lunes, 11 de octubre de 2010

Auge de las tomas de colegios y reclamos juveniles


Esa vieja costumbre de denigrar a los movimientos populares en Argentina

Antes se cuestionó a los nacientes sindicatos. Luego a los organismos de derechos humanos. Ahora le pegan duro a los secundarios. Es una vieja costumbre en Argentina de los que defienden el “status quo”.
El 19 de agosto los alumnos del colegio Mariano Acosta, a mitad de camino entre Plaza Once y la Iglesia de la Santa Cruz, decidieron tomarlo. Estaban hartos de la pésima situación edilicia y las promesas incumplidas de Mauricio Macri. Paradojalmente, el marketing del PRO son los carteles amarillos de “Hace Buenos Aires”.
Dante Stringa, secretario del Centro de Estudiantes del Mariano Acosta, declaró diez días después de haber ocupado el colegio: “no aceptamos el plan que nos presentaron, pensamos que iba a ser un proyecto superador y en vez de eso mostraron un papel sin la firma de Bullrich. Además mentía, decía que los ascensores y las escaleras están arreglados y no es así. Encima el presupuesto general que mostraba era de 3 millones de pesos y el que presentaron hace dos semanas era de 5 millones. En quince días desaparecieron 2 millones de pesos”.
Inmediatamente, como por arte de contagio, otras escuelas fueron ocupadas. Entre otros, los normales 1, 4, 5, 6, 7 y 10, la Media Nº 2, las escuelas Juan Pedro Esnaola, Cornelio Saavedra, Confederación Suiza, Rogelio Yrurtia, Urquiza, Cerámica Nº 1, Mariano Moreno, La Roque, Manuel Belgrano, Lengüitas, María Claudia Falcone, Julio Cortázar, Nacional Nº 17, Fernando Fader, Nicolás Avellaneda, Otto Krause, Norberto Piñero y Escuela de Danzas Nº 2.
Hubo 28 colegios donde los pibes se quedaron incluso a pernoctar, acompañados de algunos padres y docentes. Con ese gesto concreto, más grandes carteles colgados a la vista del público y sus declaraciones públicas muy maduras para su edad, el conflicto no pudo ser más invisibilizado.
Después hubo establecimientos que reanudaron sus tareas, en pequeña medida porque el gobierno les hizo promesas de obras más o menos inmediatas. Y en buena medida también, porque las tomas largas producen desgaste. Jorge Lanata mintió al decir que “tomar un colegio es lo más fácil” porque se trata de algo difícil, riesgoso, que provoca un desgaste físico y por momento anímico entre los ocupantes. ¿Habrá tomado algún colegio Lanata en su vida? Capaz que fue hace tanto tiempo que ya se olvidó, como de tantas otras cosas, con su corrimiento a la derecha.
Frente a la aparición de ese formidable movimiento de masas, espontáneo –sin menospreciar a las agrupaciones secundarias preexistentes, más bien reducidas-, la reacción de Macri fue agresiva, descalificadora y con un sesgo de espionaje policial.
Su jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, acusó a los secundarios de estar manejados por intereses políticos y ¡el chavismo! Esteban Bullrich, mandó una directiva para que las autoridades escolares confeccionaran una “lista negra” con los revoltosos. La jueza Elena Liberatori la revocó por juzgarla una “decisión gravísima desde el punto de vista de los valores democráticos, que viola los derechos y garantías que la Constitución de la ciudad reconoce y garantiza a los estudiantes”.

