lunes, 19 de noviembre de 2012

Una escuela para Alicia



Entre las tantas consecuencias irreparables que produjo la larga impunidad para los crímenes del terrorismo de Estado que sufrió el pueblo argentino en los 70, es que casi ningún dato es seguro.
Por eso, aunque hubo un juicio y una condena, no tenemos la rigurosa certeza de la fecha de la muerte de Alicia López Rodríguez de Garraham, maestra rural, militante de las Ligas Agrarias, apresada en la ciudad de Santa Fe y llevada al centro clandestino La Cuarta ubicado dentro de la seccional de la Policía Provincial de la calle Boulevard Zavalla y Tucumán alrededor del 16 de octubre de 1976.
En el juicio oral realizado en el año 2010 se dio por probado que Alicia murió en la misma seccional por las hemorragias causadas por el desgarramiento vaginal producto de las violaciones múltiples que los propios efectivos de la Seccional Policial, al mando del Comisario Mario Facino, le propinaron en el mismo patio de la Seccional, frente a las celdas y calabozos donde estábamos el resto de secuestrados en dicho lugar aproximadamente para finales de noviembre.
Llegar al juicio oral no fue fácil para nadie, pero llegamos y aunque sólo se condenó a un represor (fallecido hace poco con dos condenas por delitos de lesa humanidad) como si fuera posible que el citado represor se las hubiera arreglado solo para secuestrarla en la calle, trasladarla a la Cuarta, custodiarla y sistemáticamente interrogarla en medio de torturas de todo tipo. Pero así es la Justicia argentina, cada milímetro de justicia es el resultado de años de lucha y esfuerzos populares.
No conocía a Alicia antes de aquel 16 de octubre de 1976.
No compartí militancia ni lecturas; ni siquiera pertenecíamos a la misma organización aunque eramos –sin ninguna duda- compañeros en el sentido más profundo del término.
Compañeros en eso de soñar y luchar por la liberación popular y social.
Compañeros en eso de ponerle el cuerpo a la vida, no importan las circunstancias que sean y aunque no puedo recordar mucho, por algo más de un mes –pared por medio, a veces con capucha y veces no- nos abrazamos en el aire y construimos palabras que quebraban la orden fascista del No hablarán entre si.
Por ello, es obvio que no tengo derecho alguno a reclamar nada en nombre suyo pero si tengo el deber de hacerlo y eso vengo a hacer con este texto.
No pido mucho.
Aunque creo que el crimen de Alicia fue ordenado y en beneficio de la burguesía santafecina conocida como “burguesía del litoral”, enriquecida primero con el trigo y luego con el quebracho del norte para volver al trigo y el maíz y mutar luego a la soja transgénica sobre la que basa su poderío económico y político; no vengo hoy a reclamar que se juzgue a los poderosos señores de la Sociedad Rural y de la Bolsa de Comercio.
Hoy no.
Aunque estoy convencido que la muerte de Alicia es el último resultado de una larga cadena de acciones de un sistema de estado para exterminar militantes populares, cadena de cómplices que se puede reconstruir siguiendo las cadenas de mando del Ejercito, la Policía y sus servicios de Inteligencia, no vengo a reclamar que se juzgue a todos y a todas las que participaron en el dispositivo que configuró, permitió y ejecutó la muerte de Alicia.
Hoy no.
Solo pido dos cosas que estoy casi seguro que hubieran agradado a Alicia.
Como dije es poco lo que recuerdo de aquellos días pero he aprendido mucho de lo que me contaron sus hijos y su compañero, sus sobrinas y nietos.
Por eso me atrevo a decir que es un deber para todos nosotros pedir que una escuela, mejor sería una escuela rural, en el norte santafecino donde concurran niños con necesidades materiales y culturales que eran los que más le preocupaban a Alicia.
No pido mucho. Una escuela para Alicia es casi lo mínimo que podemos pedir y casi no le cuesta nada a nadie. Es más, es una práctica de relativa extensión en todo el país y yo mismo participé en el cambio de nombre de una escuela de Avellaneda (la de la provincia de Buenos Aires) que se llamaba Policía Federal y los niños votaron que cambie de nombre y ahora se llama Floreal Avellaneda, en honor a aquel militante de quince años asesinado por un grupo de tareas de Campo de Mayo en abril de 1977.
Y una cosa más.
Que se cumpla la ley y no haya presos sociales en la celda donde Alicia estuvo secuestrada en aquellos días terribles de 1976.
Uno entiende que hay crisis de capacidad de alojar a tantos presos porque tanta reforma Blumberg y tanto discurso de mano dura ha multiplicado varias veces la población carcelaria y se ha vuelto costumbre violar la ley y alojar los presos en las seccionales de Policía.
Pero en la Cuarta es como mucho.
En el 2009, en el primer reconocimiento judicial –en vísperas del juicio a Brusa, Ramos y Cía.- descubrí que en “mi” calabozo, ese que daba al patio donde mataron a Alicia, estaban alojados siete u ocho muchachos en una especie de “deja vu” del pasado de horror.
Como militante por los derechos humanos exijo que ya es hora de terminar con tratar a los presos sociales como basura y es hora de respetar sus derechos humanos; que ya es hora de terminar con una concepción del encierro carcelario que se funda en la larga tradición de inquinidad: desde el lejano modo en que la Inquisición trataba a sus presos hasta las condiciones que Mario Facino y sus cómplices imponían en aquella Cuarta del 76, pero como sobreviviente de la Cuarta y en nombre de Alicia López hoy solo pido por los presos de la Cuarta porque es una ofensa difícil de soportar que en el mismo lugar donde ella fuera mancillada en su dignidad, se aplasten los derechos humanos de otros seres, más o menos de su misma edad.
Hace años que hablamos de esto con los funcionarios provinciales.
A ellos les vuelvo a hacer el pedido, pero envío este mensaje como una botella al mar para que todas y todos los que compartan la idea de una escuela para Alicia, lo digan en voz alta, lo escriban a los legisladores y a las autoridades de los ministerio de educación y de justicia y de derechos humanos.
Ya se que no es mucho, que ni resolverá los problemas de la educación ni los de la corrupción policial, pero me parece que es una deuda con Alicia y que ella merece que la saldemos.

José Ernesto Schulman

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