No bien pasaron unas horas del gran paro nacional, el gobierno dispuso un aumento del salario mínimo del 22 por ciento, que sólo representa un 30% menos de la inflación esperada este año y la tercera parte de la canasta familiar. Por el otro, dio vía libre a un nuevo aumento de las naftas, que ya alcanza, en los últimos doce meses, el 60 por ciento. La suba de los combustibles muestra la completa impostura de la ley de abastecimientos, que pretende bajar los precios mediante el control de la ‘cadena de valor’.
Petróleo y deuda
El presidente de Shell -otrora enemigo público del gobierno y amigo número uno de la Afip- recorrió todas las redacciones para elogiar el naftazo. Es precisamente lo que exige la reprivatización petrolera. Para el capital financiero internacional es una garantía de rentabilidad de sus inversiones y de disponibilidad de dólares para sacar esa rentabilidad del país. Entre las finanzas y las petroleras existe un cordón umbilical, a partir de la conveniencia de tomar préstamos en el exterior -a tasas de interés ridículas- en lugar de reinvertir los beneficios industriales. Por eso Blackrock, Soros y otros fondos buitre compran acciones de YPF y financian su endeudamiento, mientras Exxon y Chevron se endeudan afuera para invertir en Vaca Muerta. Por encima del griterío “patria o buitres” o del “pago soberano”, el naftazo de Kicillof-Galuccio es una poderosa señal a los especuladores internacionales. Los K y los Massa quieren convertir a la entrega del petróleo en la prenda del rescate internacional a la bancarrota económica.
En consonancia con lo anterior, se espera que en los próximos días la Justicia de Nueva York habilite al Citibank a pagar los intereses a los acreedores que se encuentran bajo jurisdicción argentina, y que lo mismo hagan otras instancias judiciales en Europa. Como la crisis con Griesa ha producido una caída de la cotización de los bonos, los buitres que se han lanzado a comprarlos (en primer lugar el kirchnerista Fintech), harán una ganancia suculenta. Los K son una gallina de huevos de oro, que el capital financiero no se cansa de hacerle poner. Luego de esto vendrá, como es fatal que ocurra, el arreglo con los ‘buitres-buitres’, que mientras tanto también están comprando títulos argentinos que se desvalorizan. De nuevo, como ocurriera antes de la devaluación del peso de enero pasado, la Anses y el Banco Nación están vendiendo títulos públicos en dólares, esto para amortiguar su valorización frente al peso. Desvalijan el tesoro público para abultar el tesoro privado.
Ojo con Mugabe
Es curioso, en este marco, que la prensa autorreferencial de Argentina no haya prestado atención al largo viaje emprendido por Kicillof a China, donde en principio no había nada para negociar porque todo ya estaba acordado y firmado. ¿O no era eso lo que había ocurrido con la financiación de las represas de Santa Cruz y el canje de reservas entre pesos y yuanes? Pues parece que no. Una semana antes de peregrinar a Pekín, el travieso Kicillof se había hecho una escapada a San Pablo para peticionar un canje similar con los brasileños, ‘sem resultado’. Argentina necesita un respaldo de reservas de alrededor de 10 mil millones de dólares para sobrevivir a los pagos de deuda hasta 2015. La promesa de no pegar otro zarpazo a los medidores de nafta y a las facturas depende de que el peso no se devalúe como consecuencia de una corrida cambiaria. Lo recordó el shelliano Aranguren en su recorrida por los diarios.
Brasil no ofreció nada, ¿pero acaso China se retoba? Pues es precisamente lo que le está pasando a Zimbabwe, la ex Rhodesia del Sur, que tiene un trato excelente con los chinos. Su presidente, Robert Mugabe, fue recibido en Pekín como un monarca, pero no consiguió sacarle al gobierno de China los 10 mil millones de dólares que necesita para hacer frente a la iliquidez e insolvencia de su país (Financial Times, 29/8).
Es un ‘replay’ de lo que ya ha ocurrido entre China y Venezuela, que tampoco consigue ‘asistencia’ del oriente lejano para su balance de pagos. Venezuela y Zimbabwe han empeñado sus recursos mineros como garantía de los préstamos chinos, pero China les pone como condición para un socorro de divisas que ‘arreglen’ con los mercados internacionales. En el caso de Zimbabwe, la piedra en el zapato es un litigio de Mugabe con el FMI; en el de Venezuela, con sus acreedores privados; en Argentina es la declaración de defol parcial, calificado incluso como tal por la principal consultora de China. El ‘julepe’ que le agarró a Kicillof es comprensible; después de todo, es eso lo que dice el acuerdo de canje que incluso votó el Congreso de Argentina (con un par de abstenciones ‘tácticas’). China corre el riesgo de que el canje se esfume en menos de lo que canta un gallo, de modo que podría exigir a cambo condiciones incumplibles.
Con más 3 billones de dólares invertidos en deuda pública extranjera y con una deuda total propia de 10 billones de dólares, China se encuentra en un estado superior de dependencia financiera internacional que cualquier otro país; los ‘comunistas’ que la gobiernan deben odiar más que nadie la ‘ruptura de los contratos’.
¿Enfrenta Argentina una corrida cambiaria, que sería más acentuada que la de enero? Una línea muy tenue separa a la corrida cambiaria de la bancaria, por más que digan lo contrario los especialistas.
Después del paro
El gran capital, a la espera de esa corrida, se ha sentado sobre sus cosechas -o sobre sus fábricas-, por ejemplo en la industria automotriz ‘encanutada’. El compás de espera entre la huelga del 10 de abril y el 28 de agosto pasados, lejos de una sabia manifestación de prudencia, fue una conducta irresponsable que agravó la crisis económica y las condiciones de los trabajadores. No es la movilización sino el inmovilismo lo que echa leña al fuego.
El movimiento obrero, en especial, no solamente enfrenta la necesidad de un plan de lucha para reabrir paritarias, parar las suspensiones y despidos, abolir el impuesto al salario y aumentar el mínimo salarial y el jubilatorio en tres mil pesos. Necesita deliberar en un Congreso Obrero y de los Trabajadores para plantear una alternativa de conjunto a los planes de los buitres de toda laya, su gobierno y sus partidos. El inmovilismo acentuado de la burocracia de los sindicatos obedece, precisamente, a esta incapacidad de plantarse en forma independiente frente al capital y el Estado. En este sentido fundamental, el Congreso del movimiento obrero y la izquierda que convoca el Partido Obrero, es un puente político hacia una perspectiva más audaz -un gran congreso obrero y de los trabajadores, como alternativa política de conjunto.
La izquierda que lucha y los sectores combativos en general debieran reflexionar un poco más sobre nuestro planteo y sumarse a una convocatoria común. ¿O es que alguien tiene algún otro planteo estratégico en momentos en que el conjunto de Argentina enfrenta opciones radicales?
Jorge Altamira
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