lunes, 26 de diciembre de 2022

Un triunfo mundial de un país en crisis


El Seleccionado con la copa.

 El triunfo del seleccionado argentino de fútbol en Qatar provocó una verdadera conmoción nacional con fuertes repercusiones internacionales. Los festejos por la victoria frente a Francia y sobre todo la recepción de los jugadores rompieron todos los récords en cuanto a la movilización popular. Fuera del país el triunfo argentino fue festejado en Bangladesh, India, Irlanda, Haití, Venezuela, Nápoles, entre otros. Para muchos de esos pueblos el festejo estaba asociado a un verdadero sentimiento antiimperialista, sobre todo contra Inglaterra y Francia. A esto se sumaron los festejos masivos de los argentinos radicados en Estados Unidos, España, Italia, etc. 
 Los más de 4 millones de personas que en el Amba salieron a las calles en la búsqueda de ver pasar al seleccionado produjeron una movilización popular que no reconoce antecedentes en nuestro país y posiblemente en el mundo. Tampoco los 700.000 en el monumento a la bandera en Rosario. El festejo popular se impuso por la propia, sin esperar una convocatoria oficial ni de ningún sector político. Habría ocurrido con o sin feriado, fue imparable. 
 Semejante valoración popular de un triunfo futbolístico no puede pasar desapercibida en una Argentina dominada por la crisis económica y política. Mientras la selección iba progresando partido a partido, superando etapas y rivales, con un equipo que desde el técnico a los jugadores era cada vez más popular, a través de los medios de comunicación empezaron a aparecer las teorías que pretendían explicar esta performance y sacar conclusiones que pudieran ser utilizadas para conjurar la crisis en curso.
 Para algunos era el acierto de haber trazado un plan y llevarlo adelante, cuando la responsabilidad técnica recayó en Scaloni luego que Sampaoli renunció cuatro años antes de finalizar su contrato y nadie estaba dispuesto a hacerse cargo de la dirección técnica de una selección que venía de un enorme fracaso, con divisiones y enfrentamientos. Para más Scaloni nunca había dirigido un equipo, cumplía funciones de analista de rivales en la AFA, o sea que fue como técnico en forma transitoria, y se quedó con el lugar porque demostró con los hechos sus propias virtudes. Otros hablaron del valor de la meritocracia, por haber sabido elegir a los mejores, cuando en realidad el equipo se armó superando las complicaciones de jugadores expuestos al desgaste de los torneos de las ligas europeas, sobre todo, con lesiones o dificultades de entrenamiento, sometidos a las leyes del mercado del fútbol. Se editorializó sobre la enseñanza de que cuando los argentinos superamos las divisiones nos va bien, argumento utilizado siempre para someter a los explotados a los explotadores.
 La única realidad es que fue la voluntad y el buen saber de técnico y jugadores lo que permitió armar un equipo altamente competitivo, al punto de ganar el Mundial. Los “muchachos” de la Selección se dejaron ganar por una euforia popular que se desmarcó de los políticos capitalistas; el canto que jura nunca olvidar a los chicos de Malvinas, acompañado por “el que no salta es un inglés” en las concentraciones de festejo, se expandió por el mundo. Para un gobierno y una oposición que cada vez se recuestan más en el imperialismo esto no debe de haber sido música para sus oídos. A través de los días se fue percibiendo con más nitidez que la grieta era con los dirigentes políticos oficialistas y de la oposición. Muy posiblemente todo esto haya llevado a que el seleccionado no quisiera “tomar contacto con la política”, y preservarse en el estricto campo de lo deportivo rechazando una y otra maniobra. 
 Lo cierto es que del triunfo mundialista no pudo sacar provecho ninguno. Macri se instaló un mes en Qatar, aprovechando un puesto en la Fifa, y no pudo siquiera sacarse una foto en la puerta de la concentración del seleccionado. Alberto Fernández, como prevención, decidió no ir al partido final al cual estaba invitado como presidente de uno de los contendientes. Prefirió mirarlo desde Olivos y meter un par de tuits. Los políticos que fueron a Qatar trataron de pasar desapercibidos, sabiendo que además de no sacar réditos iban a ser escrachados por estar gastando en pocos días la guita que la inmensa mayoría del pueblo argentino no junta en un año. Se pretende cargar sobre los jugadores la responsabilidad de esta orientación, cuando posiblemente supieron leer con claridad que el ánimo popular iba para ese lado. Algunos de ellos como el Dibu y De Paul se declararon contentos de brindar esta alegría “cuando tanta gente no llega a fin de mes en la Argentina”. 
 Un triunfo tan significativo también sirvió de desahogo para un pueblo golpeado por el derrumbe de sus condiciones de vida, por un ajuste que va agravándose día a día. Las declaraciones de los jugadores sobre lo que hubo que sufrir en cada partido los emparentó con un sentimiento generalizado como resultado de un deterioro social que no encuentra un piso. Eso puede explicar la empatía entre el equipo y la hinchada más allá de la pasión futbolística. Por eso festejarlo fue una decisión inapelable.

