lunes, 18 de octubre de 2010

El Che que nos remolca


Por las ramificaciones nerviosas de Cuba anda Ernesto Guevara moviendo el carro de la Revolución. Sorteando obstáculos pero nunca vencido, va hoy por quebradas y senderos espinosos que él nunca imaginó, espoleando la vergüenza y el honor de este país para subir la cuesta de la redención humana.
A veces se atasca el carromato, y hay que reconsiderar el itinerario por trillos más escabrosos. A veces la maleza se ensaña; pero allí está él, conminándonos a no detenernos nunca. Entonces, mira hacia el futuro mientras mide el terreno con sus pies. Y es cuando nos sugiere aligerar la carga soltando lastre con los dogmas, errores y torceduras; con los farsantes y bribones que tanto nos pesan para avanzar.
El Che desborda a Cuba, en la gran expedición sin fronteras que no osó conquistador alguno: la de la justicia universal para los perdedores de este mundo. Pero los cubanos vindicamos su huella, que tocó el nervio y el hueso de nuestra Revolución.
Por estos días, aunque creemos saber y sentirlo todo ya sobre el Che, nos conmovió la presentación televisiva del filme Che guerrillero, del realizador norteamericano Steven Soderbergh, y el encarnamiento del insigne revolucionario —casi como de un santo que se le montara— en la brillante interpretación de Benicio del Toro.
Estremecido ante la escena final de la película, imaginando cómo serían para él esos últimos instantes, meditaba después, sin conciliar el sueño, cuánto ha calado en la Humanidad el talante épico y guerrillero del Comandante, al punto de convertirlo en un símbolo universal.
Sin embargo, bastante poco se conoce de lo que es un patrimonio de Cuba, y un aporte original y desentumecedor del movimiento revolucionario: su condición de ministro y funcionario, de constructor riguroso de una nueva vida por sobre las ruinas del sistema derruido.
Los propios cubanos, muchas veces somos rehenes de esa escisión; y deslindamos al Che guerrillero y comandante, del jefe en las batallas más rutinarias y no menos heroicas de la paz. Como si se pudiera desmembrar al orgánico revolucionario que fue siempre el mismo; solo cambiaban los escenarios.
De ese Che que soñaba un mundo y un hombre nuevos, y pensaba y peleaba por ellos, aún quedan muchas enseñanzas por plasmar. Él sigue gravitando por sobre nuestras vidas pidiéndonos cuentas, haciéndonos preguntas que esperan por respuestas, marcándonos con raya roja lo que no sirvió y exhortándonos a dejarlo atrás para poder alcanzar la plenitud y la justicia de la Revolución.
Entre sus virtudes, tan urgidas para que Cuba hoy despeje las malezas y avance, están esas que él perpetuó desde el monte guerrillero al ministro inconforme e incansable que fue: la lealtad y el ejemplo con que siempre estuvo en la primera línea del combate y el deber, muy pegado al sufrimiento de su tropa, y posteriormente al del pueblo que adoptó: la gente común que sostiene el país. El coraje y la honestidad que ello le confería para enfrentarlo todo; la estricta consecuencia entre sus palabras y actos, ajena a todo oportunismo.
Otra impronta guevariana que nos convoca es nunca ver la obra revolucionaria como un comodín para adormecerse plácidamente y obnubilarse con lo emprendido; todo lo contrario, siempre ventilarla en diálogo con el pueblo y con ánimo crítico y autocrítico. Sin temor al debate y la polémica, con espíritu dialéctico y antidogmático.
La misma fe en la victoria que disparó en el campo de batalla, lo mantuvo bregando porque el socialismo demostrara sus plenitudes, y no se afianzara per se, si no en una obra humana, económica y social de tal calidad, que reencontrara al hombre consigo mismo y con el prójimo, sin egoísmos ni tecnocracia.
Con esos fueros, Che sigue empujando el carro de la Revolución en Cuba. Y nunca como hoy, víspera de tantos combates para salvar este socialismo y actualizarlo dejando atrás sus atavismos, la fuerza de pensamiento tan original y obra tan magnánima nos ayudarán a vencer la cuesta, si nos ayudamos a nosotros mismos. Guevarianamente

José Alejandro Rodríguez
JR

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