Por Antonio Peredo Leigue
Hace 9 años, el 30 de diciembre de 1998, llegaba a Santa Clara acompañando los restos de mi hermano Coco. Llegamos en una caravana de buses, los familiares de varios combatientes de Ñancahuazú, encontrados por el equipo forense que buscó, encontró y rescató los restos de casi todos los guerrilleros que formaron la columna comandada por el Che. Las urnas con los huesos de Tania, Coco y otros cinco compañeros eran llevados hasta la cripta donde reposan actualmente.
Recorrimos la ciudad que, como dice la canción, “se levantó para verte” Comandante Che Guevara. Y, ciertamente, el recuerdo más vívido que tengo es la escena reconstruida del tren descarrilado que selló la suerte de la guerra revolucionaria e inició la Revolución que, en estas fechas, llega a sus 49 años.
Con 130 hombres
Una plaza como la ciudad de Santa Clara, fuertemente resguardada y apertrechada cayó ante la ofensiva de una columna que apenas llegaba a sumar 130 efectivos. El descarrilamiento y toma del tren que llegaba con una asombrosa cantidad de armamento y munición, la estrategia desconcertante del Che y el valor incansable de sus combatientes, terminaron en tres días lo que, cualquier militar, habría supuesto un mes de asedio.
El día clave fue el 30 de diciembre. Con el brazo enyesado, sin haber dormido y el constante temor de que, el cansancio, haga efecto sobre su reducida tropa, logró lo que parecía imposible: detener el tren, capturarlo, aprehender 400 soldados que lo custodiaban y, con el armamento conquistado, reforzar el acoso sobre los cuarteles y edificios de gobierno, donde resistían más de 1.000 soldados, policías e incluso civiles que estaban señalados por el pueblo como informantes y torturadores.
Pero, a nivel internacional –e incluso en el resto de Cuba- los medios de comunicación informaban otra cosa. Los diarios de La Habana, por ejemplo, publicaron una noticia proveniente de Asociated Press (AP), que informaba: “Las tropas gubernamentales apoyadas por tanques y aviones, machacaron a las fuerzas rebeldes en retirada en las afueras de Santa Clara y las arrojaron hacia el este, fuera de la provincia de Las Villas”.
Cuarenta años después, mirando esa reproducción del descarrilamiento, me parecía estar detrás de aquella niña que, con cámara fotográfica en mano, le pedía al Che, en medio del combate, que le dejara tomarle una fotografía. Sentía como, esa niña, sin tener conciencia de la dimensión de aquel momento, quería una foto del hombre al que veía como un héroe. Pero es que, el Che mismo, no había tenido un instante de sosiego para medir lo extraordinario del momento que protagonizaba.
Con 50 hombres
Disculpándome de Aleida, que estaba en Santa Clara, y de Tania que recorrió los trillos de Ñancahuazú, digo hombres, refiriéndome a los combatientes, para no hacer ninguna clase de distingos.
Fue con 50 que el Comandante Ernesto Che Guevara, sacudió las entrañas mismas de esta patria regada con su sangre y la de quienes lo siguieron. Y, si aquí fue asesinado con una ráfaga, lo mismo que en Santa Clara fue muerto Vaquerito, su capitán más joven y osado, en Bolivia también logró descarrilar el tren e iniciar la ofensiva contra el enemigo.
Esto, que parece figura literaria, es la realidad de los acontecimientos que ocurrieron entre 1967 y 2002 en Bolivia. Veamos las similitudes con lo acontecido en aquella Cuba de los años ’50: corrupción, entreguismo, mezquindad y desvergüenza eran las características del régimen batistiano en aquel tiempo. Los mismos elementos eran visibles en los gobiernos que se sucedieron en Bolivia, entre 2000 y 2005, los cinco años que el pueblo luchó por las libertades que el neoliberalismo le arrebató.
Pero no sólo eso. La similitud se acrecienta cuando los niños bolivianos de aquel ’67 escucharon por primera vez el nombre del Che y comenzaron a saber que significaba lealtad, sacrificio, honestidad, consecuencia y, sobre todo, libertad. Así se lo escuché, esta tarde (30 de diciembre de 2007) al Vicepresidente Alvaro García Linera que, el año que asesinaron al Che, tenía apenas 5 años.
Y comenzaron a entender que era posible hacer una historia diferente en esta patria, donde los maestros enseñaban en la escuela que, Bolivia, era un mendigo sentado en una bola de oro. Y soñaron con convertir a Bolivia, en una patria que dejara de mendigar, pero también que no se dejara quitar la bola de oro.
Realizando los sueños
Fue en diciembre también, pero de 2005, que comenzaron a concretarse esas aspiraciones. A transformar los sueños en realidades. Por supuesto que no es como en los cuentos de hadas. Esas realidades sólo pueden alcanzarse con sudor, con sacrificio, incluso con sangre. Porque Batista o Goñi Sánchez (da lo mismo) huyen sólo cuando no tienen más posibilidades. Y aún más: dejan a sus secuaces para que sigan poniendo obstáculos. Batista le dejó el mando al general Cantillo y éste intentó engañar diciendo que formaría gobierno provisional de acuerdo con Fidel. ¿No suena familiar a lo ocurrido en octubre de 2003?
Luego los gusanos se refugiaron en Estados Unidos y, desde allí, financiaron cuanta violencia era posible. Se formaron comités, asociaciones, agrupaciones y todo cuanto fue posible para crear inestabilidad. ¿Coincidencia?
Sin embargo, la revolución siguió adelante. Salud y educación, son las primeras tareas. Por supuesto que, los dueños de los cientos de caballerías se oponen con todas sus fuerzas, que son muchas, a cualquier cambio. Para eso tienen radios y televisoras. CMQ era en Cuba, UNITEL es en Bolivia.
El bono Juancito Pinto y la Renta Dignidad rivalizan con los proyectos que Costas y compañía presentan como el camino apropiado para cambiar Bolivia, como si alguna vez hubiesen tenido la intención de hacer cambios. Y apenas uno menciona estas cosas, salta a la vista que es una historia repetida de aquel tiempo en que los médicos fueron embaucados para irse a Miami y los dineros fueron saqueados de los bancos para dejar en la miseria a Cuba.
El Che puso la medida de la revolución. Su firma estampada en los nuevos billetes dejó sin recursos al exilio que esperaba volver en seis meses. Pronto serán 600 meses y tampoco podrán regresar, simplemente porque el pueblo no los quiere.
Aquí en Bolivia, le pondremos la misma medida con la Renta Dignidad.
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