 Festejo popular, crisis política 

Los festejos lejos de oxigenar al gobierno agravaron la crisis que lo envuelve. Alberto Fernández quedó pagando con su invitación a la selección a ir a la Rosada; contra esta posibilidad actuó incluso el kirchnerismo, que no quiere que el presidente siquiera se asome a una posibilidad de sumar puntos. Para más el presidente de AFA se cobró viejas cuentas con Alberto y Aníbal y los privó de intervenir en la organización de los festejos apoyándose en los límites puestos por el seleccionado, y aprovechó para meter su cuña a favor de Berni. Maniobra de cosecha propia en la que la Selección no tuvo nada que ver. Al kirchnerismo tampoco le fue bien, Wado de Pedro fue desairado en Ezeiza cuando bajaban del avión. Las oscilaciones y negociaciones llevaron al despropósito de que el feriado nacional fuera declarado horas antes. Para más, gobernadores peronistas (incluido el de Tucumán, la provincia del jefe de Gabinete) decidieron desoírlo. La marea humana que esperó infructuosamente el paso de la Scaloneta tuvo una demostración de la incapacidad manifiesta para organizar un festejo popular por parte del gobierno. 
 Macri con una parte de Juntos por el Cambio salió a denostar el feriado diciendo que no se podía parar al país; los millones en las calles le contestaron concentrándose de una forma tan contundente que no dejaron dudas que el feriado fue impuesto por la realidad. Los desaciertos del gobierno a la hora de encauzar los festejos no impidieron los enfrentamientos dentro de Juntos por el Cambio: desde el sector de Bullrich salieron a cuestionar a Larreta como posible presidente por no haber reprimido y haber aceptado el asueto. Si Bullrich, Macri, Milei y Espert esperan, como amenazan, gobernar con mano dura y política de shock, debieran tomar nota de lo que dejó el Mundial.

 21 años después, que se vayan los políticos capitalistas 

Que los políticos capitalistas se hayan ido con las manos vacías y con mayor crisis dentro de sus filas cuando se produjo la mayor movilización popular de la historia es un buen dato. Y aunque en las concentraciones no se levantaron banderas ni reclamos allí estaba el pueblo golpeado por el derrumbe nacional del cual son responsables los que nos vienen gobernando desde hace décadas. Que pasada la fiesta, como dice la canción “vuelve el pobre a su pobreza y vuelve el rico a su riqueza”, lo demuestra ya mismo el movimiento piquetero en la calle y el paro general del Sutna que concilió Trabajo. Que la crisis del régimen sigue su agudo curso lo demostró la Corte que mandó el misil del fallo a favor de la coparticipación de la Ciudad en menos de 24 horas. Y también antes de las 24 horas se hundía una sesión de Diputados por falta de quórum dejando a 800.000 posibles jubilados en la banquina y sin la ley en favor de ocho universidades. 
 Una parte importante del pueblo que festejó es el que está presente en las luchas contra la pobreza, contra las consecuencias de la inflación, contra la inseguridad o el ataque al ambiente, el resto son también víctimas de esta política. La fiesta del Mundial no fue un paréntesis en la crisis de la Argentina, solo una de sus facetas. De esa crisis no nos van a sacar los que la provocaron, la tarea de poner en pie un movimiento popular que supere a los que no dejan festejar sigue estando a la orden del día. 
 Apoyando e impulsando la lucha contra el ajuste, la pobreza y por todas las reivindicaciones populares seguimos impulsando la construcción de un movimiento popular con banderas socialistas. 

 Eduardo Salas

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