Abolir la monarquía e instaurar una república obrera
A los 96 años y luego de 70 años de reinado, falleció la reina Isabel II del Reino Unido.
Su objetivo reiterado fue defender la “unidad del Reino Unido”. Porque como es sabido el Reino Unido implica la unidad de Inglaterra, Escocia y Gales, tres entidades nacionales autónomas de la isla de la Gran Bretaña, a las que se suma el dominio-anexión sobre Irlanda del Norte. Entidades que históricamente vienen arrastrando tendencias separatistas-independentistas. En primer lugar Irlanda que después de siglos de levantamientos, fue militarmente anexionada en 1801 a la Gran Bretaña, constituyendo a partir de entonces el Reino Unido.
Pero la lucha de los irlandeses por su independencia continuó durante más de un siglo, culminando luego de un importante levantamiento con la división de Irlanda, reconociendo una República de Irlanda en el Sur e integrando al Norte directamente como si fuera una provincia en el Reino Unido (Ulster). Esto no resolvió el problema, porque se volvió a recrear una y otra vez la lucha por una Irlanda unida, independiente de la corona de Gran Bretaña. Recientemente acaba de ganar las elecciones en Irlanda del Norte una lista encabezada por el Sinn Fein, organización ex “terrorista” que luchaba por la unidad e independencia de Irlanda.
Pero también el problema reside en Escocia. La ruptura del Reino Unido con la Unión Europea (alentada por el imperialismo yanqui), el conocido Brexit, decidida en el 2016 y concretada en el 2020 no creó el bienestar que había prometido y perjudicó fuertemente a Irlanda y Escocia. En Escocia, en un referéndum de septiembre del 2014 sobre la independencia, triunfó por un margen reducido mantenerse en el Reino Unido: 55 a 45% (con una altísima votación). La crisis capitalista en marcha ha continuado su trabajo de radicalización en este terreno. El parlamento escocés votó realizar un nuevo referéndum en octubre del 2023 “quiera o no el gobierno británico”.
El retroceso imperial del Reino Unido se manifiesta no solo en el desmembramiento de sus colonias y el retroceso frente a otros imperialismos (particularmente el yanqui que se ha impuesto como hegemónico) sino directamente sobre la misma “unidad nacional”. La reina Isabel II era (y fue) alabada por ayudar a poner “estabilidad” en un mundo en crisis (Biden, el Papa, el secretario de la ONU, etc.). Eufemismo que tapa las fuertes medidas represivas que se descargaron sobre el pueblo irlandés y sobre el conjunto de la clase obrera británica.
No tuvo iniciativas de apoyo a causas populares y tampoco sociales, salvo algunos pequeños detalles filantrópicos. Por el contrario, fue la representante de un régimen que vivió chupando la savia del pueblo. La “casa real” recibe un estipendio de más de 100 millones de euros. Aparte tiene “sus” tierras y empresas. Difícil calcular el valor de la “monarquía” británica: pero son largos miles de millones de libras esterlinas.
Le tocó reinar desde 1952, en un Imperio que venía en una acelerada decadencia después de haber ganado con sus aliados la Segunda Guerra Mundial. Para esa época se había producido ya un gran salto en el llamado proceso de “descolonización” (India, Sri Lanka-Ceilán, etc.). Pero Isabel II se empeñó en defender los restos del “Imperio”. Reforzó la creación del Commonwealth, comunidad de países y territorios, que la reconocían como jefa de Estado (con relaciones especiales: comerciales, militares, etc.).
Isabel, de la dinastía Windsor, fue un instrumento-imagen de la propaganda sobre la vigencia del imperialismo, utilizado como ideología de las clases dominantes para lograr la unidad nacional (abandono de la lucha de clases) detrás de la añoranza de la grandeza imperial de viejos tiempos y para defender los negocios de la gran burguesía financiera. Su ascenso a la corona fue utilizado, también, para terminar de “blanquear” a parte de su familia (incluyendo su padre, el rey Jorge) que había tenido simpatías con los nazis. Se proyectó que con ella volvería la gloria con un nuevo “período isabelino”. Así fue como el Reino Unido participó junto a Francia e Israel en el ataque a Egipto en 1956, por la nacionalización del Canal de Suez, propiedad hasta entonces de un consorcio imperialista entre estas dos potencias. Lo que terminó en una crisis total. Se tuvieron que retirar las tropas imperialistas y reconocer la nacionalización del Canal de Suez, debido a la resistencia de las masas egipcias que se movilizaron masivamente en todo el país, y por la presión del imperialismo yanqui que quería que aquellas potencias reconocieran su retroceso, se retiraran y permitieran el avance del nuevo imperialismo dominante.
