El acceso a la cultura como un derecho humano
Hace algunos días, dialogaba con una amiga acerca de conceptos que virtualmente parecen una utopía, pero que por diversas razones tienen lugar en nuestra realidad social. Ella opina que los productos culturales procedentes de todo el mundo, de alguna manera deberían estar exentos del pago de impuestos para que puedan ser consumidos con el mismo derecho inalienable con que tomamos el agua de un manantial o el vaso de agua que pedimos en una cafetería. Por supuesto, que hay formas de retribuir a los creadores de estos valiosos productos culturales, pero la idea no deja de ser justa si nos basamos en una frase tan antigua como el ser humano que se puede aplicar a nuestra problemática: "el agua (la cultura) no se le niega a nadie". En tal sentido, los cubanos desde hace más de 50 años padecemos de un férreo bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno de los EE.UU., con el objetivo de asfixiar a la Revolución en todos los terrenos posibles y, por supuesto, que la cultura y sus múltiples manifestaciones no escapan de semejante asedio.
Entre los postulados básicos que definen las esencias de nuestra Revolución, se reconoce la presencia de la cultura como un principio consustancial para la existencia misma de la nación cubana. Por gravísimas que hayan sido las situaciones materiales durante estos largos años, de todos modos hay una conciencia de la necesidad del pueblo cubano de acceder a la cultura como vía de afianzamiento de valores y del imprescindible enriquecimiento espiritual. Justamente, en un medio de comunicación masivo de tanto alcance como la televisión, he sido testigo directo y partícipe de esta voluntad animada por tan nobles principios. Es la posibilidad real de ofrecer el consumo de cultura a quienes se la han negado.
En Cuba no existen canales privados de televisión, sino estatales, agrupados en el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), razón por la cual no se difunden anuncios de productos comerciales, vía idónea para el financiamiento de cualquier canal privado en otro país. Esta observación es clave para definir las diferencias que motivan a estos dos sistemas televisivos contrapuestos. Mientras, por un canal privado norteamericano, la presentación de un concierto de Paul McCartney implica un indicador de elevada ganancia económica para los directivos del canal por la lógica cantidad de televidentes que pagarán para ver dicho concierto, en Cuba la transmisión de ese mismo concierto por cualquiera de nuestros seis canales, si enriquece a alguien, sería a los miles de cubanos, muy complacidos de poder disfrutar también de este espectáculo, gracias a la búsqueda y selección de los creadores del ICRT.
Programas como Bravo, dedicado a la música de concierto, o De la gran escena, con parte de lo mejor de la música popular y la de concierto, han marcado una diferencia que sus habituales televidentes agradecen por la preocupación para satisfacerlos con conciertos como el de "Los cuatro tenores" en Italia o de renombradas óperas que habitualmente se ven a través de DVD que se compran en tiendas de cualquier país, menos en las de Cuba a causa del bloqueo. Recuerdo cómo durante los años 90 los canales privados norteamericanos como VH1 o MTV estaban tan saturados con el llamado rock alternativo o grunge, que si uno quería una opción diferente dentro de la música popular contemporánea, tenía que acudir necesariamente al extenso y abarcador universo de títulos de DVD a cargo de prestigiosos artistas. Por supuesto, las serias advertencias de los realizadores de estos conciertos plasmados en DVD, implican severas multas para quienes en un canal privado difundan el material sin el previo pago del derecho de transmisión por todo lo que implica económicamente. En Cuba, como contamos con una televisión de servicio social y nadie se enriquece por su transmisión, pagamos al Centro de Derecho de Autor la tarifa debida que según las normas internacionales corresponde al compositor por cada pieza interpretada.
En espacios como A capella o Música del mundo, los que tengo a mi cargo como realizador y guionista, disfruto la sensación de hacer llegar a miles de televidentes programas de un valor cultural incuestionable, como un concierto de Vangelis en el Partenón o la actuación del guitarrista John McLaughlin con músicos hindúes o los videos más recientes de la agrupación española Ojos de Brujo, entre tantos otros. Constituye un placer infinito hacer lo que se pueda en tal sentido, porque estamos conscientes de que sin esa posibilidad de búsqueda, selección y preparación de los programas, es prácticamente imposible que los televidentes cubanos puedan conocer y disfrutar de estos materiales. Se les estaría ocultando una abarcadora y actualizada información cultural por el supuesto pecado de haber escogido vivir en una sociedad diferente. En última instancia, ante la ceguera por parte de los gobernantes de turno en la Casa Blanca para que levanten el bloqueo, que nadie dude de que si a nuestras manos llegara un excelente musical editado en DVD por una firma norteamericana, lo sentiríamos como si fuera agua o comida para necesitados, y trataríamos de que apareciera en la pequeña pantalla de millones de hogares cubanos.
Guille Vilar
La Jiribilla
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