lunes, 6 de diciembre de 2021

¿Y ahora quién va a escribir sobre nosotras haciendo revoluciones?


A los 61 años, en su querida Madrid, fallece la escritora Almudena Grandes.

 -¿Almudena seguía en el Partido Comunista Español?, me preguntaron. -Ni idea. Almudena, como ella misma decía, hacía literatura política pero de otra naturaleza. Su magistral oficio de escritora la trascendía y a su vez la convertía en esas tantas otras mujeres que ella construía con rastros de historias, fotos viejas, y deseos, sobre todo deseos. 
 De hecho, podemos explicar toda su narrativa en dos deseos: el de las revoluciones, las íntimas y las sociales y el del sexo desde la más brutal genitalidad hasta la organización política. No le temía a la hoja en blanco como la mayoría. Amaba el cuaderno nuevo, la posibilidad de empezar una historia, armar un personaje y torcerlo y retorcerlo hasta que llegara a lugares donde pocos se animan. 
 Bajo estas premisas será concebida Las edades de Lulú, retomando el pacto de la Moncloa y la doble moral del PC. Una niña marcada a fuego por un dirigente glorioso, pedófilo y perverso, la infantilización a la que nos somete la opresión, la exploración de lo prohibido. Es paradojal que la novela que la lanzara a la fama sea más recordada por una película (algo fallida como casi todas las adaptaciones de sus novelas) que lavó toda la crítica social y la mandó a militar a las filas del cine porno.
 En 1994 se edita Malena es un nombre de tango, la novela iniciática de las mujeres de su (mi) generación. Malena es de Madrid, una chica de La Movida pero es todas nosotras tratando de salir a la vida adulta con una dictadura cayendo a nuestras espaldas. ¿Cómo se procesa esa libertad? ¿Cómo se crea algo nuevo caminando sobre las ruinas de una sociedad devastada por décadas de moral cristiana y secretos familiares? Malena va a atravesarlos todos con el mejor recurso de la época: la curiosidad. Va a forzar los límites de todo y no solo va a cuestionar la moral sino también los lazos de sangre, el concepto de belleza y de género, el machismo en las organizaciones políticas y en el progresismo en general. Como toda chica de su época, a Malena la recorre el fantasma de reproducir la familia burguesa. No hay alternativas entre eso y patear las estanterías. 
 Muchas de las preguntas que se hacía Almudena a través de Malena han vuelto con fuerza con el poderoso movimiento de mujeres en los últimos años, una más que merecida reivindicación a una autora que incluso hoy es considerada como escritora de novelitas de mujeres, una especie de Danielle Steele con conciencia social. Te llamaré Viernes fue un ejercicio que se propuso, cansada de las críticas, para intentar escribir desde el pensamiento masculino. Entrados los noventas, todas sus mujeres ya crecidas de la fiesta colorida postdictadura tendrán que luchar en un mundo globalizado y cruel que ya les ha dejado en claro que no tiene nada mejor para ofrecer a una mujer. Tal vez por eso muchas de ellas están motivadas por el resentimiento, por la idea de que el mundo les debe algo y están dispuestas a cobrarlo. No son heroínas, no son minas buenas; no hay libido ni búsqueda, es el capitalismo y hay que sobrevivir. En esta dinámica se inscriben Atlas de Geografía humana, Los tiempos difíciles y Castillos de Papel.
 Así llega Raquel, que en realidad llegará después porque primero apareció Inés y la alegría, la única mujer de la foto, al lado de Galán. Por la ropa se dio cuenta que Inés estaría entre combatientes pero era de clase alta así que le dio el lugar de cocinera, porque ¿qué otra cosa hubiera sabido hacer? Fue esa foto – la de portada- a partir de la cual se inició ese viaje de investigación histórica que sería El Corazón Helado.
 Pero Inés no vino sola. No solo develó la traición del PC y el estado de abandono en que dejaron a sus militantes sino también la profundidad de los prejuicios y tabúes sexuales del stalinismo a través de la historia personal de La Pasionaria. Con esta novela inicia la serie de episodios de una guerra interminable de los cuales “El lector de Julio Verne” sea tal vez el más sorprendente. 
 Sin embargo es, sin dudas, El corazón helado su obra más acabada y trascendente. El resentimiento de Raquel y la culpa de clase de Álvaro son apenas el hilo del que se vale para reescribir la historia de España y la deriva de la revolución en toda Europa al narrar la desidia cruel con la que el “mundo libre” abandona a España, la traición de la URSS y las penurias de los trabajadores en esas décadas de oscuridad. Los capítulos dedicados a la Batalla de Stalingrado son de los mejores relatos de la historia de la literatura por la manera en que crea ese universo de víctimas y victimarios a ambos lados de la línea de fuego. Toda la novela organiza el relato en tres líneas temporales, sincrónicas y desarrolladas a veces en un mismo párrafo, con una pluma magistral. 
 Pero digamos que a pesar del éxito de la saga histórica en muchos círculos siguió siendo considerada una escritora menor debido a esa fina línea que se empeña en dividir literatura feminista de femenina. El gran pecado de Almudena fue escribir sobre el amor y cómo nos atraviesa incluso en la toma de decisiones en medio de una revolución. Un tópico revulsivo e insoportable, un tabú incluso para quienes consideran que las problemáticas de las mujeres se dirimen en ámbitos de asepsia filosófica. 
 Paradójicamente, tal vez en estas mismas razones resida su popularidad. Sus mujeres somos nosotras, nuestras madres y abuelas. A través de ellas recuperamos historias, canciones, recetas, modas. A veces son mezquinas, cobardes o tontas. Se equivocan y se arrepienten. Dependen de los hombres porque viven en sus épocas y pelean con lo que tienen pero nunca son víctimas, son luchadoras por sus revoluciones todas, las mas intimas, las más sociales.
 Almudena no novelaba la épica de los perdedores, como tituló El País montadísimo a la ola derechista. Escribía para que estos miserables no entierren una historia de luchas del pueblo español y la de los y las revolucionarias, para contar cómo vivimos las mujeres cada una de esas luchas incluso cundo ya no hay lucha y podamos sacar conclusiones sobre los responsables de esas derrotas.
 Hoy el Opus Dei se reunió en una iglesia para condenarla al infierno o alguna brujería parecida. Lo que habría festejado Manolita semejante homenaje. 

 Lidia Sonenblum

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