sábado, 22 de junio de 2019

A dónde va Estados Unidos



La Reserva Federal, dirigida por Jay Powell, ha anunciado una reversión de la política de los últimos cuatro años, en virtud de la cual la tasa de interés venía siendo elevada progresivamente. A partir de julio, muy probablemente empiece a recortarse la tasa de referencia. Es una confesión de los temores a una recesión que cada vez suenan más fuerte. Eso ya se nota en la brusca desaceleración de la economía a nivel global. Las principales economías ya han corregido sus pronósticos a la baja. La propia China podría caer por debajo del 6%, aunque algunos señalan que su caída es mucho más pronunciada, pero el Estado maquilla las estadísticas oficiales. Ni qué hablar de los países emergentes, atravesados por caídas de producción, devaluaciones y corridas cambiarias. Esto está acompañado por una acentuación de las tendencias deflacionarias, un síntoma inconfundible del parate de la actividad económica. De este panorama global no escapa Estados Unidos, donde la recuperación de la que tanto se jacta Trump está en jaque.
El cambio de rumbo de la FED ha despertado el entusiasmo en los mercados financieros, que ven la oportunidad de armar una nueva bicicleta. Los operadores financieros están apostando a que la FED recortará las tasas y mantendrá el costo de los préstamos muy bajos con el fin de poder armar un nuevo ciclo especulativo. Los efectos se sienten en Argentina, donde se constata una resurrección del carry trade -o sea, el ingreso de inversores internacionales que pretenden aprovechar las altas tasas de interés y rendimientos locales. La calma cambiaria que estamos viviendo en el país tiene que ver con este movimiento de capitales golondrina y de ningún modo con logros de la política oficial, en momentos en que todos los registros económicos son cada vez más sombríos: nueva caída del PBI, aumento del desempleo y un crecimiento explosivo de la hipoteca de la deuda interna y externa.

Guerra comercial

Pero, más allá de ello, ¿un descenso de las tasas de interés, como el que anunció Powell, alcanza para evitar una recesión? Trump viene reclamando sin pelos en la lengua ese curso a la Reserva Federal. La desesperación del magnate tiene que ver con el hecho de que las medidas de incentivo de la economía estadounidense, que promovió desde el arranque de su mandato, se están agotando, empezando por la rebaja de los impuestos.
Quizás el fracaso mayor de Trump es en la guerra comercial, que se está convirtiendo en un verdadero búmeran. En lugar de reactivar la economía, los aranceles y las represalias comerciales han terminado provocando el efecto inverso: el cierre de mercados, el aumentos de los precios de los productos importados y de los costos industriales, al incrementarse los insumos provenientes de China. La guerra comercial no se circunscribe a China sino que se extiende a históricos aliados como Canadá y México. Aunque lo ha suspendido a último momento, Washington anunció un incremento de tarifas para las importaciones del país azteca, incluyendo las importaciones de automóviles y piezas de automóviles que las empresas estadounidenses fabrican en las maquilas de la frontera de México con Estados Unidos. La industria del automóvil mundial ya está en una crisis importante, como consecuencia del fin del diesel y la desaceleración de la demanda en China, Europa y Japón. Ahora, las compañías de automóviles estadounidenses se enfrentan a nuevos problemas con los planes de Washington. Ya un año atrás, General Motors encendió las alarmas con su decisión de cerrar cuatro plantas en territorio estadounidense y despedir 14.000 trabajadores.
La apuesta de Trump de impulsar el regreso de las corporaciones a suelo norteamericano ha caído en saco roto. Las diferencias salariales son demasiado grandes para inducir a las empresas yanquis a semejante cambio. Frente a las crecientes trabas al intercambio comercial, las empresas norteamericanas han orientado sus exportaciones a terceros países e inclusive al propio mercado interno chino.
Otra variante a la que se viene apelando es a la relocalización de las plantas a Vietnam y otros países del sudeste asiático, con salarios menores a los que se abonan en China. Por su parte, ramas importantes como la elaboración de productos con aluminio, que dependen de la materia prima importada, han visto elevados sus costos industriales. Esto es una tendencia generalizada, pues los bienes afectados por las tarifas tienen como destino en una proporción importante la industria intermedia. Esta situación viene trayendo una retracción en las inversiones. El gran perjudicado es el consumidor final -o sea, la población norteamericana. El cierre de mercados ha terminado afectando a sectores como el agrario, uno los principales sostenes de Trump en su campaña presidencial. Las represalias chinas, contra las exportaciones norteamericanas, han terminado provocando una caída de los precios de la soja.
Esto es lo que explica la oposición creciente que viene generando Trump en franjas de la clase capitalista, incluida su propia base de apoyo. Recientemente, 170 corporaciones norteamericanas del calzado han sacado un manifiesto denunciando los perjuicios que está provocando la guerra comercial a la economía norteamericana, exigiendo un freno y una reversión de esta política. Quienes encabezan este reclamo son las empresas líderes de ropa deportiva, Nike y Adidas, que plantean que la guerra comercial está teniendo un efecto devastador sobre el sector, ya que una abrumadora parte de la indumentaria es producida en China y tiene como destinatario el mercado estadounidense.
Un dato que no puede soslayarse es la curva invertida de rendimiento del mercado de bonos, que se está generalizando y se ha extendido también a Estados Unidos. Los bonos a corto plazo, normalmente rinden menos que los de largo plazo. Cuando esto se invierte es un síntoma de una recesión que se avecina. Frente a este panorama, los inversores quieren mantener activos ‘seguros', como los bonos del gobierno, hasta el punto de que la tasa de interés a largo plazo de estos bonos cae por debajo de la tasa establecida de préstamos a corto plazo. E incluso esos rendimientos se vuelven negativos. Se ha batido un récord en la materia: 12.500 billones de dólares en bonos de todo el mundo, concentrados en Europa y Japón, tienen rendimientos negativos.

