jueves, 31 de diciembre de 2009

Superexplotación en Felfort

Ricky y la fábrica de chocolate

Un operario gana en tres años y medio lo que el patrón gasta en una noche. Las luces y las cámaras se prenden para el millonario banquete, mientras en la fábrica reinan la opresión y el abuso.
Cuando Menem decía en el ‘89 que iba a gobernar para “los niños pobres que tienen hambre y los niños ricos que tienen tristeza”, Ricardito tenía 20 años. Su padre, Carlos, llevaba décadas manejando la fábrica que fundara en 1912 el viejo Felipe. Hoy, 20 años después, don Carlos ya no está, Menem sólo hizo felices a los niños ricos, y Ricardo sigue disfrutando la fortuna que día a día genera la explotación de cientos de personas. Y aunque durante el menemismo haya vivido en Miami, asegura que “en los ’90 podíamos caminar sin seguridad y no había la delincuencia que hay ahora”. Hace semanas satura la pantalla cantando, bailando y viajando por el mundo con una cohorte de chetos a sueldo. Pero por más que sus bíceps recargados y sus cirugías al por mayor lloren y se sensibilicen, Ricardo Fort no puede esconder lo que es: la exacerbación decadente de la clase capitalista.

A puro pulmón… ajeno

Cuando le reprochan la ostentación que hace de su fortuna él responde que su familia “hizo la plata a puro pulmón”. Pero Ricky jamás podrá engañar a los cientos de hombres y mujeres que en la planta de Almagro producen “delicias” como Jack, Paragüitas o CerealFort. Menos aún a los miles que ya no están allí, los que fueron despedidos gracias a los contratos basura y la flexibilización vigente desde hace veinte años. De las 700 personas que hoy emplea Felfort, la mitad está contratada por “agencia”, trabajando en estas condiciones desde hace años. Mientras un efectivo cobra $14 la hora, por igual tarea un contratado percibe $9,85. Es decir, ni siquiera alcanza los $2000 mensuales. Y a las pagas miserables se suman jornadas extenuantes y pésimas condiciones.
Ricky muestra sus botas de U$S2.500 compradas en EE.UU., mientras a sus operarios ni siquiera se les dan zapatos de seguridad. Así, los dedos aplastados y hasta mutilados por pesados cajones son moneda corriente.
A Fort también le apasionan los relojes. Por eso se pasea con un Rolex de oro y brillantes, traído de Las Vegas. Pero las agujas que más le preocupan a su familia son las que marcan los ritmos de producción. Para Pascuas, por ejemplo, en la fábrica todo se acelera. Cuando se acerca la fecha y los capataces pasan con las planillas, quien rechace el “ofrecimiento” de horas extras sabe que tiene el despido asegurado. Si se quiere mantener el puesto, nadie puede negarse a cumplir jornadas de hasta 12 horas.

Como Jack, el destripador

Ricardo asegura que es como todos los mortales. Sin embargo para él no todas las vidas tienen el mismo valor. Mientras contrató a un equipo de niñeras para criar a los mellizos que adquirió en una empresa de genética californiana, en su fábrica la vida vale menos que un Jack. Viviana trabajó allí y lo sufrió en carne propia. “Cuando quedé embarazada tuve que ocultarlo, si lo decía antes de los 3 meses me echaban. Cuando declaré el embarazo y presenté los papeles, me echaron igual. Me sacaron a los empujones y me largaron sin un peso. Por haber levantado los cajones y trabajar parada desde el cuarto mes tuve que hacer reposo por amenaza de aborto”.
Ricky cuenta que de chico jugaba entre los muñequitos de Jack que llenaban un gran piletón de la fábrica. A Viviana entonces la invaden los recuerdos y la bronca. “Nos rompíamos las manos envasando, terminábamos con tendinitis y nos cortábamos todas con esos muñequitos”. Y agrega: “había que levantar los cajones de cereal, y después de 8 horas terminábamos con lumbalgias, dolores en la espalda y todo el cuerpo”.
Para las mujeres (que son mayoría en Felfort) los abusos además exceden las condiciones de trabajo. Los acosos de capataces y supervisores son una constante. Y hasta ex empleados aseguran que en el último piso de la planta, sobre todo durante el turno noche, se habría producido más de una violación.

Ratas

“Ponían cartones con pegamento debajo de las máquinas para atrapar a las ratas”; “habían cucarachas entre la mercadería y nos hacían levantar la que se caía al piso para envasarla igual”; “esa fábrica adentro es un infierno”. Todos los que pasaron por Felfort coinciden en los comentarios.
Las ratas y Ricky se parecen. Unas viven de los residuos fabriles, el otro del sacrificio de los demás. Cuando Fort muestra sus lujos algunos parecen indignarse y responde a tamaña impudicia con frases éticas y progresistas. “En un país lleno de pobres mostrarse así es escandaloso”, dicen. Pero el rechazo a la ostentación noventista termina cuando esos mismos progres aceptan sin chistar los millones que otros Rickys les ofrecen en auspicios y publicidades. Sin embargo, apenas un reality show y algunas excentricidades diferencian a Fort de otros millonarios como Fernández (Alfajores Jorgito), Georgalos o Pagani (Arcor). Él no quería ser un ignoto millonario, y ahí estaban Tinelli, Sofovich y Fantino para intentar convertir su “estilo de vida” en un objeto de deseo masivo.
Pero llegará el día que las ratas serán arrasadas. Porque los oprimidos descubrirán que todas ellas, gasten o no sus fortunas por TV, son parte de la misma clase explotadora que día a día acumula sus ganancias a costa de la sangre obrera.

(El testimonio de Viviana fue recogido del programa radial Pateando El Tablero, emisión del sábado 5 de Diciembre, Splendid AM 990. El resto de los testimonios, sobre los que se preservan la identidad por razones obvias, fueron recogidos entre trabajadores actuales y ex empleados de la empresa Felfort).

Daniel Satur
La Verdad Obrera

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