domingo, 7 de septiembre de 2014
El republicanismo que no fue
En una breve nota de Carlos Pagni, publicada el sábado pasado, el columnista de La Nación parece reclamar un "liberalismo que enamore" y en el artículo de opinión publicado el lunes siguiente en el mismo diario por el historiador Luis Alberto Romero, se convoca al pueblo argentino a dejar atrás los "malos gobiernos peronistas" y terminar con el mito de que “los peronistas son los únicos que saben gobernar”. Todo en nombre de una tradición republicana y liberal (con un leve barniz social-liberal en el caso de Romero), al parecer trágicamente imposible. Un "republicanismo que no fue".
Quizás fue Juan B. Justo el principal exponente de la tradición republicana en la Argentina, más incluso que los radicales, tan proclives a combinar un populismo light con el fusilamiento de huelguistas. Su apuesta al desarrollo del Partido Socialista como puntal de la constitución de un sistema político moderno, por pecar de cierta ingenuidad, no deja de haber sido la más genuina en este espectro.
Esto lo sabía José Aricó, aunque en La hipótesis de Justo le reprochara sectarismo contra los radicales (cualquier parecido al acercamiento con el Alfonsinismo de los "gramscianos argentinos" no es pura coincidencia).
Las dificultades para la continuidad y arraigo nacional de una tradición republicana (y liberal o social-liberal) son las mismas que explican el arraigo del "bonapartismo" o lo que con un sutil dejo gorila, los liberales prefieren llamar el “populismo” (por razones opuestas a las de los marxistas): la presencia del imperialismo, la fuerza social de la clase obrera y la debilidad de la "burguesía nacional. Estos elementos configuran, como dijimos en otra parte, la "doble naturaleza” del peronismo, que es a la vez "partido del orden" y "partido de la contención", defensor a ultranza del orden capitalista y promotor del único "reformismo posible" en suelo argento. La derecha posible o la izquierda aceptable, según las definiciones, cambiantes con el "espíritu de época", del conformismo peronista.
1989-2001-2014
Si comparamos los finales de ciclo de Alfonsín, Menem y De la Rúa con el momento actual, la situación resulta totalmente diferente. El contexto internacional es de crisis y cuestionamiento del capitalismo y no de hegemonía del neoliberalismo. La política económica argentina, con todas sus extravagancias no es una rara avis al mismo nivel que lo era el sostenimiento de la convertibilidad en el 2000. Asimismo, el estallido del partido radical del 2001 y el desguace del bipartidismo que diera cierta estabilidad a la salida de Alfonsín y Menem, no logró ser reemplazado por el kirchnerismo con un régimen político más o menos estable.
Este conjunto de elementos es lo que explica la hipótesis que empiezan a visualizar (y a desear) muchos; que el kirchnerismo se transforme en cierto modo en el camino más largo hacia el macrismo (un “frepaso de derecha” o un “sciolismo posmoderno”): una larga "restauración" hasta poner las cosas en su lugar (la centroderecha más de derecha pero con un barniz de "buena onda", bicisendas y "taller de entusiasmo" de Alejandro Rozitchner incluido).
Si el kirchnerismo fue de algún modo el remedo de una "gran empresa" cuya "hiperpolitización" la burguesía aceptó a regañadientes a cambio de unos buenos mangos en los años de vacas gordas, lo que viene es una progresiva derechización para administrar el declive. En ese marco, no cabe esperar, ni un "liberalismo que enamore" ni una resurrección del republicanismo. Por eso, los trabajadores y el pueblo argentino, que ideológicamente oscilan entre la "gauchocracia comunitaria" y el discurso sobre la "seguridad" se inclinan por variantes "conservadoras" como forma de no perder lo conquistado. También existe una minoría significativa que se vuelca hacia el Frente de Izquierda, por tener una política consecuente de defensa del empleo y los derechos de la clase trabajadora, no solamente en el plano parlamentario sino en la lucha de clases.
La democracia y la tradición de izquierda
Con todo, la existencia de la izquierda es un dato no menor en el "fin de ciclo". Si cabe en alguna medida tomar la distinción trazada por Héctor P. Agosti en su clásico Echeverría entre la tradición liberal y la tradición democrática, no es, como quería Agosti, para buscar el sector progresista de la burguesía argentina (que el PCA siempre acostumbró encontrar en los lugares menos indicados), sino para destacar que no toda "democracia" se reduce a la democracia burguesa.
Las alternativas no se reducen al republicanismo liberal que busca adaptar la realidad a sus “tipos ideales” o el bonapartismo pragmático cuyo “tipo ideal” es la adaptación a la realidad a la cual busca arrancarle algunas migajas, sin molestarla demasiado.
Somos críticos de ambas tradiciones desde una teoría política, una estrategia y un movimiento social que expresa la forma más auténtica y "popular" de democracia moderna de nuevo tipo: obrera y popular.
El comunismo, como movimiento real que lucha por cambiar el estado actual de cosas y que tiene en la democracia soviética la base para la constitución de un Estado obrero de nuevo tipo, que supera la "democracia sustantiva" del populismo y "formalismo abstracto" del republicanismo, uniendo las figuras del ciudadano y el productor, como condición para la extinción de todo tipo de estado.
A diferencia del republicanismo (además de las de clase, programa, objetivos y estrategia), nuestra crítica del bonapartismo reside en la experiencia real que la clase trabajadora realiza con el peronismo de acuerdo a las peculiares condiciones de nuestro país y del continente. Por eso el republicanismo no fue y muy probablemente no será (o será De la Rua); pero el socialismo todavía puede ser.
Fernando Rosso y Juan Dal Maso
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