Crisis de régimen

Las contradicciones de la política de Trump y del desinfle de la economía norteamericana se trasladan al campo político. Trump viene perdiendo su ascendiente. Los niveles de aprobación a su gestión vienen cayendo, lo cual es mucho decir, porque ya era el más bajo entre todos los presidentes de la historia norteamericana. La tentativa bonapartista viene haciendo agua en forma proporcional a la pérdida de apoyo de su gestión en la clase capitalista. En el propio partido republicano, vienen creciendo los sectores que le sueltan la mano. En este marco, está comprometida su reelección. Los sondeos coinciden que Donald Trump perdería en las elecciones presidenciales de 2020 frente a candidatos demócratas, como Joe Biden y Bernie Sanders. Síntomas de este proceso ya se insinuaron en las elecciones de medio término, en las que Trump perdió la mayoría de la Cámara de Diputados. El magnate está intentando obtener algún éxito en materia de política exterior que compense los escollos que tiene en el frente interno. Pero si nos guiamos por la impasse en Venezuela, Medio Oriente, Corea y Afganistán, los resultados no son alentadores.
El fracaso de Trump es un síntoma de una crisis política de conjunto. El proyecto de Trump de armar un régimen de poder personal ha constituido un intento por superar el creciente impasse del régimen político, sus instituciones y sus partidos, que ha ido desarrollándose de la mano de la decadencia histórica del capitalismo norteamericano, que está en el centro de la crisis mundial que estalló en 2008. El triunfo de Trump es inseparable del poco entusiasmo, más bien el rechazo, que generó la candidatura de su rival demócrata de 2016, Hillary Clinton.
El escenario político norteamericano pone más al rojo vivo la batalla por hacer emerger una fuerza política de los trabajadores, independiente de la burguesía. Es necesario para esto independizar a los movimientos y tendencias de lucha que se multiplican en el país de la tutela política del partido demócrata.

Pablo Heller

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