Otras prioridades

¿Acaso el jefe de gobierno procesado por espionaje ilegal no tenía recursos para obras en Educación?
Rodríguez Larreta admitió a varias radios y la agencia DyN, que el gobierno de la Ciudad “sólo ejecutó en lo que va del año el 7% del presupuesto destinado a infraestructura escolar”. Esa admisión dio la razón a la legisladora opositora, María José Lubertino, quien en plena sesión y vistiendo un guardapolvos blanco, acusó: “el gobierno de Macri subejecutó el presupuesto en Educación en un 95 por ciento en el marco de una política sistemática y reiterada”.
Había recursos presupuestarios y no se emplearon en infraestructura para la educación pública, y se aumentó el subsidio gubernamental a escuelas privadas, por solicitudes del cardenal Jorge Bergoglio. Ese contraste seguramente estuvo en la base de la indignación de los estudiantes secundarios, que se politizaron más en estas semanas que antes en años.
Los chicos y chicas no tienen un pelo de tontos. Cuando les presentaron planes de obras sin fechas ni sellos ni firmas, los rechazaron y mantuvieron las tomas. Cuando periodistas tan reaccionarios como Eduardo Feinmann les hacían reportajes para “hacerles pisar el palito”, los desairaron con mucha altura. Pobre José Pablo Feinmann, ¡cómo habrá sufrido de ver a su homónimo de C5N interrogando a los secundarios sobre si sabían qué día de 1983 se había votado cuando ganó Raúl Alfonsín!
La idea de esos medios era desprestigiar al movimiento estudiantil, haciéndolo quedar como vago y mal entretenido. En realidad es Macri el que necesita muchas lecciones de historia y cultura general, porque suele confundir el Día de la Bandera con el de la Independencia., y dijo haber leído novelas de Jorge Luis Borges que este nunca escribió.
Un paso importante del movimiento fue coordinar con otros colegios, una necesidad por el complicado y politizado conflicto. Así nació la Coordinadora Unificada de Escuelas Secundarias (CUES), uno de los mejores frutos del mes de movilizaciones.
Cuando aquéllas decayeron en Buenos Aires, tomaron la posta otras provincias. Esta semana había 16 colegios tomados en la ciudad de Córdoba y uno en el interior provincial. A los aspectos similares de Capital, en lo referido a las deficiencias de edificios que ya no dan más, los cordobeses sumaron un punto político-educativo. Se oponen al proyecto de ley de Educación provincial que le abre espacio a la enseñanza religiosa en las escuelas públicas.
Lejos de arrepentirse de su memorando para armar “listas negras”, el ministro Bullrich siguió tratando de meter miedo a los secundarios. A las radios La Red y Continental, les declaró: “lo que tenemos que entender que estas acciones tienen consecuencias; la toma de un edificio público, hasta que se cambie el Código Penal, es un delito”. “Mirá como tiemblo”, se le rieron.

Denigrar y mentir

Macri denostó a los estudiantes, asegurando que eran parte de un complot en su contra. El ingeniero está contra las cuerdas con el caso de espionaje, pero si se dedicara un poco más a la política, y menos a esas actividades ilícitas, debería saber que el 18 de mayo de 2005, cuando gobernaba Aníbal Ibarra, los alumnos del Mariano Acosta ocuparon la escuela. “La intención de extender los piquetes estudiantiles y tomar edificios escolares en protesta por el avanzado deterioro de las escuelas públicas repercutirá hoy en varios establecimientos educativos de la ciudad”, podría haber leído en “La Nación” (19/5/2005).
Los jóvenes de entonces planteaban -hace un lustro- un pliego de diez puntos: mejoras en la infraestructura de todas las escuelas públicas de la ciudad, un boleto estudiantil de $ 0,05, más becas y viandas para los alumnos de bajos recursos, aumento en el presupuesto educativo, la derogación de la leyes federales de educación y educación superior. En ese momento era Ibarra el que veía una mano política traviesa de la izquierda y el macrismo…
Este ejemplo demuestra palmariamente que la rebelión secundaria tiene razones reivindicativas profundas y gana en contenido político a medida que los gobiernos de turno la ignoran y calumnian.
Las nuevas camadas de jóvenes que han luchado desde agosto a la fecha tendrán que curtirse para enfrentar tanta patraña de la derecha y los periodistas afines. Desde que Cristina Fernández dijo comprender el reclamo estudiantil porteño, esos medios se pusieron más agresivos con los jóvenes. Así de funcionales son a Macri.
Esos muchachos y muchachas deberán saber que en Argentina siempre se ha cuestionado a los movimientos populares. “La Nación” se burló de los 2.000 obreros que en 1890 conmemoraron por primera vez el 1 de mayo porque dijo que eran muy pocos y hablaron en cuatro idiomas distintos. A los luchadores de los ´70 los estigmatizaron como “agentes de Moscú”. A las Madres de Plaza de Mayo las llamaron “locas de la plaza” y también “madres de subversivos”; el genocida Luciano B. Menéndez las criticaba porque “usan los pañuelos como las mujeres soviéticas”. A los piqueteros les dijeron que eran “vagos”, “violentos” y que andaban “armados”, pero los que terminaron asesinados fueron Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. A los periodistas que lucharon tantos años por una nueva ley democrática de comunicación los tacharon de “estar pagados por los K” y de defender una “ley mordaza”.
Pese a tantas mentiras, al final la realidad, que es tozuda, se mostrará tal cual es. Los estudiantes sabrán librarse del estigma de los Macri, Bullrich, Feinmann y Lanata. Los jóvenes están estudiando, luchando y participando de algo social, para mejorar una parte de la vida, cosa que estos tipos nunca hicieron.

Emilio Marín
La Arena

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