Las oficinas de propaganda del gobierno de Estados Unidos han puesto mucho empeño en destacar la presencia de Biden en Kiev, acompañada de una buena dosis de des-información. Exhiben como un gesto de audacia exponerse en el “teatro de guerra” sin contar con tropas norteamericanas en el terreno. Se ocupó, sin embargo, de comunicar el viaje al Kremlin, para evitar, dijo, “un accidente que pudiera escalar la guerra”.
Biden se ocupó, él mismo, de dejar en claro el propósito de la visita relámpago a la capital de Ucrania. En momentos en que se anuncia, por parte de la OTAN, una ofensiva militar “inminente” de Rusia a lo largo de la frontera que separa al este del oeste en Ucrania, Biden aseguró que la intervención militar de Estados Unidos en la guerra “tomará todo el tiempo que sea necesario”. Es una expresión copiada al Banco Central Europeo cuando debió intervenir para rescatar de la quiebra a la banca y a los grandes conglomerados.
La prensa norteamericana ha interpretado el viaje y los dichos de Biden como una decisión de proveer más municiones, misiles y tanques de última tecnología al gobierno de Zelensky, y eventualmente aviones de combate F-16. También está considerando proveer a Ucrania misiles de largo alcance, conocidos como ATACAMS, para poder atacar las líneas de suministros del ejército de Rusia (WSJ, 2.22). Las autoridades ucranianas han reivindicado que Ucrania se ha convertido “en un país ‘de facto’ de la OTAN”. La perspectiva de “una larga guerra de desgaste”, como coincidieron la mayor parte de la prensa y un número considerable de analistas militares, podría no concretarse. La ofensiva de Rusia y la preparación de una contraofensiva por parte de la OTAN, en la región del Donbas, señalan, por el contrario, que la guerra se encontraría en un punto de inflexión. The Wall Street Journal (29.1.23), señala que “detrás de la decisión de aumentar en forma decisiva la ayuda de Occidente a Ucrania, se encuentra el temor de las capitales occidentales de que el tiempo puede estar del lado de Rusia”. Ucrania ha sufrido pérdidas intolerables para la dimensión de su ejército. En varios artículos periodísticos se deja trascender la posibilidad de que EEUU instale tropas propias en el oeste del país. La autorizada revista The Economist, muy aficionada a las frases de impacto y vocero frecuente de la cancillería británica, acaba de augurar un “año que viene en Moscú” – parafraseando un anhelo secular de la religión judía respecto a Jerusalém. Es la misma expectativa que había expresado Biden hace un año, en un discurso a una brigada militar norteamericana en Polonia. Un funcionario de seguridad de Ucrania acaba de expresar lo mismo con otras palabras: el año que viene “nuestros tanques van a estar en la Plaza Roja”.
Una muestra del giro que está por producirse en la guerra es la amenaza que le espetó el secretario de Estado norteamericano al canciller de China, en una reunión de Seguridad que acaba de finalizar en Munich, acerca de “las consecuencias” que tendría la provisión de “material letal” a Rusia, por parte de China. China se apresta a lanzar “una propuesta de paz”, que es vista con disgusto por Estados Unidos, en especial porque podría recibir algún apoyo de países de la Unión Europea. Será una variante de lo que han propuesto el ex secretario de Seguridad Henry Kissinger y hasta el empresario Elon Musk: plebiscitos de autodeterminación en las provincias del Donbas, retención de Crimea por parte de Rusia y una Conferencia de Seguridad Europea. China aspira a que esta moción gane una mayoría (no ejecutiva) en la ONU. El planteo será rechazado sin atenuantes por EEUU y la mayoría de la OTAN. Después de un año de masacres y destrucciones sería considerado un golpe ‘existencial’ contra la coalición político-militar del imperialismo mundial. La subsecretaria de Estado de Estados Unidos, Victoria Nuland, el mayor ‘halcón’ de la política mundial, ha insistido con el apoyo a atacar la base naval de Rusia en Ucrania. Pertenece a la legión militarista que reclama llevar la guerra hasta el límite de una guerra nuclear, porque de lo contrario el armamento nuclear no tendría el carácter “disuasivo” para el que fue desarrollado.
La guerra en Ucrania es considerablemente gravosa para la OTAN y para Rusia, y para el conjunto de la economía mundial. Los gastos que implica agravan la crisis de financiamiento de economías altamente endeudadas. La industria militar está insuficientemente preparada para abastecer el tipo de guerra que se desarrolla en Ucrania, que es en gran parte convencional. El uso diario de municiones supera la producción de la industria; lo mismo ocurre con otro tipo de armamento como tanques o blindados, porque la inversión armamentista se concentra en productos de alta tecnología. La continuidad de la guerra requiere una reconversión en gran escala del material apropiado, y por lo tanto una escalada del elevadísimo gasto militar. Una guerra prolongada de ‘desgaste’ atentaría contra la economía de los estados envueltos y un espiralización de la inflación y de la crisis social. El epicentro de la guerra en Ucrania se traslada a la crisis económica y política que trae como resultado, y a un crecimiento de lo que ya es, en algunos países, una ola huelguística. Es una manifestación relevante del carácter mundial de la guerra presente.
El gobierno de China, como el mismo Putin, justifican su posición política internacional detrás del propósito de eliminar la “unipolaridad” internacional y de construir un mundo “multipolar”. Caracterizan correctamente que Estados Unidos es una potencia en declinación, como también lo hacen Donald Trump y un sector importante de la derecha norteamericana. El peso financiero y militar de Estados Unidos se encuentra en contradicción con el retroceso de su peso económico internacional y con el crecimiento declinante de la productividad del trabajo. La invasión de Ucrania, por parte de Rusia, tendría como propósito establecer una organización política internacional “multipolar”, como habría regido en Europa entre la caída del imperio de Napoleón y la primera guerra mundial, para algunos, o entre la unificación de Alemania, en 1870, y la guerra del 14, para otros. El planteo es claramente una ilusión: la tendencia del capital a la concentración y al monopolio se traduce en la política mundial en la tendencia a la hegemonía, que Estados Unidos viene ejerciendo desde hace mucho tiempo. La “decadencia americana” no atenúa la unipolaridad sino que exacerba los antagonismos internacionales y la guerra. Como ocurrió con el ascenso mundial de Estados Unidos, el ascenso hipotético de un nuevo imperialismo, producirá décadas de guerras de mayor alcance todavía, con riesgo nuclear cierto. El ‘orden multipolar’ contraría las leyes inmanentes del capital, sólo es una expresión de las contradicciones irreconciliables del sistema imperialista.
El gran temor de la OTAN, de Rusia y de China es la rebelión popular y la revolución social que vuelve a la agenda internacional como consecuencia de las bancarrotas económicas y las guerras.
Jorge Altamira
21/02/2023
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