viernes, 1 de julio de 2011

Los silencios de Hebe


Algunos jueves, antes de ir a las marchas, Hebe solía pasar por la redacción de El Porteño. Allí se cocinaba todos los días para los que trabajábamos en la redacción. Muchas veces se acercaban músicos, actores e intelectuales. Pero los jueves era un día especial porque, a veces, venía Hebe. Juntos festejamos el advenimiento de la democracia en la casa de Delia Tedin, en el Pasaje Bollini. Hebe cocinó ñoquis.
Desde El Porteño, nuestro diseñador gráfico Alfredo Baldo, hacía los afiches para las Madres. Recuerdo uno de color gris azulado en el que se veía a las Madres, más atrás unas palmeras, la Pirámide de Mayo y La Rosada al fondo. También recuerdo a Yoyi Epelbaum trayendo a último momento la columna mensual de las Madres que publicábamos con orgullo. Yoyi, una mujer increíble, inteligente, con un sentido de la justicia único y una sensatez asombrosa. María Adela Antokoletz, Nora Cortiñas, entre muchas otras, eran nuestras referentes éticas.
En aquella época frecuentábamos a casi todos los que luchaban por los DDHH en la Argentina. Emilio Mignone, Augusto Conte, antes el rabino Marshall Meyer, Herman Schiller -el único periodista que habló cuando todas las voces fueron acalladas-, Marcelo Parrilli y tantos otros.
Reconocer al enemigo era más claro, más evidente. Los objetivos también parecían claros: luchar por la democracia, el juicio y castigo a los culpables del terrorismo de Estado… Y una pequeña minoría ponía además su proa más allá de esas reivindicaciones: la igualdad para los homosexuales, los aborígenes, los presos comunes, las minorías postergadas, etcétera.
Más de una vez intenté vanamente convencer a Hebe de viajar a Formosa o a Salta para que conociera la realidad de los pueblos wichis, con quienes desde ese entonces ya estábamos relacionados, aún antes de irme a vivir con ellos. Nunca logré entusiasmarla.
Tiempo después, ya en democracia, Hebe me puso entre la espada y la pared: me exigió que sacara la columna de la Comunidad Homosexual Argentina y dejáramos de hablar de sexo o las Madres retiraban su columna. Esas cosas, según ella, desprestigiaban la lucha por los derechos humanos. Yo me negué a sacar a nadie y las Madres nos dejaron sin su columna.
Esa visión parcial, casi obsesiva de Hebe de luchar sin escuchar otras voces, la llevó a perder en el camino a valiosos colaboradores, luchadores, intelectuales, e incluso a escindir a las propias Madres de Plaza de Mayo. Nora Cortiñas, Yoyi Epelbaum, María del Rosario Cerrutti fueron algunas de las bajas, consecuencia de los daños colaterales de la tozudez casi irracional de Hebe. Herman Schiller, Vicente Zito Lema, Diana Kordon también se fueron alejando. Ninguno, que yo sepa, se fue despotricando. Todos lo hicieron en prudente y respetuoso silencio, básicamente para cuidar hacia afuera el prestigio de una de las entidades más importantes de la lucha contra la dictadura.
Con vergüenza ajena vimos a Hebe festejar el ataque a las torres gemelas, acusar a Horacio Verbitsky de judío al servicio del imperialismo, echar a los “bolitas” de la Plaza, amenazar a la justicia, hacer patéticos juicios públicos a periodistas con una ética por demás discutible.
Ya hacía mucho tiempo que Hebe, contra el consejo de tantos, incorporó a Sergio Schoklender a su institución y le fue dando atribuciones prácticamente totales, no sólo en el manejo de los fondos, sino también en la elección de colaboradores. Hasta en la Universidad de las Madres Sergio cortaba el bacalao. Años atrás, Felisa Miceli encontró un faltante de millones de pesos. Lo comunicó y fue despedida. También el Gobierno nacional tuvo en su poder un informe de Inteligencia donde se hacía referencia a operaciones sospechosas de Schoklender vinculadas a lavado de dinero.
Pero lo peor de todo, lo más doloroso es lo que Hebe calló, lo que no dijo, lo que antes, cuando las madres eran una sola, jamas hubiesen callado: Luciano Arruga, Julio López, Mariano Ferreyra, los Qom, los maestros de Santa Cruz, las muertes de Bariloche, el asesinato de Adams Ledezma, y otros. Todos sabían que algo estaba mal. Hasta la propia Hebe lo sabía y no quiso mostrarse en el error. Prefirió seguir adelante, y no aceptar la realidad que hoy nos estalla a todos en la cara.
Cómo podrán las Madres restaurar su imagen ante el gran público después de esto, es difícil saberlo.
Solo Hebe, reflexionando, admitiendo sus equivocaciones puede restaurar las cosas. Mientras tanto, los represores y la derecha cómplice bailan en una pata.

Gabriel Levinas

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