Bajo el reinado de Isabel II esta tendencia a recuperar la imagen imperialista se manifestó en diversas oportunidades en forma reaccionaria. Pero una de las manifestaciones que nos pegó directamente fue la guerra de las Malvinas. La reina envió en la flota thatcheriana a su hijo el príncipe Andrés (bien que este se mantuvo lejos del terreno de la lucha militar, a bordo de un portaviones alejado). Y luego, por supuesto, acompañó todas las aventuras, provocaciones y guerras de los diferentes gobiernos norteamericanos sobre Yugoslavia, Afganistán, Irak, etc. Y ahora, lo continúa haciendo en la guerra de la Otan contra Rusia.
El último de sus actos de reinado -48 horas antes de su fallecimiento- fue recibir al renunciante primer ministro Boris Johnson que le presentó a la nueva primer ministro, la reaccionaria thatcheriana Liz Truss, reconocida por su programa de llevar la guerra contra Rusia a fondo, incluso hasta el plano de la guerra atómica, y de lanzar una ofensiva policial-regimentadora contra las luchas del movimiento obrero en pleno desarrollo. La ungió con los oleos reales para que Truss se lance a este plan derechista.
Abolir la monarquía
Si tienen razón los estadistas burgueses de que Isabel II tenía una personalidad activa que le permitió actuar y mantener una autoridad, producto de una simpatía y adhesión mayoritaria en la población, no se visualiza al nuevo rey con la misma condición. Una encuesta realizada hace meses sobre cómo veía la población el ascenso de su hijo Carlos como sucesión de la corona fue respondida solo con una adhesión del 37%. En 1997 una votación realizada televisivamente daba un 33% de acuerdo en la abolición del sistema monárquico. Isabel II siempre tuvo miedo de una reacción popular que llevara al destronamiento de la dinastía y la instauración de una república. En amplios sectores (aunque probablemente minoritarios) se venía planteando que Isabel de Windsor fuera la última monarca, reclamando que se realizara un referéndum al respecto.
Pero rápidamente asumió su hijo con el nombre de Carlos III como rey del Reino Unido. Un cargo hereditario, no electo por el pueblo, y parasitario.
Al problema de la aguda crisis económica y social que viene impulsando las grandes huelgas de los trabajadores (ferrocarriles, hospitales etc.), amenazando incluso con el fantasma de una huelga general, se suma ahora este problema del recambio monárquico y la amenaza potencial de la ruptura del reino Unido.
Gran Bretaña tiene una gran tradición revolucionaria. Fue el primer país que destronó a una monarquía absoluta y semifeudal y llegó al extremo que en el marco de una guerra civil le cortó la cabeza al rey Carlos I. ¡Un siglo antes de la revolución francesa!
La guerra civil instauró una república, bajo la dictadura revolucionaria de Oliverio Cromwell, que dio un fuerte golpe a la monarquía absoluta, la nobleza palaciega y la iglesia cuasipapal. En poco más de una década, Cromwell hizo profundas transformaciones que abrieron el camino al desarrollo de la nueva clase burguesa. Poco después de su muerte vino la restauración monárquica, pero ya en un nuevo cuadro de desarrollo de la nueva sociedad burguesa.
El régimen parasitario y reaccionario que se mantuvo durante siglos –salvo el interregno revolucionario de Cromwell- se fue adaptando (no sin importantes crisis) a la burguesía. Como la Iglesia, que pasó de ser un puntal del régimen feudal a defender al capitalismo financiero. Para mejor completar la definición: la burguesía fue adaptando el dominio de su poder a la estructura monárquica.
El proletariado británico es el sucesor revolucionario. Desarrolló hace dos siglos el primer movimiento obrero independiente y organizado (los cartistas) y tiene gloriosas páginas de luchas: la huelga general de 1926, la histórica huelga minera que enfrentó a la Thatcher y su política imperialista y antiobrera.
De ahí vendrá la lucha por la abolición de la monarquía y sus privilegios y la instauración de una república que, dada la experiencia realizada, será una república obrera o una caricatura.
Rafael Santos
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