Mucha solidaridad, mucha hipocresía. Tras el terremoto de Haití, resulta que ahora los seres humanos somos muy solidarios.
Los que tienen mucho han donado mucho a los pobrecillos haitianos, tan desagraciados a consecuencia de la fuerza destructora de la naturaleza. Aunque para otros, para nosotros, lo que ha pasado en Haití demuestra que lo que sí que tienen muchos de estos seres humanos “solidarios” es mucha hipocresía.
Llevamos tiempo argumentando que los seres humanos no son ni malos ni egoístas por naturaleza. Pero no nos escuchan cuando no les conviene.
Cuando toca hablar del libre mercado, las voces de los más poderosos se alzan para argumentar que es la única manera posible de organizarnos, ya que nosotros mismos no somos capaces, por nuestra envidia y egoísmo.
Ahora bien, cuando se trata de ayudar a los pobres de Haití que no tienen nada porque les ha tocado vivir en un lugar inhóspito, la sociedad se vuelca y es más solidaria que nunca, ¿en qué quedamos?
Los haitianos saben bastante de esto. Tras decenios de explotación y destrucción de sus recursos, el pueblo de Haití no ha bajado nunca la cabeza.
Los intentos de insurrección para conseguir un sistema más justo se han sucedido a lo largo de los años, recibiendo como respuesta represión y masacres. Los haitianos no saben organizarse ¿o es que no les dejan ni les han dejado hacerlo?
El último caso nos lleva sólo a hace unos meses. El gobierno de René Préval, apoyado por EEUU, no vaciló en reprimir al movimiento de trabajadores de la sanidad que pedían mejores condiciones laborales.
O también lo vimos hace seis años, cuando tropas de la ONU entraron en Haití matando a personas inocentes que lo único que pretendían eran liberarse de la opresión. Los casos son incontables. Primero fue Francia, más tarde EEUU. La historia de Haití es la de un país colonizado y expoliado, utilizado como patio trasero de los intereses de los países occidentales.
Es uno de los países más pobres del mundo; no tiene una planificación urbanística correcta; la especulación de las multinacionales ha arrasado campos enteros, acabando con el medio de vida de los campesinos; cuenta con miles de talleres clandestinos, etc.
Sin embargo ahora esos mismos soldados que hace meses entraron a matar a los pobres haitianos se alzan como sus salvadores, con la excusa de que ellos mismos no son capaces de levantar el país.
La historia se repite. En 1915, cuando Estados Unidos invadió Haití, el secretario de estado Robert Lansing justificó la ocupación explicando que la “raza negra” es incapaz de gobernarse a sí misma, “tienen una tendencia salvaje y una incapacidad física de civilización”.
De nuevo, tras el terremoto, los poderosos han entrado en Haití como saben hacer: con las armas y los ejércitos. Han ocupado los aeropuertos, las infraestructuras y la vida de un pueblo. ¿Quiénes son los salvajes, Mr. Lansing?
Ya lleven cascos azules o trajes de chaqueta, el desembarco que han hecho los países occidentales en Haití tiene un solo nombre: imperialismo y ocupación.
Tras decenios de planes de ajuste estructural y recetas neoliberales que han empobrecido al país, Bill Clinton ha llegado a Haití con un programa económico del mismo estilo: turismo, talleres textiles clandestinos, privatización y desregulación.
Todo esto suena mucho a la “doctrina del shock” de Naomi Klein que, para quien no la conozca, argumenta que los dirigentes de los países ricos aprovechan situaciones de desastre natural para aplicar sus políticas neoliberales y sacar así tajada de la miseria de la gente.
Ya sea doctrina del shock o no, lo que sí está claro es que hay una escalada militarista de EEUU en Centro y Latinoamérica, que comenzó con el golpe de estado de Honduras y continuó con las bases de Colombia.
Y lo que está claro también es que estamos ante la peor crisis económica de la historia, por lo que tener un lugar de donde sacar mano de obra barata no vendrá nada mal a las multinacionales.
Al igual que no les viene mal seguir manteniendo la deuda externa. Vamos, que hay mucha hipocresía.
Angie Gago
enlucha.org
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