centro recupera el planteo del militante e historiador marxista E. P. Thompson: “Lo que los socialistas no deben nunca hacer es permitirse depender enteramente de instituciones establecidas: casas editoras, medios de comunicación comerciales, universidades […] deben ocupar un territorio que sea, sin condiciones, suyo: sus propias revistas, sus propios centros teóricos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para que le concedan títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad” [2].
El libro muestra cómo el desarrollo urbano condicionó la evolución industrial de la rama de la madera, y estas condiciones materiales a su vez facilitaron e impulsaron ciertas formas de organización obrera. Esto significa que se estudian las formas de conciencia a partir de su vínculo con la materialidad; porque los hombres hacen la Historia, pero en condiciones que no eligieron. La evolución industrial de la rama de la madera acompañó la demanda generada por el crecimiento de la ciudad y su población. El desarrollo del capitalismo dio a luz al sujeto histórico que puede superarlo históricamente: el proletariado. Las condiciones locales de atraso técnico en esta industria hicieron que su producción descanse en métodos artesanales. Como estos requerían trabajadores calificados, era más difícil para las patronales despedir y reemplazar a los rebeldes y activistas.
Los historiadores marxistas, como el ya mencionado E.P. Thompson, estudiaron cómo la dominación del capital, en sus orígenes, convirtió diversos sectores de la población pre-capitalista en una misma masa de trabajadores. Una nueva masa en una situación común, de la cual emergen intereses comunes. Sin embargo, si bien podría decirse que esta masa ya constituía una clase social con respecto al capital, todavía no lo era para ella misma. “La clase no nace hasta el momento histórico en que ésta empieza a adquirir conciencia de sí misma como tal” (p. XXXVII). Esta formación sólo se dió al calor de la experiencia de la explotación y de la lucha colectiva contra ella.
Sin embargo, éste no es un relato auto-proclamatorio y complaciente, del estilo que solían armar las historias oficiales del stalinismo. El autor también muestra los límites y las contradicciones de los intentos de organización obrera. Al costado de los ebanistas, se encontraban también trabajadores sin calificación. Era el caso de los peones de los talleres ebanistas (incluso solían ser menores de edad). Por otro lado, los gremios no supieron desarrollar una política de frente único con las mujeres de la clase trabajadora. Ellas quedaban relegadas a un rol subordinado, y sus reivindicaciones no se discutían. Además, la unidad entre la vanguardia obrera de origen judío y el resto del activismo fue muy imperfecto.
El texto ilustra los efectos de las transformaciones de los procesos de trabajo y las crisis económicas. El avance de la mecanización significó una pugna: los capitalistas intentaron explotar los cambios técnicos para arrebatarle el control del proceso de trabajo a los ebanistas. Allí donde esta nueva subordinación se abrió paso, esto permitió más tarde a las patronales usar los despidos como mecanismo de disciplinamiento, como enfrentamos hoy. La burguesía también acudía a tercerizar la producción y armar cooperativas truchas (¿te suena, Grabois?) para carnerear los paros.
Cabe destacar el análisis de las contradicciones del Partido Comunista argentino a partir de su subordinación a la política stalinista (teledirigida desde Moscú). A pesar de que en sus inicios fueron ganando una base gremial poderosa a partir de su política de frente único, el viraje hacia la línea del Tercer Período (una orientación ultra-izquierdista) hizo que pierda posiciones entre los madereros. El PC llamaba a constituir “sindicatos rojos”, aislados del resto de las corrientes de lucha. Esta política sectaria fue uno de los factores que llevó a la derrota de la huelga maderera de 1930. Esta huelga fue presionada por una fuerte campaña de la prensa burguesa, con características similares a la ofensiva anti-piquetera de nuestro presente.
La lectura de este libro servirá de reflexión no sólo para los historiadores, sino para el conjunto del activismo obrero y popular. Como marcó el dirigente boliviano Guillermo Lora [3], nuestra clase necesita usar de forma plena la palanca de la ciencia histórica para afirmar su conciencia y consumar su tarea histórica: reorganizar la sociedad sobre nuevas bases.
Iván Tsarévich
1. Koppmann, Walter L. “La madera de la clase obrera argentina. Izquierdas, etnicidad y género en una industria de Buenos Aires (1889-1930)”, Ediciones CEHTI-Ediciones Imago Mundi, Buenos Aires, 2022.
2. Thompson, E. P. “Una entrevista con E. P. Thompson”, en “Tradición, revuelta y consciencia de clase. Estudios sobre la criss de la sociedad preindustrial”, Crítica, Barcelona, 1984.
3. Lora, Guillermo. “Historia y materialismo histórico”, 1979.
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